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Yo y Phineas (Aurelio y yo)

-- ¡Cirilo! -m e llamó mi dueño; de quien desconocía su nombre pues nunca oí que nadie le llamara a él por el suyo.  --¡Cirilo! -repitió.  Inmutable, sin mover la cabeza, orienté mis grandes orejas hacia él, y lo miré sin levantar el hocico del verdín que nacía entre las losas del jardín, ya limpias de nieve.  --¡Cirilo! -insistió.  Yo nada. Había que esperar un poquito más. Hasta que introdujo su mano derecha en el bolsillo del chaquetón donde yo sabía que siempre guardaba algunos puñados de maíz. Entonces obedecí. Taciturno, levanté mi cabeza al tiempo que avanzaba hacia él blandiendo mis trémulos labios carnosos, dejando al descubierto mis dientes amarillentos y verdosos . En cuatro pasos estaría degustando el preciado alimento que los dioses confiaran a los Mayas para que algún día llegara hasta mí. Ya acariciaban los cuatro pelos de mi bigote las pepitas doradas en la mano del dueño, cuando un sobresalto se apoderó de mí: de detrás del mulero surgió un individuo, no enjuto pero

Alba y Celia

    A pesar del numeroso grupo de curiosos que seguían la operación, y de la gran expectación, o seguramente por esa misma razón, el aula acristalada anexa al quirófano de la Facultad, estaba en completo silencio. Dentro sólo se escuchaba el fuelle automático que asistía la respiración de la parturienta.  La excesiva concentración de los doctores no se debía a que hubieran aparecido complicaciones, en realidad todo parecía ir bien; sin embargo, esta vez nada podía dejarse a los caprichos del azar, por eso, excepcionalmente, se le iba a negar a la Vida el prodigio de un alumbramiento natural; en definitiva, iba a ser un final planificado para una gestación en la que la tecnología médica había intervenido y tenido que emplearse a fondo desde el primer momento  para asegurarse de que el embarazo llegara a buen término.  Según lo previsto, Alba nació por cesárea instantes después de las 10 de la mañana del día 30 de julio de 2003. En cuanto le cortaron el cordón y la pequeña

Carrera por la libertad

Zaragoza, septiembre de 2020: dos menores “no acompañados”: Anás, sirio, quince años; Idrissa, senegalés, dieciséis; que cumplen sus condenas en sendos reformatorios, han sido seleccionados y preparados intensivamente por sus correspondientes centros para que participen, en su representación, en el primer maratón "Por la Integración" que se celebrará el próximo 23 de abril, Día de Aragón.  Gracias a su interés y buen comportamiento, disponen de toda la confianza de sus tutores guardianes, por lo que, poco tiempo después de iniciar su entrenamiento, les permiten respectivamente salir a correr solos: a Anás por el "Parque del Agua"; a Idrissa, por el parque "Grande"; pero ellos irán ampliando aleatoriamente sus recorridos, adaptándolos a su necesidad de correr y correr incansablemente, por campo y ciudad.  La casualidad hace que un día sus erráticos recorridos coincidan. Enseguida se reconocen como los rivales que son; pero lo que en principio es d

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RELATO PREMIADO CON EL 2º PUESTO DE LA 9ª EDICIÓN DEL CERTAMEN DE RELATOS CORTOS: "UNA HISTORIA CON RENAULT". PATROCINADO POR EL DIARIO El Norte de Castilla Y LA FACTORÍA RENAULT DE VALLADOLID. Tenía prisa. Tras varias vueltas en torno a la plaza encontré un hueco donde aparcar. Era muy ajustado, pero con destreza, mi adorado Renault 6TL amarillo, entró. Sin perder tiempo, llevé a tope la carraca del freno de mano, agarré mi cartera, y corrí a la dirección que había memorizado, y con la que soñaba desde hacía varios días. Me estaban esperando. Conducido por un gentil empleado pasé directamente al despacho del Director de Recursos Humanos. Tres personas aburridas de hacer preguntas a otros candidatos me entrevistaron. Aunque los nervios hicieron mella en mi presentación, abandoné aquella oficina con la sensación de que las cosas no habían salido del todo mal, pues, en el acostumbrado mensaje de despedida: “nos pondremos en contacto con usted”, creí adivinar matice

75 CENTÉSIMAS DE SEGUNDO

¿Alguna vez os habéis preguntado cuánto tardan en entrelazarse dos almas humanas? Quizá sea aún menos tiempo, pero en mi caso puedo asegurarles que fueron como mucho setenta y cinco centésimas de segundo: justo el tiempo que tardan en recorrer cincuenta metros dos coches que circulan en sentido contrario en una recta, a una velocidad relativa no inferior a los doscientos cuarenta kilómetros por hora. Me ocurrió hace poco más de tres décadas, circulando  sentido sur   con mi renault 5 copa,  en la recta secundaria más larga del territorio nacional, aunque plagada de cambios de rasante.  Siempre he estado seguro de que, como de costumbre en esa recta, aquél día rebasaba ampliamente el límite de velocidad. Llevaba la ventanilla bajada porque e ra finales de junio, media tarde, y hacía bastante calor . Cantaba a coro con Claudio Baglioni su ' Piccolo grande amore ', reproducido sobre la pista de audio de mi radio-casete. Entonces, mientras ascendía una pendiente, vi cómo e

Rumbo a Eea. La estrella fugaz

Todavía con las palabras de la Stella Polaris resonando en mi mente: "dónde tu corazón te pueda llevar", hoy no he detenido mi singladura hasta bien entrada la noche. Navegando bajo las estrellas, apenas sosteniendo el timón de mi querida Penélope, pues me temo que ella sabe mejor que yo hacia dónde voy, he aprovechado el viento favorable en previsión de la tormenta que está por llegar. La luna, apenas incipiente y cubierta por un velo que augura la tempestad, dejaba ver todo el Firmamento, hasta dónde el mar lo devora bajo su velo negro. Entonces se ha cumplido el mejor augurio, he visto una estrella fugaz, que ha recorrido la Vía Láctea a velocidad de vértigo, partiendo en dos el Tiempo, de un lado el Pasado, del otro el Futuro, ella y yo en el efímero Presente. ¿Cómo detener en mi retina, lo que tan rápido ha ocurrido? ¿Cómo asimilar tanta belleza, bajo tan gran sorpresa? Admirado por el espectáculo celestial, no he tenido tiempo de formular un deseo, pero no im

Rumbo a Eea 7. Stella Polaris

Llevo varias jornadas navegando rumbo a Oriente, y ya no miro hacia Ítaca. De día, Pelagos se sacrifica complaciente ante los deseos de Poseidón, abriendo sus carnes bajo el filo cortante de Penélope, y sangrando borbotones de espuma de mar, que dejan una estela plateada tras de mí. De noche, incapaz de guardarme rencor, me acuna y me arrulla, para que mis sueños lleguen antes que yo, allí donde han de anunciar mi llegada.  Sin embargo, esta noche de luna nueva, tras una breve cabezada al atardecer, al levantarse el telón de mis ojos, el espectáculo de la Vía Láctea es tan impresionante, que ya no he vuelto ni a parpadear. Observo el Firmamento, esperando ansioso sus destellos, sus ausencias y reapariciones, sus cambios de color apenas perceptibles, sus rayos azules fulminantes y fugaces. Lector infatigable del cielo nocturno, he aprendido a interpretar los mensajes estelares. Las estrellas conversan entre sí y conmigo, por lo que me siento feliz y privilegiado. Me cuentan pr

Rumbo a Eea. 6 La respuesta.

Apenas comprendí lo que, inconscientemente, había hecho mientras dormía, el arrepentimiento se apoderó de mí. Había deseado formular en mi último mensaje tantas preguntas que ya no estaba seguro de cuál había elegido; quizá la menos apropiada, tal vez una mezcla ecléctica e incomprensible de muchas. Me apresuré a buscar la botella escudriñando en la niebla. ¿Estaría a tiempo de recuperarla? Como había calma, no podría haber ido muy lejos; efectivamente, un rayo de sol milagrosamente intenso como para atravesar la calígine la hizo refulgir verde esmeralda apenas a veinte brazadas de mí. Temeroso de que volviera a desaparecer tras la vapososa cortina de mi indecisión, hice una temeridad: até un cabo entorno a mi cintura, lo amarré al palo de mi falúa, y, del mismo modo que vine a este mundo, ingresé en el gélido reino de Poseidón. Cuando hube sacado la cabeza del agua la niebla era tan densa que no podía ver barca ni botella, sólo desolación a mi alrededor. Nadé en todas las direcc

Rumbo a Eea. 5 El sueño de Helios

Tuve un sueño:   Incapaz de decidir si meter el mensaje que sostenía en mi mano izquierda dentro de la botella vacía que sostenía con la derecha, p asé horas con un corcho mordido entre mis dientes.  A gotado por la duda, me quedé dormido. Soñé que mi adorada Penélope y yo visitábamos a Zeus, el Padre. El recolector de nubes había atraído hacia sí toda la niebla de mi interior, llamándome a su presencia.   Nos esperaba sentado en su trono. Con sus pies cubiertos por una bruma que me llegaba a la cintura, lucía majestuosamente y con aspecto renovado. Había cambiado de aposento. En éste, a pesar de la niebla, el naos aparecía más luminoso, seguramente por estar orientado hacia el mediodía. Agradeció nuestra visita. Sin más preámbulos, conocedor de todos mis deseos, me dijo: - Si quieres ver a Helios tendrás que subir a lo más alto del monte Athos, allí donde la niebla de tu incertidumbre no alcanza. Obedecimos de inmediato. Ascendimos hasta allí donde mi niebla se convertía en la

Rumbo a Eea. 4 El último mensaje

Un navegante perdido a la deriva no es un náufrago, así pues: ¿qué sentido tiene enviar mi último mensaje desesperado en una botella?  Aunque fuera hallado, ¿cómo podría recibir ayuda alguien que no está en ninguna parte de forma continua?  Pero es que mis mensajes no buscan mi rescate, si no que vuelvan mansos a la lejana costa de Eea, allí donde permanece náufraga la razón de mi existencia. Sé que otras botellas llegaron, lo sé porque cuando me encontraba en tierra volvieron algunas respuestas traídas por el viento de la mañana. La última sembró en mi conciencia dos semillas: la de la ilusión, y la de la duda, que nació antes y creció enseguida, obligándome a tomar mi barca y adentrarme sobre el reino de Poseidón; desde entonces espero más respuestas; mas, si éstas vienen empujadas por el viento del Sol Naciente, ¿cómo habrían de alcanzarme, si se alejarían más cuanto más la vela empujara mi barca? Por eso permanezco a la deriva, con el palo desnudo, y mi cuerpo sin abrigo, espera

Rumbo a Eea. 3 El Silencio.

Llevo tres días y dos noches a la deriva; mas, lejos de perdido, siento que cada vez estoy más cerca de mi destino, aunque no sé cuál es. Mi último contacto con la realidad lo tuve entre Rion y Antirrion. Allí cayó la segunda noche de mi singladura. Recogí la vela, cené dos dátiles y me quedé dormido. En una vívida ensoñación pasé bajo un enorme arco de piedra que unía ambas ciudades, que debían estar en guerra, pues una lluvia de flechas flamígenas cruzaba sobre el angosto mar. Ignoraba que al otro lado me esperaría la más absoluta desolación. Amaneció en el Peloponeso, desperté, o quizá no. Desde entonces voy flotando en un cielo azul cubierto por un mar azul, sin saber realmente si amanece desde las estrellas, o el sol brota desde el mar como una hermosa flor dorada.  Flotando voy en un mar negro cubierto por un cielo azabache, sin saber si el ocaso con su luna plateada, surge del mar, o son millones de estrellitas y una ballena blanca, que abandonan el cielo para zambullirse e

Rumbo a Eea. 2 Ítaca se aleja.

Nacía la tarde con su oscura penumbra creciendo a proa. A fin de arrepentirme a tiempo, había prometido mirar atrás mientras viera alejarse la costa de mi querida Ítaca. El Sol, devorado lentamente por los montes, fue perdiendo la costa mientras ésta comenzaba a desdibujarse mecida por la bruma; entonces, hileras de docenas de lucecitas tintileantes brotaron una a una, recordándome dónde abandonaba cuanto poseía. Con la confianza puesta en que no lo perdería para siempre, seguí retrocediendo hacia mi futuro imperfecto: mar, y mar adentro, hasta sepultarme en la negrura, cuando las linternas de mi pasado fueron apagándose, una a una, ahogadas por las olas que avanzaban desde mi espalda abriendo paso a la barca. Ha sido una noche en vela y sin estrellas. Un dulce viento de poniente, cómplice de mi locura, me ha acompañado guiándome hasta el alba, momento en que ha parado y,  tras plegar la vela, me ha permitido conciliar un sueño breve. Al despertar, con los farallones de Oxia e

Rumbo a Eea. 1 La partida

  La pasada noche comenzó el invierno; lo sé porque de madrugada, atravesando el grueso forjado de hormigón y acero, he visto caer desde el techo y posarse mansa sobre el suelo de mármol negro, la última hoja del otoño. Las últimas hojas del otoño son distintas de todas las demás, pues éstas sólo se materializan cuando las observan; si yo no la hubiera visto, habría atravesado nuestro planeta hasta brotar nueva en la primavera de mis antípodas. ¿Quién se perderá de ella por mi insolencia?  Ojalá no la hubiera visto nunca.   Me ha alcanzado el invierno a pesar de las pisadas cansadas y crujientes del otoño. No es el mejor momento, lo sé; pero llegará la nieve con el sordo estruendo de sus copos al caer, que recubrirán el bosque hasta que todas las hojas se consuman; por eso he aprovechado hasta el último momento, pues añoraré caminar con mis pies desnudos sobre las hojas secas del bulevar. Necesitaba grabar ese sonido fresco en mis recuerdos, por si, mientras dure mi travesía, lo nec

Stinker y el Profesor Schrödinger,

por Phineas Theron Hacía varios meses que la señora Ekans había decidido echarme de su confortable hogar desterrándome al viejo taller de ebanistería que poseía al otro lado de la calle. Éste había permanecido cerrado desde que falleciera su esposo hasta que, hacía aproximadamente un año, lo alquiló a un individuo excéntrico; una especie de listillo pretencioso que se pasaba el día cavilando, garabateando en una pizarra, destrozando los muebles que el señor Ekans dejó a medio terminar; y las noches ocultando a la vista de los vecinos las numerosas mujeres que le visitaban cuando los faroles de la calle ya se habían apagado. Nunca entendí muy bien el objeto de mi cambio de residencia, pienso que como yo no soportaba a Sphynx, su nueva mascota, ella me había buscado otro compañero más acorde a mis gustos. Un detalle por su parte, sobre todo después de seis años de una íntima convivencia, que se hizo plena cuando quedó viuda. La verdad es que el inquilino, al que la señora Ek