Alba y Celia



    A pesar del numeroso grupo de curiosos que seguían la operación, y de la gran expectación, o seguramente por esa misma razón, el aula acristalada anexa al quirófano de la Facultad, estaba en completo silencio. Dentro sólo se escuchaba el fuelle automático que asistía la respiración de la parturienta. 

La excesiva concentración de los doctores no se debía a que hubieran aparecido complicaciones, en realidad todo parecía ir bien; sin embargo, esta vez nada podía dejarse a los caprichos del azar, por eso, excepcionalmente, se le iba a negar a la Vida el prodigio de un alumbramiento natural; en definitiva, iba a ser un final planificado para una gestación en la que la tecnología médica había intervenido y tenido que emplearse a fondo desde el primer momento para asegurarse de que el embarazo llegara a buen término. 


Según lo previsto, Alba nació por cesárea instantes después de las 10 de la mañana del día 30 de julio de 2003. En cuanto le cortaron el cordón y la pequeña aspiró su primera bocanada de aire, demostrando que estaba viva, los cuatro cirujanos dentro, y más de una docena de impacientes doctores, catedráticos, periodistas y algún político, desde el otro lado de la vitrina; se dejaron llevar por la alegría, lanzando vítores, enhorabuenas, agradecimientos, algunas fingidas modestias, atribuciones impropias, pero también aplausos sinceros, y lágrimas de auténtica emoción. 

La emoción estaba justificada por el hecho de que hacía siglos que no se esperaba con tanto anhelo y desesperación al heredero de tan larga dinastía; en este caso: la de una familia noble: “Casa Laña”, familia venida muy a menos, a causa de la modernidad. 

Sin embargo, a pesar de tanta alegría, todos sabían que el éxito seguramente sería efímero; pues Alba, al igual que la mayoría de sus predecesoras, quizá fuera estéril; aunque, en cualquier caso, tiempo habría para pensar en ello. De momento lo importante era celebrar que la familia más arraigada y antigua del Reino tenía heredera, y, por lo tanto, aunque remotas, posibilidades de salir adelante con la descendencia. 

El linaje de Alba Laña, que desde la noche de los tiempos venía dominando los valles más recónditos y perdidos del Pirineo Aragonés, agarrándose a sus riscos como verdaderas grapas (de ahí su sobrenombre: "laña"), comenzó su declive cuando, hace apenas un par de siglos, fue descubierto su recóndito valle, y su anacrónico linaje pasó a formar parte del Reino de España. Entonces, una legión de curiosos, y bastantes oportunistas desaprensivos, hicieron de sus fabulosas e intactas tierras, destino exótico para su esparcimiento, y lo que es peor, su coto privado de caza. 

Para cuando, al objeto de resarcir los daños infringidos sobre tan noble comarca, el Rey de España ratificó un novedoso Real Decreto, por el que se les otorgaba a sus tierras y habitantes privilegios que garantizasen su fuero especial, el daño ya estaba muy avanzado. Es más, puede que el aislamiento al que desde entonces se les sometió al objeto de preservarles, fuera aún más en su perjuicio, pues se vieron confinados en la parte más recóndita y pobre de sus tierras; esto, después de varias generaciones de endogamia, provocó ciertos trastornos genéticos, y una esterilidad creciente; por no hablar de que la mala costumbre de la caza no desapareció, lo que acabó accidentalmente con casi todos los varones de la familia. Así fue como, a finales del mileno pasado, la estirpe se había visto reducida a unos cuantos supervivientes: Estrella la madre de Alba, Celia, su hermana gemela, su primo hermano Bernardo, y una docena de tías y primas solteras, quienes, ante la ausencia de machos, poco después de la pubertad, acababan todas haciéndose eremitas hasta ser engullidas por las montañas. 

Después de que su madre muriera unos seis años atrás, y su primo Bernando, el "tión", despareciera, la heredad de Alba recayó en su hermana gemela Celia, última sobreviviente de tan noble familia; eso sí, poseedora de un territorio valioso y protegido, asistida día y noche por un ejército a su servicio, al servicio de las tierras, los bosques, las praderas y de las aguas que conformaban su feudo; y así a perpetuidad, según lo decretara el Rey Alfonso XIII un 16 de agosto de 1918. 

Pero Celia Laña, que siempre tuvo un corazón salvaje, tampoco podía aguantar una existencia anodina y solitaria, en un paraíso tan acolchado; por lo que frecuentaba sus excursiones solitarias a lo más alto de las montañas, hasta que un soleado día de enero del año 2000, después de dos noches sin saber de ella, miembros de su Servicio de Protección la hallaron muerta en el bosque. 

Se preguntarán ustedes cómo pudo Alba nacer seis años después de que muriera su madre (1997), y tres después de que su hermana gemela, Celia, apareciera aplastada por un árbol caído (2000); pues muy sencillo: porque Celia fue la última hembra de bucardo, la última de su especie, con cuya muerte la especie de la Capra Pyrenaica Pyrenaica, se extinguió; bueno, en realidad no fue la última, la última fue Alba, que después de que los científicos consiguieran clonarla a partir de células de Celia, nació tal como les he contado, pero que desgraciadamente murió ocho minutos después de nacer, al no soportar sus maltrechos pulmones, amañados por la mano del Hombre, la carga de la Vida. 

En fin, aunque Alba hubiese logrado sobrevivir, no imagino para ella una existencia mejor que la de Celia. De facto, la especie se extinguió en el año 2000, cuando ella murió. 

Sirva este relato como mi humilde homenaje a esa bravía especie tan de nuestra tierra, que no pudimos preservar, aun cuando ya estaba en la intención de muchos conservarla. PhTh

Entradas populares de este blog

La Llama Eterna: Relato XVI –La Bendición Gitana–

ANARQUIA. Mensaje para los nacionalismos hegemónicos y colonizadores

POLVO DE ESTRELLA ROJA CON EL CORAZÓN BLANCO