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El tio Antón, y la mula Sara.

Después de un día aciago de trabajo en el campo, bajaba el tio Antón por la cuesta de los Corralazos, en la calle de Santo Domingo, única del también conocido como "Barrio de los Muertos" por ser la  última que, hasta que comenzara la guerra, recorrían a hombros todos los vecinos de Lécera, camino del Cementerio.  Venía el hombre acompañado de su mula Sara. Era verano, finales de junio, más de las nueve, y mi abuela Manuela, aprovechando la última luz de una tarde, zurcía un calcetín sentada a la fresca con la puerta de la casa abierta. La acompañaban sus hijas Pascuala, Manuela, y Dolores, mi madre, la "media", que tenía dos años y medio, sentada en el suelo jugaba amontonando piedrecicas junto a los pies de mi abuela. Mi abuelo, que se había levantado a las cuatro de la mañana, no había vuelto de la siega, no le esperaban, no lo haría al menos en otros dos días. En el momento en que el tio Antón, vecino puerta con puerta de mis abuelos, paró para saludar y dispone

STABAT MATER DOLOROSA

Dolores, madre. Nacida un dos de diciembre, junto a un hombre, infante perdido, su corazón afligido. Lo recordó siempre, Manuel era su nombre. Primeras lágrimas dolorosas. Al quinto octubre, gran golpe fúnebre, trágico estallido, la guerra ha venido.  Carretera salobre, y manta de urdimbre. Lágrimas de terror. Lágrimas de miedo. Como de malacostumbre, reclamaron al padre, al monte huido, y en Francia acogido. Entre el mar y el alambre, aguantó sin techumbre. Lágrimas dolorosas. Lágrimas angustiosas. Mandando el cuélebre, humana podredumbre, nadie habrá sido, nadie habrá querido. Años de hambre, y gran pesadumbre. Lágrimas de duelo. Lágrimas de hiel. Curandera célebre, para mulo salubre , bajo su manto ungido, el mal siempre fue vencido. Toda bestia con fiebre, sin ella se levantó libre. Lágrimas de animales. Lágrimas sinceras y agradecidas. Regresó el padre, un enjuto corambre, muy muy mal comido, vencido, pero no convencido . Cultivará la legumbre, y se pasará el hambre. Lágrimas jubi

Madre

Madre es la que, alumbrando con la peligrosa luz de las estrellas, y a riesgo de su propia Vida, revela del negro al blanco las páginas del libro de la nuestra, y nos presta su sangre como tinta para escribir la primera página. Madre es quien, con amor, desvelo, dedicación y cariño, nos mantiene, nos sostiene, despierta nuestros sentidos con dulces sonrisas, y guía nuestra mano con la noble intención de que el primer capítulo que escribimos, por si acaso, sea el más feliz de nuestra incierta existencia. Cuando la Madre, que nos ha enseñado a andar y a escribir, desinteresadamente  sigue  , incluso desde la distancia,  alumbrando  cada noche nuestro escritorio en ese momento en el que cerramos el capítulo del día, e imaginamos el del siguiente. Cuando eso ocurre, Madre pasa de ser el Título más Noble, a convertirse en un Estado de Gracia Plena, y su Luz, que se acabará apagando en la Tierra, un día pasará a ser la de una Estrella: Dolores. ¡Gracias Madre!

Dolores.

Hoy se cumplen diez años del fallecimiento de madre, Dolores: una infancia en guerra, veinte años con el reloj social girando al revés, cuatro décadas de sumisión y trabajo duro, aquí y en el extranjero. Dos hijos bien criados, una jubilación merecida pero efímera, truncada por la enfermedad y once años postrada en la cama; en coma vegetativo. Una tragedia vaticinada por su nombre. Oración: Qué gran abuela se perdieron mis hijos. ¡¡Redios!!