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Mostrando entradas de mayo, 2020

'El castigo de Lonchinos' Capítulo X: Paola

Cuando regresé al hospital, Paola se encontraba en el baño. Llamé a la puerta, pero no respondió; insistí, y nada. Una súbita sensación de tragedia me invadió. Abrí la puerta de un empujón. Paola estaba sentada en el suelo, cabizbaja, con el cuerpo apoyado en la esquina de la ducha. Sus muñecas tendidas sobre la loza, alimentaban sendos chaquitos de sangre que se filtraban por debajo de sus muslos, para emerger de nuevo entre sus piernas llevándose por el sumidero, sin prisa, y sin pena, los últimos bocaditos de su Vida. Un minuto más tarde, y la hubiera encontrado muerta. Diez días más tarde, cuando recuperó la consciencia, al vernos a Erika y a mí junto a ella sonriendo, rompió a llorar, y con un hilo de voz nos dijo: - Maldita sea, sigo aquí. Ya no sirvo ni para quitarme la vida. - No digas eso, mamá. Si te llegas a morir, yo me hubiera ido contigo –le respondió Erika, abrazándose a ella llorando. - No hija mía, no. Lo hice por ti, por vosotros. No tengo a nadie en el

'El Castigo de Lonchinos' Capitulo IX: Madrid

El viaje por carretera con el bebé fue agotador, pues, a pesar de que llevábamos la comida preparada,  para atender sus necesidades  tuvimos que parar varias veces, y en lugares en pésimas condiciones. Menos mal que Tao es una niña muy conformada y sólo lloró cuando realmente necesitaba algo. Llegamos a Madrid poco antes del toque de queda. Al margen de ayudar a Raquel, me había pasado el viaje mirando absorto por la ventanilla, sin apenas reparar en los numerosos daños y estragos; incluso cuando ya era noche cerrada, observando inmutable duras escenas post-apocalípticas, de chabolas rodeando hogueras en lo que antes eran polígonos industriales, barrios dormitorio; cientos de vehículos abandonados y desmantelados. Quizá fuera por esto que el “Primer Mundo”, o lo que quedaba de él, de entrada, apenas sorprendió a los Nako. Obsesionado en mi preocupación por Erika, acabé olvidándome de quienes me acompañaban: Tao, Raquel, Tumaini y Mizelede; ni siquiera para reflexionar si había he