'El castigo de Lonchinos' Capítulo X: Paola

Cuando regresé al hospital, Paola se encontraba en el baño. Llamé a la puerta, pero no respondió; insistí, y nada. Una súbita sensación de tragedia me invadió. Abrí la puerta de un empujón.

Paola estaba sentada en el suelo, cabizbaja, con el cuerpo apoyado en la esquina de la ducha. Sus muñecas tendidas sobre la loza, alimentaban sendos chaquitos de sangre que se filtraban por debajo de sus muslos, para emerger de nuevo entre sus piernas llevándose por el sumidero, sin prisa, y sin pena, los últimos bocaditos de su Vida.

Un minuto más tarde, y la hubiera encontrado muerta.

Diez días más tarde, cuando recuperó la consciencia, al vernos a Erika y a mí junto a ella sonriendo, rompió a llorar, y con un hilo de voz nos dijo:

- Maldita sea, sigo aquí. Ya no sirvo ni para quitarme la vida.

- No digas eso, mamá. Si te llegas a morir, yo me hubiera ido contigo –le respondió Erika, abrazándose a ella llorando.

- No hija mía, no. Lo hice por ti, por vosotros. No tengo a nadie en el mundo. No puedo cuidar de ti, y no podría vivir con la nueva familia que ha formado tu padre. Estoy de más aquí –le decía mientras acariciaba su cabello y trataba de levantarle la cabeza para verle la cara.

- ¿Pero qué dices? Eso no volverás a decirlo más porque no permitiremos que vuelvas a pensarlo –le dije con contundencia, y añadí–: te voy a incorporar un poco la cama, queremos que conozcas a alguien.

Levanté la cama y, con un gesto convenido, le hice saber a Raquel que ya podían pasar.

A pesar de los empujones de Tumaini, Mizelede tomó ventaja y fue el primero en ponerse junto a la cabecera de la cama; pero Tumaini, siguió disputando su puesto disimuladamente hasta que Raquel, con Tao en brazos, les hizo apartar con su majestuoso porte maternal.

- Esta es la pequeña Tao, yo soy Raquel, ellos son Tumaini y Mizelede. Todos queremos ser tu familia. Nunca más te sentirás sola, de eso puedes estar bien segura.

- Déjame verla. Qué preciosidad. Es guapísima, y con ese pelo tan bonito, y qué abundante. Tendrá una melena preciosa. Menos mal que ha salido a ti. –le dijo a Raquel, tratando de bromear por mi alopecia.

- ¿Te gusta la astronomía? –le preguntó Tumaini con su incipiente español.

- Me encanta mirar a las estrellas, pero me gusta más la astrología –le confesó Paola.

- Pues te hemos traído un regalo. ¿A qué esperas? Dáselo –ordenó a su hermano.

Mizelede le entregó un libro de astrología, que, a recomendación mía, le habían comprado.

- Mil gracias –agradeció sinceramente Paola, pero entonces se percató de que la muchacha no tenía brazos, y, extendiendo los suyos vendados para traerla hacia sí, añadió–: pero… ¡Dios mío! ¡Que te pasó! ¿Quién te hizo esto?

- Es larga historia. Algún día te la cuento, yo. ¿Sabes? También intenté “suicider”, y Gil me va a salvar; como a tu. Es nuestro héroe –confesó Tumaini con ingenua sinceridad, y en su incipiente español.

Me negué rotundamente a que Huangh me utilizara para su propaganda cuando trató de presentarme ante la Junta de Gobierno de la recién proclamada Tercera República Española como un héroe regresado de África; tampoco quise asistir con la delegación diplomática china al nombramiento de Rosa Díez como presidenta de la república. Me quedé en casa con Tao y Paola; los demás fueron todos, incluido Alex el novio de Erika.

Con la instauración de la república, las cosas en Madrid mejoraron muy poco, y lo poco fue gracias a que, en cuanto nuestro gobierno aprobó el plan “Lonchinos” según el cual se daría prioridad total a los requerimientos de China para la reactivación del giro terrestre, lo que incluía prácticamente carta blanca para todo tipo de actividades político-social-económico-militares en territorio español, los chinos regalaron los primeros diez millones de tablet marca “HuanWen”, con conexión 5G vía satélite gratuita, y acceso a un nuevo internet llamado “AURORA”, y abono Premium a un nuevo servicio de paquetería denominado “ARIZON”; lo que, de inmediato, nos devolvió al siglo XXI, pero de un modo muy parecido a como se vivió durante el confinamiento por la pandemia COVID. La gente, “narcotizada” por la red, se puso totalmente al servicio de la “nueva normalidad”, que repartía horas de trabajo “on-line” bajo demanda, a cambio de una renta universal; eso sí, salvo raras excepciones incluidas las “misiones laborales”, no se podía viajar entre las diferentes autonomías, lo que “de facto”, y de un modo totalmente indeseado incluso para los más defensores de ese modelo, convirtió a nuestra ansiada República Española en una auténtica Federación de Estados Independientes, llegando en algunos casos como Aragón a un modelo de autarquía, comparable a la vivida en la posguerra.

A nosotros, como ciudadanos chinos, nos entregaron un “aparatito” para cada uno, al que Erika y yo siempre miramos con recelo; así pues, en casa de Raquel, donde vivíamos todos, Alex nos preparó una versión muy mejorada de su aislador acústico, para guardarlos cuando queríamos tener intimidad, viendo unos pilotos luminosos externos cuando alguien nos llamaba.

Como seguía el toque de queda, no se vislumbraba que pudiera mejorar la desigualdad social, ni siquiera los servicios esenciales como el transporte público, la “violencia” callejera era brutalmente reprimida con medios “cedidos” por el nuevo Imperio; vivir en la ciudad se convirtió un recuerdo permanente de que en realidad nos encontrábamos en un estado de sitio, por no decir de ocupación. Otro detalle: los coches, autobuses, camiones, excavadoras, en general todo aquello que tuviera motor; conforme iba siendo reparado era inmediatamente transportado por los chinos a África. En este panorama, a pesar de nuestros privilegios, y quizá gracias a ellos, decidimos abandonar Madrid e irnos todos, incluido Alex, a vivir a una finca de campo que Raquel había heredado de su hermano el obispo en Tarazona, pues éste no había superado un rebrote del COVID posterior al “evento”.

Ciertamente éramos unos auténticos privilegiados: una finca con tres casas separadas, un pequeño establo, huerto, prados, una alameda y un riachuelo, el Queiles, que partía en dos la hectárea y media de terreno rodeado por un muro; lo que nos permitía vivir de un modo que casi podría decirse autárquico; obviando, claro está, el hecho de que… Vamos a decirlo sin rodeos: al ser ciudadanos de primera, donde no llegábamos con nuestra cosecha y la pequeña granja, llegaban los tentáculos del Nuevo Imperio Chino.

Como la finca tenía tres casas, en la más grande vivíamos Raquel, yo, la niña y Tumaini, que, como Mama Zulile, no le quitaba ojo de encima ni de día ni de noche. En la otra Paola, Erika, Alex y Mizelde. Entre los chicos surgió una entrañable amistad, sobre todo cuando ambos descubrieron su gusto por la agricultura y la ganadería, y Alex encontró en Mizelede un ingenioso colaborador para sus artilugios electro-mecánicos, que mejoraban las tareas más farragosas, como una bomba eólica para ampliar la zona regable del huerto.

En la tercera casa se hospedaban Huangh y Wen las veces que venían a visitarnos, hasta que Wen quedó embarazada y se quedó a vivir de modo permanente mientras Huangh seguía con su actividad “diplomática”. Incluso el pequeño Qiang nació allí, para lo que se desplazó en dos helicópteros militares un hospital de campaña completo. Fue como si hubiera nacido un pequeño emperador, o puede que así fuera realmente algún día ser verá. Era verano, y durante varios días llenaron la finca un séquito de funcionarios y funcionarias chinas y personal sanitario español, entre los que se encontraba Carolina, de quién no sé cómo puñetas llegaron a tener noticia.

Adornaron con guirnaldas la finca, sonó música china día y noche, en las que, rodeando las orillas del cercano embalse de Val, soltaron un montón de barquitos de papel con lamparitas de cera dentro, y también por el riachuelo que sale de él hasta cruzar nuestro terreno, convirtiéndolo en un reguero de candelitas. La verdad es que fue conmovedor, sobre todo cuando, alrededor de una hoguera, nos reuníamos todos recordando nuestras noches en África, a Mabibi, Amandine, Athanase, Mama Zulile, la Vía Láctea, la Aurora Ecuatorial. Tumaini relatando las constelaciones, la leyenda del viejo Lonchinos, Celine… ¡Cuántos recuerdos! Y a la mañana siguiente una sorpresa inesperada: sin previo aviso, se presentaron en casa David y Andrés. Estaban vivos, y con muy buen aspecto.

Raquel, que no podía dar crédito a lo que estaba viendo, me entregó a la pequeña, y corrió a abrazarse a él. David le correspondió con un largo y cariñoso abrazo, y palabras entrecortadas por la emoción. Estuvieron así hasta que David, mirando por encima de los hombros de Raquel vio a la pequeña Tao que estaba en mis brazos.

- Pero… ¿Qué están viendo mis ojos? ¿De quién es esta preciosidad? ¿Es tuya? –dijo refiriéndose a Raquel.

- Se llama Tao –le dijo, orgullosa y emocionada.

- ¿Tao? Se te parece un montón, pero es aún más guapa que tú –gritó mientras la cogía en brazos obsequiado por una sonora sonrisa de la pequeña.

- También es hija mía –le informé algo celoso.

- Ya, seguro, pero ella es guapa, y tiene pelo –bromeó, y siguió–: en serio, me alegro muchísimo de habernos reencontrado y de veros tan bien, y tan felices a todos. Anda ven, dame un abrazo Gil, que esta vez no nos caerá un meteorito encima.

- No sabes cuánto me alegro de verte tío –le dije sinceramente, mientras le correspondía en el abrazo.

- ¡No me digas que tú eres…! -exclamó a ver a mi otra hija.

- Soy Erika, la hija mayor de Gil, y este es Alex, mi novio.

- ¡Eres preciosa! Seguro que has salido a tu madre. ¿A que sí?

- Bueno –repuso la muchacha, algo azorada.

- Pues este es Andrés, mi marido. No es tan guapo como Alex, pero también es un gran tipo. Ya verás, seguro que nos vamos a llevar los cuatro muy bien.

- Seguro –afirmó Alex, mientras le tendía la mano con decisión.

- ¿Paola? –preguntó David, temeroso de equivocarse.

- Sí, yo soy Paola, encantada de conocerte. Raquel y Gil me han hablado mucho de ti.

- Espero que bien.

- Desde luego que sí.

- Pero bueno, bribón –me dijo abrazándome de nuevo con la fuerza de un oso, y añadió–: ¿Es que sólo sabes rodearte de mujeres hermosas? Y hablando de mujeres hermosas, ¿Dónde está la más guapa de todas?

- Ven, no se han enterado de que habéis llegado, están en el establo, dando de comer a los conejos –le dijo Raquel, tomándole de la mano.

Tumaini no estaba en el establo, bueno sí, estaba sobre el establo. Como tantas noches de verano, después pasarla mirando las estrellas, tapada con una manta, se había quedado dormida sobre una plataforma de madera que le preparé sobre el tejado de chapa. Con el bullicio se había despertado, y llamaba a gritos a su hermano, que sí les estaba dando de comer a los conejos, para que la ayudara a bajar.

- ¿Dónde te has metido holgazán? Ven a bajarme ahora mismo. Me estoy meando, ¿no querrás que lo haga encima de ti?

Mizelede corrió a ayudarla, y aún no habían puesto los pies en tierra cuando reconoció a David que se acercaba a buen paso. A punto estuvieron de caerse los dos hermanos, para salir corriendo hacia él:

- ¡Daviiiid! ¡Daviiiid! ¡Estás vivo! ¡Estás vivo! –corearon.

- ¡¿Dónde están la estrella más bonita del firmamento, y el cazador más valiente de África?! –gritó él.

Si nuestros abrazos con David y Andrés fueron fuertes y cariñosos, el de Mizelede, acompañado de los empentones de Tumaini, que había crecido hasta convertirse en una mujerona, estuvieron a punto de convertirse en una melé por el suelo del corral. Cuánta sinceridad, cuánto cariño y agradecimiento.

- ¡David! ¡David! ¡Has vuelto! ¡No te irás más! ¡Te vas a quedar a vivir con nosotros! Raquel dile que se quede, por favor –insistían ambos.

- Tranquilos, tranquilos, me quedaré un tiempo, y nos veremos muchas veces; pero mirad, os he traído un regalo a cada uno.

A Mizelede le había traído una equipación completa de la última temporada del Barcelona interrumpida por el meteorito; a Tumaini, un ejemplar de la National Geographic en el que salía un mapa del firmamento igual al que ella tenía en su habitación de Malinde. Entonces caí en la cuenta de que nunca le había dicho que había sido pasto de las llamas.

David, que a pesar de su buen aspecto parecía haber envejecido el doble del tiempo transcurrido, nos contó las terribles vicisitudes por las que tuvieron que pasar en su regreso a Kisangani, donde, gracias a la presencia de los civiles, quedaron acantonados hasta el desembarco chino. Luego, todo mejoró, pues éstos sofocaron sin problemas cualquier atisbo de insurgencia. Finalmente volvieron a Butembo acompañando a las fuerzas de la ONU, donde Koldo e Iker decidieron quedarse “a su bola” al servicio de nuevo orden; de allí, cuando recibieron la orden de repatriación de los paquistaníes, viajaron hacia el Este, y embarcaron rumbo a la India donde finalmente se separaron de sus amigos los “paquis”, que tomaron rumbo a su país, mientras el equipo de Raquel se dirigía a China.

- Lloramos durante horas –nos reconoció David.

- Hasta Sandokan lloró, y nos dijo que le diéramos recuerdos a Raquel –reconoció Andrés.

- Y para mí ¿No os dio recuerdos para mí? –pregunté bromeando.

- Pues no. –reconoció Andrés.

- Lo suponía.

- Que sí, que nos dijo que si os volvíamos a ver te diéramos un abrazo, pero que no dijeras tantas palabrotas –añadió gracioso, seguramente mintiendo piadosamente.

David y Andrés se quedaron dos semanas en la finca, y así podíamos haber seguido felices hasta el fin de nuestra existencia, pero sabíamos que ésta sería efímera; pues, aunque una vez atenuados los efectos telúricos del evento, y con ellos se apaciguaran los terremotos y los volcanes; y puesto que el alargamiento de los días en los primeros tres a cinco años incluso mejoraría el clima terrestre haciéndolo más cálido y húmedo; después todo empeoraría de modo exponencial. Además, nuestros privilegios derivaban de nuestra responsabilidad, por lo que nuestra colaboración con la actividad política de los chinos no podía cesar. Convencido y dominado el bloque Euroasiático, con África ya bajo dominio chino incluso antes del evento, aún quedaban Inglaterra, América y Oceanía. Así que pronto volvieron las obligaciones diplomáticas.

Yo no quise ir a Londres, fueron solas Raquel y Tumaini, alguien tenía que hacerse cargo de la “Hacienda de los Benetton”, así nos habían bautizado en el cercano pueblo de los Fayos, incluso en Tarazona, donde solíamos pasar alguna tarde tomando un café.

Todo empezó sin apenas darme cuenta, y desde luego de un modo completamente involuntario. Las largas ausencias de Raquel nos dejaron a Paola y a mi expuestos a la impensable posibilidad de que nuestros sentimientos del pasado pudieran renacer de sus cenizas. La primera en experimentarlo fue Erika, que ansiosa por recuperar una familia rota, vivía nuestro reencuentro con la misma emoción que su pasión por Alex. Luego Paola, que cada vez que me ayudaba con Tao, acababa yéndose a llorar sus penas. Yo lo sabía porque Erika venía corriendo a preguntarme qué había ocurrido, entonces yo la buscaba para consolarla y siempre acabábamos hablando de lo bien que lo pasamos los primeros cuando nació nuestra hija, y que la pequeña Tao le hacía saltar las emociones.

- A veces imagino que Erika es mi amiga (su mejor amiga de la juventud también se llamaba así), y la pequeña Tao es nuestra niña –me confesó un día.

- No debes pensar así. Aquellos momentos los vivimos; realmente fuimos felices, eso nadie podrá quitárnoslo, pero no pueden volver. No se puede vivir en el pasado –traté de corregir su delirio.

- Lo sé, lo sé. Lo estropeé todo. Lo sé. Si al menos pudiera tener otra oportunidad.

- Y la has tenido. Todos la hemos tenido. El Planeta entero la ha tenido; y nosotros mucha suerte. Bueno tú has perdido a Toni, pero ahora nos tienes a nosotros. Prometí que cuidaríamos de ti. Nunca más volverás a sentirte sola.

- Sí, pero… Todavía soy una mujer joven. ¿Tú crees que todavía…? –me preguntó, atusándose los cabellos, y mostrándome lo mucho que había recuperado de lo hermosa que fue.

- Paola, por favor, no me hagas esto. Estoy con Raquel, y la quiero, tú lo sabes. No me obligues a recordarte que lo nuestro terminó hace muchos años.

Paola se me quedó mirando a los ojos, sonrió cínicamente, se levantó y se fue diciendo:

- Todos los hombres sois iguales, de pensamiento único: sólo sabéis pensar en vosotros mismos.

Pasé varios tratando de comprender lo que me habría querido decir realmente y el porqué de su reacción tan inesperada. Paola no volvió a sacar el tema, pero hizo una piña con Erika, Tao, Wen y el pequeño Quiang; en la que yo sólo era bienvenido por las noches para acunar y contarle un cuento a la pequeña, aunque ésta siempre acababa durmiéndose en brazos de Paola, o Erika. Alex y Athanase también se resintieron de la situación.

- ¿Qué les hemos hecho? –me preguntaron los muchachos preocupados, cuando fueron exiliados conmigo, quedándose todas ellas y Quiang en la casa mediana.

- Vosotros nada, es sólo cosa mía.

- Pues no entiendo nada –se lamentó Alex.

- Eso es porque no tienes una hermana como la mía –repuso Athanase, y añadió–: no se trata de entenderlas, si no de comprenderlas –aquella madura reflexión me dejó perplejo.

Cuando se acercaba el día del regreso de Raquel y me pareció que faltaba demasiado poco tiempo, sonaron las alarmas dentro de mi cabeza. No porque necesitara estar más con Paola, o arreglarme con ella, no, simplemente porque necesitaba que ella superara definitivamente su situación, y en presencia de Raquel, quieras que no, resultaría todo mucho más difícil.

No podía decirse que yo hubiera vuelto a enamorarme de Paola, o que nunca hubiera dejado de amarla; no era eso. Aborrecía los engaños a los que me sometió, los años de desprecio, las malas jugadas de su familia y de Toni; las humillaciones a las que me vi sometido para poder seguir viendo a mi hija; el abandono final sobre sus obligaciones con Erika. Procuraba no olvidar nada de aquello, pero cuando la miraba ahora no la reconocía, era como si esta persona no tuviera nada que ver con aquella y me resultaba imposible culparla de algo.

 Desesperado, traté de darle un empujón a la situación.

- Mira Paola, no podemos seguir así, Raquel volverá el viernes, y no me gustaría que nos encontrara en esta situación. No ha pasado absolutamente nada que no se pueda contar; tú lo sabes, pero las mujeres tenéis un sexto sentido, y Raquel no tardará en darse cuenta de que algo raro nos está pasando; de ahí a gestarse la desconfianza sólo hay cualquier desliz.

Paola se me quedó otra vez mirando fijamente y me espetó:

- ¿Tú crees que David, estaría dispuesto a acostarse conmigo?

- ¡¿Qué?! –no podía salir de mi asombro.

- ¿No lo ves capaz? ¿Tan estropeada estoy? –me preguntó mostrándose realmente bella.

- No estás estropeada, pero... ¿Acaso te has vuelto loca? David es homosexual.

- Precisamente por eso.

- Perdóname, pero creo que te estás volviendo loca.

- Pues Erika y Wen no piensan lo mismo.

- Pero… ¿De qué vais? ¿Os habéis vuelto todas locas? Y ¿Cómo puedes hablar de eso con nuestra hija? –le pregunté realmente enfadado.

- Quiero ser madre otra vez, y la única opción que se me ocurre, dadas las circunstancias, es esa. ¿Se te ocurre a ti otra mejor?

- ¡Ni lo sé, ni me importa! ¿Cómo puedes preguntarme algo así?

- Ya tienes una hija, y todavía nos queda mucho que hacer por ella.

- Y lo haré, ¿Qué te crees? Tengo cuarenta y tres años, me he recuperado completamente y necesito demostrar que soy capaz de hacer algo por mí misma en la vida.

- A tu edad los riesgos son mayores, y ahora mismo el sistema sanitario no está pasando por su mejor momento. ¿Has valorado los riesgos?

- Wen me ha dicho que no me preocupe de nada, me tratarán sus mejores médicos con sus mejores medios.

- Perdona que te lo diga, pero no me parece una buena idea.

- Está bien, ¿ves? No se puede hablar con vosotros de estas cosas, todos os creéis con la exclusiva.

- ¿Todos? ¿A quién más te refieres? –le pregunté muy intrigado.

- No creas que esto es un capricho que me ha venido al verme rodeada de bebés, se lo planteé muchas veces a Toni, y siempre se negó.

- No sé. No lo veo. Tendría que hacerme a la idea –confesé, entre aturdido y aliviado de que al menos no fuera nada íntimo entre ella y yo.

- Olvídalo.

- ¿Y si David se niega? ¿Se te ha ocurrido pensar en ello?

-  Raquel me dijo que hablaría con él en cuanto volviera de Inglaterra. Ya tengo ganas de que vuelvan.

- ¿Raquel? ¿También está ella está metida en esto?

- Por supuesto. Si es niño se llamará como el padre. Si es una niña se llamará Amandine, lo propuso Tumaini. Seríamos una gran familia.

- <<Date por jodido David –pensé.>>

Tumaini regresó de Londres desolada y muy, muy enfadada. No comprendía porqué los ingleses se habían negado a pactar con China en solitario, aduciendo para ello que la reina se encontraba indispuesta para ratificar acuerdo alguno, y era conveniente esperar a después de sus elecciones generales previstas para dentro de tres meses, tomando la decisión de modo unánime en una asamblea de la ONU, que debía celebrarse en Nueva York.

- ¿Encontrarse indispuesta? ¿No será que no la encuentran? –bromeó David, quien parecía encantado con la extraña propuesta que minutos antes le había hecho Paola en privado. Claro que él había puesto la condición de que la fecundación fuera “in vitro”, algo que ella aceptó de buena gana.


Capítulo 11, Tumaini.

Mientras se preparaba la gran asamblea de la ONU en Nueva York la delegación “Beneton”, así nos llamaban también en todo el mundo, retomó la asamblea pendiente en Ginebra. 

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