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'El castigo de Lonchinos' Capítulo XII: Ecuador

Dos meses más tarde, tras cruzar el Atlántico, esta vez a bordo de un submarino norteamericano que se había salvado porque se encontraba oculto en el mar de China cuando el evento, Tumaini, vestida con un qipao de seda celeste, estampado con un dragón rojo y dorado cruzando su pecho en diagonal como la bandera de su país, y una estrella dorada en su hombro derecho; repitió su mismo discurso en inglés y español ante la Asamblea de las Naciones Unidas en Nueva York. Allí se encontraban todos los representantes de América, Oceanía y el Reino Unido-Commonwealth, con el centenario Noam Chomsky, presidente de los USA, como Secretario General. Al igual que en Eurasia, la reacción de América-Oceanía fue rotunda, y arrastró al Reino Unido-Commonwealth que seguía sin “encontrar bien” a su reina. La proposición Euroasiática, liderada por La CEE, China y Rusia fue aprobada por unanimidad. Había llegado el momento de poner a toda la Humanidad a sus órdenes, y nadie estaba en condiciones de impe

'El Castigo de Lonchinos' Capítulo XI: Tumaini.

Mientras se preparaba la gran asamblea de la ONU en Nueva York la delegación “Beneton”, así nos llamaban también en todo el mundo, retomó la asamblea pendiente en Ginebra. Mientras Paola y David se quedaba con Wen “consumando” su acto de laboratorio, Tao y yo acompañamos a la delegación china en su viaje a Ginebra donde Tumaini Nako daría su famoso discurso ante la HOPE en la Sala de los Derechos Humanos de las Naciones Unidas. Transcribo aquí sus palabras; las cuales, os garantizo, fueron redactadas por ella misma delante de mí, con ligeras mejoras de estilo hechas por Raquel. Dijo así: Secretaria General, Delegados de la HOPE, Miembros de la Asamblea de la ONU, me llamo Tumaini Nako; nací hace unos dieciséis años en Malinde, República Democrática del Congo, y he venido hasta aquí para ofreceros mi ayuda. Seguramente ya estáis pensando todos en qué ayuda puede prestar a vuestra encomiable labor de dirigir la recuperación de una Humanidad diezmada por un desastre global, una

'El castigo de Lonchinos' Capítulo X: Paola

Cuando regresé al hospital, Paola se encontraba en el baño. Llamé a la puerta, pero no respondió; insistí, y nada. Una súbita sensación de tragedia me invadió. Abrí la puerta de un empujón. Paola estaba sentada en el suelo, cabizbaja, con el cuerpo apoyado en la esquina de la ducha. Sus muñecas tendidas sobre la loza, alimentaban sendos chaquitos de sangre que se filtraban por debajo de sus muslos, para emerger de nuevo entre sus piernas llevándose por el sumidero, sin prisa, y sin pena, los últimos bocaditos de su Vida. Un minuto más tarde, y la hubiera encontrado muerta. Diez días más tarde, cuando recuperó la consciencia, al vernos a Erika y a mí junto a ella sonriendo, rompió a llorar, y con un hilo de voz nos dijo: - Maldita sea, sigo aquí. Ya no sirvo ni para quitarme la vida. - No digas eso, mamá. Si te llegas a morir, yo me hubiera ido contigo –le respondió Erika, abrazándose a ella llorando. - No hija mía, no. Lo hice por ti, por vosotros. No tengo a nadie en el

'El Castigo de Lonchinos' Capitulo IX: Madrid

El viaje por carretera con el bebé fue agotador, pues, a pesar de que llevábamos la comida preparada,  para atender sus necesidades  tuvimos que parar varias veces, y en lugares en pésimas condiciones. Menos mal que Tao es una niña muy conformada y sólo lloró cuando realmente necesitaba algo. Llegamos a Madrid poco antes del toque de queda. Al margen de ayudar a Raquel, me había pasado el viaje mirando absorto por la ventanilla, sin apenas reparar en los numerosos daños y estragos; incluso cuando ya era noche cerrada, observando inmutable duras escenas post-apocalípticas, de chabolas rodeando hogueras en lo que antes eran polígonos industriales, barrios dormitorio; cientos de vehículos abandonados y desmantelados. Quizá fuera por esto que el “Primer Mundo”, o lo que quedaba de él, de entrada, apenas sorprendió a los Nako. Obsesionado en mi preocupación por Erika, acabé olvidándome de quienes me acompañaban: Tao, Raquel, Tumaini y Mizelede; ni siquiera para reflexionar si había he