'El Castigo de Lonchinos' Capítulo XI: Tumaini.
Mientras se preparaba la gran asamblea de la ONU en Nueva
York la delegación “Beneton”, así nos llamaban también en todo el mundo, retomó
la asamblea pendiente en Ginebra.
Mientras Paola y David se quedaba con Wen “consumando” su
acto de laboratorio, Tao y yo acompañamos a la delegación china en su viaje a Ginebra
donde Tumaini Nako daría su famoso discurso ante la HOPE en la Sala de los
Derechos Humanos de las Naciones Unidas.
Transcribo aquí sus palabras; las cuales, os garantizo,
fueron redactadas por ella misma delante de mí, con ligeras mejoras de estilo
hechas por Raquel. Dijo así:
Secretaria General,
Delegados de la HOPE, Miembros de la Asamblea de la ONU, me llamo Tumaini Nako; nací hace unos dieciséis años en
Malinde, República Democrática del Congo, y he venido hasta aquí para ofreceros
mi ayuda.
Seguramente ya estáis
pensando todos en qué ayuda puede prestar a vuestra encomiable labor de dirigir
la recuperación de una Humanidad diezmada por un desastre global, una pobre
muchacha mutilada y analfabeta, que no tiene ni la capacidad de llevarse por sí
misma un trozo de pan a la boca, aunque se lo pongan en el plato.
Quizá algunos ya
estáis pensando que, si alguien me ha traído hasta vosotros con el propósito de
dirigir vuestras miradas hacia la siempre maltratada África, ese momento ya
pasó, pues ahora todos estáis bajo las mismas penurias, cuando no peores.
Otros ya podéis estar
pensando que ésta es otra puesta en escena, subversiva y lastimera, como la
bronca malograda que os metió a todos Greta Thunberg, pues otra vez pensáis que
es con la intención oculta de haceros ceder en vuestro derecho al desarrollo,
en favor de aquellos que menos perjudicados resultaron, y que reconozco son
quienes ahora me han traído aquí.
Quizá algunos de
vosotros ya sepáis que Tumaini significa en suajili Esperanza, y que por lo
tanto estoy aquí para ofreceros un discurso lastimero del presente y exaltador de la fe en el futuro; preparado
concienzudamente para hurgar en vuestras conciencias, obligándoos a ceder en
vuestra generosidad por compasión.
Desde ahora os digo, que
estáis todos equivocados.
No vengo a ofrecer
esperanza a la HOPE. No se puede ofrecer esperanza cuando no se tiene. No
recuerdo haber tenido nunca esperanza: cuando mi padre no volvió de la guerra,
cuando mi madre no lo hizo de los campos de algodón, cuando a los nueve años el
hermano de mi vecino me violó y me amputó los brazos con un machete; quizá para
que nunca pudiera señalarle con el dedo; cuando milagrosamente sobreviví y
quedé huérfana bajo el cuidado de mi abuela anciana, y con un hermano menor, a
quien debía ayudar a no caer en la tentación de la venganza; cuando mi mejor
amiga estuvo a punto de morir asesinada por los niños soldado; cuando un pedazo
de universo se nos vino encima y me arrebató a Mabibi, y con ella sus manos que
también eran las mías; cuando mis compatriotas me repudiaron…
No. Nunca hubo en mí
otra esperanza que la de mi nombre; es más, siempre lo he odiado porque me
parece una burla del destino, que; en lugar de acabar con mi desesperación, ha alargado
cruelmente mi agónica existencia.
Un día la esperanza me
asaltó en mi caminar diario sobre un fragmento del ecuador, poniéndome en manos
de las personas más maravillosas del mundo. Era otra burla, pues no tardé en
darme cuenta de que sólo era un espejismo pasajero, y que lo peor estaba por
venir, mejor dicho, ya había venido, pero se iba a tomar su tiempo en acabar
con todos nosotros.
Cuando tuvisteis la
oportunidad de echar el freno de emergencia, no lo hicisteis; seguisteis
obsesionados con crecer y crecer al precio que fuera en un mundo con recursos
limitados. Con la pandemia COVID tuvisteis el primer gran aviso, y vuestra
única decisión fue encerrar a los desheredados, procurar refugio para los
elegidos, y alzar vuestras insolentes miradas al universo buscando nuevos horizontes
para ellos. El portador del terror estaba ahí, frente a vuestros ojos, pero
cegados por la ambición no visteis que estaba a llamando a las puertas. Si
vosotros no parabais, él lo iba a hacer. Tuvisteis mucha suerte, vuestra madre
Tierra le echó un pulso y le ganó. Soportó su titánica embestida con la fuerza
invisible de la supervivencia, pero quedó herida de muerte. Su pobre corazón,
el que nos da la vida a todos, se está deteniendo irremediablemente. No lo
ignoréis, en el fondo sabéis que no es un espejismo de la relatividad, o de la
mecánica cuántica, como afirman vuestros científicos apesebrados. No me importa
si con mis palabras os estoy haciendo sentir incómodos, el sufrimiento que me
han infringido me da derecho a miraros a los ojos y echaros la culpa; pues,
aunque no lo queráis reconocer, todos sois cómplices.
Mientras vosotros
buscabais fortuna en el Cosmos, yo pasaba las noches sobre mi tejado de zinc
hablando humildemente con el firmamento, escuchándolo, viviendo dentro de él,
ansiando disolverme en él; y aunque no paraba de advertirme, reconozco que,
cegada por mi propia conmiseración, también tardé en comprender.
Sin embargo, un día oí
la leyenda del viejo Lonchinos, castigado a caminar eternamente alrededor de la
luna por su mala conducta, y me sentí identificada con él; yo también había
estado castigada a caminar descalza todos los días yendo y volviendo sobre
nuestro ecuador, me iba la vida en ello y no encontraba la razón. Pasé mi
infancia pensando que, si esa había sido mi condena, tenía que existir un
motivo. Pero… ¿Podía realmente existir alguno? Tardé en comprenderlo, no era
una condena, sino una revelación echa en mi propia carne. Lo había perdido todo
menos las piernas, la cabeza y el corazón: el castigo no era para mí, sino para
toda la humanidad, y hacéroslo comprender era mi misión.
No tengo esperanza
para daros. Tampoco os serviría para nada. No es tiempo de esperar, ha llegado
el momento de actuar, debéis hacerlo todos, con todas vuestras energías, y de
inmediato. Olvidad a aquellos egoístas que antes de meterse en sus escondites
os dejaron el encargo de cuidar de sus haciendas. Aunque un día su paranoico
reloj atómico los libere, tampoco tendrán la oportunidad de volver a ellas, y
si lo hacen, no encontrarán nada, ni a nadie para recibirles.
Ha llegado el momento de
levantar vuestras rodillas del suelo, poneros en pie, y, unidos todos por las
manos, darle un gran abrazo a nuestra madre Tierra.
Así pues, estoy aquí
para ofreceros a todos lo único que he hecho en mi efímera vida: caminar con la
cabeza bien alta sobre el ecuador, pero ahora hacerlo siempre en un mismo
sentido hasta la extenuación, o hasta que nuestra madre Tierra, recupere el
pulso de su corazón.
¡Muchas gracias!
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