La Llama Eterna: Relato XIII –“Esponjita”-
Texto extraído del programa de RNE "Sinfonía de la Mañana", por Martín Llade.
Era una noche de tantas en el Hoirigen ante una mesa
desbastada con tabaco mediocre y un vino aún peor, pero a “Esponjita” eso
parecía darle igual. Comentaba a sus amigos, Lagner y Bauern Felt, los últimos
chismes que acababan de llegarle en torno a su persona. Si el vino era infame,
la expresión avinagrada de él, parecía la más propicia para degustarlo.
-¡Dicen por ahí que soy un borracho! –exclamó
indignado– Que me paso en día entero, de taberna en taberna, bebiendo vino de
Retz, Mosela y Tokaji ¿Habéis visto un bebedor mayor que yo?
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Maledicencias, querido amigo –trataban de
animarle.
Pero su indignación no tenía límite; igual que aquella
noche. Era cierto que todos le conocían, cariñosamente como “Esponjita”,
explicó; pero no como pudiera parecer por su afición a la bebida. El apelativo
se lo había puesto su padre de niño, al ver la rapidez con la que absorbía
cuanta música le enseñaban.
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A menos, claro está, que yo empezara a beber con
cinco años. Que todo es posible.
En ese momento entró un grupo de músicos con los estuches de
sus instrumentos; salían de tocar de la Opera, y no tardaron en reparar en la
presencia de “Esponjita”.
-¡Eh! ¡Maestro! –le dijeron–, a ver cuándo nos
escribes algo.
-A mí me prometiste un quinteto –dijo un
contrabajista–. Y a mí un cuartero –inquirió un violista.
Aunque, por lo general, era tímido y pudoroso; el pésimo
vino de aquella taberna, sabía también sacar lo peor de él. Propinó un puñetazo
a la mesa que dio con la jarra en el suelo, y se puso en pie. Los anteojos se
le cayeron al vaso de Lagner, pero no pareció advertir ello.
-¿Y qué os hace pensar que escribiré nada para
vosotros, canalla? No estáis a la altura de mi música, ni de mí.
Los músicos, lejos de indignarse, se echaron a reír. Él se
encorajinó todavía más.
-¿Para qué me molesto en tratar con musiduchos de
tres al cuarto? Volved a vuestro Querubini, o lo que sea que sabéis tocar. El
mundo aún no está preparado para la belleza de mi obra. Pero un día lo estará,
y os pesará no haber estado ahí para contribuir a mi gloria.
- ¿Pero quién te has creído que eres? –le dijo uno
de ellos a la par que imitaba sus torpes esfuerzos por mantenerse en pie.
-Yo soy Schubert –mascullo–. Frans Peter Schub…
“Esponjita” se desplomó sobre la mesa. Lagner y Bauer Felt,
que tampoco estaban demasiado ágiles, se apresuraron a cogerle en volandas y lo
sacaron de allí. Todavía resonaban las risas de los músicos a un kilómetro de
distancia.
-No podemos llevarlo a su casa en este estado –dijo
Bauer Felt–; llevémosle a la mía que está aquí al lado.
Al subirlo por las escaleras empezaron a asustarse, porque
“Esponjita”, completamente pálido, seguía sin dar señal alguna de estar entre
los vivos. Bauer Felt bajó al pozo del patio, y lo resucitaron a golpes de cubo de agua; a la séptima
mojadura, el mozo prorrumpió en violentas toses. Lo metieron en la cama con una
bolsa de agua caliente. Lagner se fue a su casa, no sin sacarse del bolsillo
los anteojos de su amigo.
-Creo que ha perdido un cristal –dijo.
Bauer Felt, despertó dulcemente arrullado por los sones del
desvencijado piano de su salón. En él encontró a “Esponjta” en camisa tocando
una pieza que nunca le había escuchado antes.
Tratando de no hacer más sangre, le relató la agitada
discusión con los músicos.
-¡Ah! ¿Sí? ¿Eso les dije? –comentó Frans–, bueno,
no hay problema, ya les escribiré lo que me han pedido.
-¿Y así, sin más? Te advierto que no quedaste en
una posición muy amistosa con ellos.
-Bueno –le quitó hierro al asunto–, me perdonarán
cuando vean las preciosidades que les voy a componer. Son buenos tipos. Lo
entenderán.
Y se recreó primorosamente en la frase musical que parecía
ser el objeto de su nueva canción.
Creo que quedará bien con el poema “Para cantar
sobre el agua” –y estornudó ruidosamente–; aunque, visto lo visto, lo mejor
sería rebautizarlo como: “Para cantar debajo de ella”.
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