He leído por ahí, que somos polvo de estrellas. Pues por aquí, por Lecera, debió pulverizarse una gigante roja de corazón blanco, toda entera. Polvo de estrella, y agua del cinturón de Orión, digo yo. Con aquel polvo de estrella roja de corazón blanco, y el agua caída del firmamento, se formó el lodo del que viene (por evolución) la sangre viajera que corre por nuestras venas. Y es que, si algo nos caracteriza a los de Lecera son nuestras ganas de viajar. ¡Qué gracia me hizo, hace muchos, muchos años, conocer a unos zagales, descendientes de Lecera, que venían, nada menos que de Camberra! Aún guardo el sombrero que me regalaron. Polvo de estrellas viejas y rotas, y agua viva y pura, refugiada en el pozo profundo y fresco del que sacábamos agua con una garrucha. Agua con la que se amasaron todas las cosas que me encontré cuando vi la luz del Sol por vez primera, aquí, en Lecera: mi madre, pobrecita mi madre, mi padre, a quien tuve que esperar a que volviera de Francia, mi familia,...