POLVO DE ESTRELLA ROJA CON EL CORAZÓN BLANCO

 He leído por ahí, que somos polvo de estrellas.


Pues por aquí, por Lecera, debió pulverizarse una gigante roja de corazón blanco, toda entera.


Polvo de estrella, y agua del cinturón de Orión, digo yo.


Con aquel polvo de estrella roja de corazón blanco, y el agua caída del firmamento, se formó el lodo del que viene (por evolución) la sangre viajera que corre por nuestras venas.


Y es que, si algo nos caracteriza a los de Lecera son nuestras ganas de viajar.


¡Qué gracia me hizo, hace muchos, muchos años, conocer a unos zagales, descendientes de Lecera, que venían, nada menos que de Camberra! Aún guardo el sombrero que me regalaron.


Polvo de estrellas viejas y rotas, y agua viva y pura, refugiada en el pozo profundo y fresco del que sacábamos agua con una garrucha. Agua con la que se amasaron todas las cosas que me encontré cuando vi la luz del Sol por vez primera, aquí, en Lecera: mi madre, pobrecita mi madre, mi padre, a quien tuve que esperar a que volviera de Francia, mi familia, mi prima Pili, aquí presente, y su hermana Cristina; mis compañer@s de clase, vosotr@s, las maestras, La señorita Pilarín, Doña Aurelia, y los maestros, especialmente su esposo, Don Heladio, tan serio y formal.


 Parbulitos, y la "gota de leche" que perfumábamos con Cola-Cao. El Grupo Escolar.


El alcalde Viñuales; cuánto me gustaba el olor del colmado que regentaba, allí nació la palabra que más me gusta, "ultramarinos" cuya semiótica fue germen del que nació mi oficio de "mecánico de las palabras", y mi entrada en el gremio de escritores donde ya no me considero un diletante. Sí, mi amor por las palabras nació en la tienda de ultramarinos del señor Viñuales; con su puerta del cantón custodiada, nada menos que por una caja de madera llena de guardiaciviles perfectamente formados y muy salados, ellos.


El primer anuncio de neón "westinghouse", toda una inspiración para mi profesión eléctrica. 


El secretario Don Pedro y nuestra quinta, su hija Margarita.


El cartero, y su hijo más joven Toñín, hoy Antonio, nuestro admirado "líder".


Mis amigos, sólo amigos, porque entonces estaba mal visto tener amigas, o al menos eso creía yo;, pero ahora estamos aquí todas y todos, quizá "todes", que "tanto-monta", afortunadamente, digo yo. 


Los alberges verdes, que no dejábamos madurar. El guardia rural, y su escopeta de cartuchos de sal.


Don Antonio, el cura, con su sotana negra, sus labios sonrosados y trémulos, y sus manos aniñadas y blancas, que corríamos a besar agradecidos cruzando la plaza de la iglesia.


Su campana, cuyo tañer, aún hoy en día, cuando el desasosiego no la lía, me parece oír llamando a rebato dentro de mi corazón, mi rojo corazón, hecho de aquella gran estrella roja aquí desaparecida.


Las palomas de la torre, y mi azurel que creció clandestino en mi palomar vacío y que a punto estuvo de exterminarlas el día que mi padre lo indultó. Cómo lloraba yo, y como chillaba el cabrito extasiado mientras atravesaba con sus uñas de rapaz las pechugas de las palomas.


La tiza, hecha con el mismo polvo del corazón de nuestra buena estrella, y el yeso de los Virgilios, con el que nuestras casas duras, aún duran y duran.


Las gallinas del corral, los conejos, el tocino con su bochiga oculta, esperando a ver la luz para llenarla de aire por San Martín. El gallo Kiriko que me agujereó la barbilla, treinta y cuatro segundos antes de perder la vida y encontrar la cazuela.


Mi malogrado perro Pinto, que se ahogó en el último depósito. Vívora y su hermano, mi querido, casi mi hermano Moro, que vivió muchos años más hasta que, sordo como una tapia, se lo llevó por delante un coche en el rabal.


Las hormigas, las mariquitas, las sargantanas, los fardachos, las culebras, las arañas, los arraclavos, los cabezudos y las ranas, todos ellos condenados a muerte, de cuya sentencia dábamos cuenta y cuyos extensos exterminios tantas pesadillas me ocasionaron.


Las trilladoras, las aventadoras, el tractor y el raspón de la uva que, en otoño y desde la cooperativa vitivinícola, inundaba el pueblo de olor a humo y aroma de patatas asadas dentro de las pacas de "brisa", que se quemaban sin prisa.


¡Aaaah! ¡Que se me olvidaba! El espliego con su intenso perfume a lavanda procedente del alambique de destilación de su esencia, que un forano montaba todos los finales de verano en el manantial de la Mina.


Las sanguijuelas rojas del abrevadero de la balsa "la higuera". El yeso diluido en su agua, corazón de estrella protectora que se cristalizaba sobre  nuestra piel en verano,  y que, con un simple rastro de la uña, emergía blanco e impoluto delatando ante nuestras madres, de que nos habíamos bañado a escondidas. De nada había servido tratar de eliminarlo con nuestra saliva, también hecha con corazón de estrella protectora.


Los trigales, la cebada, la avena, el centeno; y la uva, ¡qué dulce la de Lecera! y su vino rojo !!Qué vino!! !Qué vino! Que vino, que  venía tanto, que venía todo, y así nos iba.


La harinosa, las rosquillas de anís, la "fruta de sartén", y la... "cabeza de mi abuela", que fui a recoger una mañana al horno de la Barbara, preguntando si ya estaba asada, entre el estupor y las carcajadas de todas las mujeres presentes que amasaban aquellas madalenas que tenían aceite del de "veras", harina no transgénica, y que sabían a Gloria, a gloria bendita.


Polvo de estrella gigante y roja, con su corazón de yeso blanco y puro, y agua fresca de la fuente de los "hermanillos", así somos los de Lecera: grandes y temperamentales, duros por fuera, pero tiernos por dentro. Pausados en el trato y explosivos en la fiesta. Nobles y afables. Viajeros incluso aventureros, buscadores y "encontradores" de los mejores tesoros del resto del Planeta; como en mi caso, mi amada Marta, buena masa madre para el mejor pan que nunca se acaba.


Así me considero yo, y eso que "literalmente" vine de París, no en un hatillo colgando del pico de la cigüeña, sino en la barriga de la madre que me parió, que tuvo el valor y la osadía de ser la única mujer que acompañó a su esposo en su extranjería laboriosa y agrícola, recogiendo remolacha en el norte de Francia. ¡Qué frío pasaron los pobres, por pobres!


Así os considero paisan@s mí@s, trocitos de aquella estrella roja, con su corazón blanco inmaculado, que yo he catalogado como "Z-5133-L", amasada con el agua de un lucero venido de más allá de la puerta de Tannhauser, que un día, hace 60 veces 60 millones de años se pulverizó sobre esta misma tierra, que hace 60 años nos vio nacer a nosotr@s; y por lo que ahora celebramos tod@s jubilosamente con motivo de éste nuestro primer 60 aniversario, pero habrá más sexenios, tiene que haberlos para tod@s, así que:


A PLANTAR FUERTE "QUINT@S!!!


Un fortísimo abrazo de vuestro Phineas, a 17 de junio de 2023.





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