Rumbo a Eea. 3 El Silencio.

Llevo tres días y dos noches a la deriva; mas, lejos de perdido, siento que cada vez estoy más cerca de mi destino, aunque no sé cuál es.

Mi último contacto con la realidad lo tuve entre Rion y Antirrion. Allí cayó la segunda noche de mi singladura. Recogí la vela, cené dos dátiles y me quedé dormido. En una vívida ensoñación pasé bajo un enorme arco de piedra que unía ambas ciudades, que debían estar en guerra, pues una lluvia de flechas flamígenas cruzaba sobre el angosto mar. Ignoraba que al otro lado me esperaría la más absoluta desolación.

Amaneció en el Peloponeso, desperté, o quizá no. Desde entonces voy flotando en un cielo azul cubierto por un mar azul, sin saber realmente si amanece desde las estrellas, o el sol brota desde el mar como una hermosa flor dorada.

 Flotando voy en un mar negro cubierto por un cielo azabache, sin saber si el ocaso con su luna plateada, surge del mar, o son millones de estrellitas y una ballena blanca, que abandonan el cielo para zambullirse en aquél. 

No sé si navego, si vuelo, o, si castigado por el hechizo de tu padre Helios, me he convertido en el Rey de mi propio sistema existencial, y todo gira y girará en torno a mí, hasta mi auto-combustión, circunvalado por la escoria muerta de mis recuerdos más pesados.

Abro los ojos, y aunque un cálido sol de invierno caliente mi torso desnudo, y mis piernas; una densa niebla nubla mis sentidos. Cegado por el resplandor de la luz de mi Determinación dispersa en los millones de diminutos cristalitos que llenan el vacío cuántico que dejan mis Deseos más profundos cuando son devorados por la Nada. 

Temeroso de que el viento fofo de la Esperanza hinche la vela y mi barca tome un derrotero del que además de no llevarme a ningún sitio, me será imposible volver, me siento incapaz de desplegar la vela de mi falúa.

Cierro los ojos, y me abruma el Silencio inquietante.

Impaciente y desolado, acallo mi propio corazón, para escuchar, propagado por mi niebla interior, el tañido lento de la campana del faro que una vez escuché y que me guió hasta el estrecho de Corinto, que me llevó a las costas de Eea. 

Si no lo encuentro pronto, no podré llegar, tampoco podré volver.


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