Rumbo a Eea. 1 La partida

  La pasada noche comenzó el invierno; lo sé porque de madrugada, atravesando el grueso forjado de hormigón y acero, he visto caer desde el techo y posarse mansa sobre el suelo de mármol negro, la última hoja del otoño. Las últimas hojas del otoño son distintas de todas las demás, pues éstas sólo se materializan cuando las observan; si yo no la hubiera visto, habría atravesado nuestro planeta hasta brotar nueva en la primavera de mis antípodas. ¿Quién se perderá de ella por mi insolencia?  Ojalá no la hubiera visto nunca.

  Me ha alcanzado el invierno a pesar de las pisadas cansadas y crujientes del otoño. No es el mejor momento, lo sé; pero llegará la nieve con el sordo estruendo de sus copos al caer, que recubrirán el bosque hasta que todas las hojas se consuman; por eso he aprovechado hasta el último momento, pues añoraré caminar con mis pies desnudos sobre las hojas secas del bulevar. Necesitaba grabar ese sonido fresco en mis recuerdos, por si, mientras dure mi travesía, lo necesito para poder volver.

Ha llegado el invierno. Al amanecer he subido a mi falúa, la he soltado del puerto, he desplegado su vela y, arrebatado por el agridulce recuerdo de la magia de Circe, he puesto rumbo a Oriente.

 ¡Oh, siniestro Hades! ¿Qué tribulaciones me sucederán en esta nueva odisea, ahora sin tripulación? Suplico que intercedas ante tu hermano Poseidón y  permita, por última vez, que alcance la costa más lejana, la de Eea, allí donde sé que llegaron las botellas con mis preguntas de náufrago en Tierra, y de donde no volvieron sus respuestas.

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