Rumbo a Eea. 5 El sueño de Helios

Tuve un sueño:
 
Incapaz de decidir si meter el mensaje que sostenía en mi mano izquierda dentro de la botella vacía que sostenía con la derecha, pasé horas con un corcho mordido entre mis dientes. 

Agotado por la duda, me quedé dormido.

Soñé que mi adorada Penélope y yo visitábamos a Zeus, el Padre. El recolector de nubes había atraído hacia sí toda la niebla de mi interior, llamándome a su presencia.  

Nos esperaba sentado en su trono. Con sus pies cubiertos por una bruma que me llegaba a la cintura, lucía majestuosamente y con aspecto renovado. Había cambiado de aposento. En éste, a pesar de la niebla, el naos aparecía más luminoso, seguramente por estar orientado hacia el mediodía.

Agradeció nuestra visita. Sin más preámbulos, conocedor de todos mis deseos, me dijo:

- Si quieres ver a Helios tendrás que subir a lo más alto del monte Athos, allí donde la niebla de tu incertidumbre no alcanza.

Obedecimos de inmediato. Ascendimos hasta allí donde mi niebla se convertía en la superficie de un mar de nubes grises; sobre las que Helios doraba los cabellos mojados que cubrían los pechos de la oceánide Perseis.

Helios sonrió a Penélope, pero a mí no me habló. Llamó a un buitre que sobrevoló mi cabeza con un siseo de plumas peinadas por el viento. Temeroso de que el buitre me llevase consigo al monte de Zoroastro, le ofrecí un ramillete de tomillo. Sin saber si lo aceptó, me desperté.

En mi mano izquierda ya no estaba el mensaje para un náufrago, en la derecha no estaba la botella vacía, el cocho había desaparecido de mis dientes.

En sueños, no sé si con el consentimiento de tu padre, había enviado mi mensaje de navegante perdido en auxilio de un deseo náufrago.



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