Rumbo a Eea. 6 La respuesta.


Apenas comprendí lo que, inconscientemente, había hecho mientras dormía, el arrepentimiento se apoderó de mí. Había deseado formular en mi último mensaje tantas preguntas que ya no estaba seguro de cuál había elegido; quizá la menos apropiada, tal vez una mezcla ecléctica e incomprensible de muchas.

Me apresuré a buscar la botella escudriñando en la niebla. ¿Estaría a tiempo de recuperarla? Como había calma, no podría haber ido muy lejos; efectivamente, un rayo de sol milagrosamente intenso como para atravesar la calígine la hizo refulgir verde esmeralda apenas a veinte brazadas de mí. Temeroso de que volviera a desaparecer tras la vapososa cortina de mi indecisión, hice una temeridad: até un cabo entorno a mi cintura, lo amarré al palo de mi falúa, y, del mismo modo que vine a este mundo, ingresé en el gélido reino de Poseidón. Cuando hube sacado la cabeza del agua la niebla era tan densa que no podía ver barca ni botella, sólo desolación a mi alrededor.

Nadé en todas las direcciones, me alejé hasta que me lo permitió la cuerda, tiré de ella y Penélope me siguió a regañadientes como un mastín viejo y perezoso, al que le costara arrancar, tanto cómo parar.

Pasé horas arrastrando mi barca como un hipocampo tirando del carro de Poseidón. Finalmente desistí. Sin éxito, y a ciegas, traté de subir a bordo; aunque lo intenté hasta la extenuación, no lo conseguí. Penélope no acepta traidores ni a quién lo parezca. Me  alcanzó la noche y con ella el desánimo. Sin ánimo para seguir me dejé engullir mansamente por el mar con la esperanza de que cuando el Leviatán devorase mi carne, mi espíritu ya hubiera sido recibido en los campos Asfódelos, más allá de Eea, donde Hermes me conduciría ante el tribunal de los tres Reyes Magos: Éaco, Minos y Radamantis.

Mientras me hundía abrí la boca y los ojos para que toda mi esencia vital abandonara mi cuerpo, entonces, sobre mi cabeza, en la superficie de un mar quieto, quizá muerto, pude ver a Hércules aplastando con su mazo la cabeza de la serpiente, a Tauro con sus cuernos y sus ollares; a Andrómeda, atada y con los brazos en cruz; el puente de la Lira, el arco y las flechas de Sagitario y junto a él, el pecio de Penélope recortando con su silueta negra la nave de Argo, de la que salían brillantes su remo y el mástil, y al extremo de éste, refulgente: la botella fosforescente con mi mensaje dentro.

Encarcelé tras las rejas de mis dientes la última burbuja de aire de mis pulmones, la confiné con mis labios sellados, y me dejé ascender tirado por sus ansias de libertad.

Antes de llegar a la superficie y recuperar el hálito, mi mano, extendida hacia la hermosa Casiopeia, ya había agarrado la botella. Cuando mi cabeza salió del agua, la bóveda celeste con la leche fosforescente derramada por el pecho de Hera desparecieron por completo. La niebla invadió de nuevo mis pulmones, cegó mis ojos, pero no nubló mi entendimiento: no importaba, había recuperado mi mensaje, y estaba a tiempo de volver.

Penélope no admite traidores en su casa. Yo no lo soy, nunca he pretendido serlo; además, recuperada la última flecha lanzada por mi arco de cazador furtivo, tampoco lo parecería. No sin ruegos, y a expensas de mis múltiples invocaciones a Hércules, conseguí subir a la barca.

¿Cómo conocer la realidad sin alterarla por la observación? Pero… ¿Qué ocurre cuando observar para conocer se convierte en una necesidad para el propio Ser? Abrí la botella y recuperé mi mensaje de navegante-náufrago escrito en medio del delirio, con la única razón de tranquilizar mi Conciencia conociendo su contenido, para después destruirlo.

Pero ocurrió lo que yo debí prever: alejado voluntariamente del mundo donde gobierna lo natural, ocurrió algo sobre-natural. Al desarrollar el pergamino alteré la realidad, y mi mensaje, que contenía una superposición simultánea de mi pregunta y su respuesta, se materializó automáticamente en ésta:

"Phineas, disculpa mi silencio, continúa navegando, Éolo te ayudará, mas, no esperes que éste se te presente fácil ni continuo, habrás de luchar y esperar. Siempre que mi incesante lucha contra el Titán Cronos me lo permita, te iré indicando el camino. No vuelvas a caer en el desánimo, sigue siempre mis consejos que te llegarán de múltiples modos respondiendo a tus plegarias; si no te llegan sigue la tríada de Orión, y así evitarás llegar a un punto sin retorno. Gracias por tus cantos. Isis"

No era Circe, sino la mismísima Isis quien me hablaba, lo cual respondía a una de mis preguntas, la última que pensaba formular en mi viaje, y quizá la que realmente envié.

Mi Conciencia, lejos de serenarse, se aunó exultante con mi Consciencia para entrar en una nueva dimensión en busca de aquellos anhelados lugares de la Creación, donde concurren en Armonía: la feminidad, la belleza, la bondad y el conocimiento; todo ello sin dejar de ser el hombre fiel que siempre había sido.

Obnubilado por la emoción, volvía a quedarme dormido. Cuando desperté lucía el Sol y soplaba una ligera brisa de poniente.

Sin cera en los oídos, ni tripulación que me atase al palo de mi barco; armado únicamente de mi fuerza de voluntad y mis promesas de honestidad: giré la botavara, enarbolé la vela, tomé el timón con firmeza, y puse rumbo al estrecho de Corinto en busca de cantos de sirena.



Entradas populares de este blog

La Llama Eterna: Relato XVI –La Bendición Gitana–

ANARQUIA. Mensaje para los nacionalismos hegemónicos y colonizadores

POLVO DE ESTRELLA ROJA CON EL CORAZÓN BLANCO