Yo y Phineas (Aurelio y yo)

-- ¡Cirilo! -me llamó mi dueño; de quien desconocía su nombre pues nunca oí que nadie le llamara a él por el suyo. 

--¡Cirilo! -repitió. 

Inmutable, sin mover la cabeza, orienté mis grandes orejas hacia él, y lo miré sin levantar el hocico del verdín que nacía entre las losas del jardín, ya limpias de nieve. 

--¡Cirilo! -insistió. 

Yo nada. Había que esperar un poquito más. Hasta que introdujo su mano derecha en el bolsillo del chaquetón donde yo sabía que siempre guardaba algunos puñados de maíz. Entonces obedecí.

Taciturno, levanté mi cabeza al tiempo que avanzaba hacia él blandiendo mis trémulos labios carnosos, dejando al descubierto mis dientes amarillentos y verdosos. En cuatro pasos estaría degustando el preciado alimento que los dioses confiaran a los Mayas para que algún día llegara hasta mí.

Ya acariciaban los cuatro pelos de mi bigote las pepitas doradas en la mano del dueño, cuando un sobresalto se apoderó de mí: de detrás del mulero surgió un individuo, no enjuto pero sí de cuerpo venido a menos, todo él vestido de azul oscuro, de pies a cabeza, que por cierto abrigaba con un ushanka azul con pelo canoso, como la crin de mi difunto abuelo Martín.

Asustado, elevé bruscamente la cabeza al tiempo que daba un relincho de advertencia y ponía mis grandes orejas apuntando directamente al siniestro caballero.

-- ¡Quieetooo! -me corrigió el mulero, al tiempo que se materializaba en su mano izquierda la vara de avellano que debía, no sé dónde, ocultar tras de sí.

-- Déjelo, ya vera como me hace caso a mí. Tengo buena mano para los animales -repuso el extraño, que se aproximaba mostrándome ambas manos vacías y desarmadas.

<<¿A tí? ¿Caso a ti?>> -pensé. <<¿Qué te has creído que soy? ¿Un perro?>>. Con destreza, me di media vuelta, y lo enfilé.

-- !Cuíd...! - No terminó el mulero de advertir.

No le di. No quise. Fue un tiro doble al aire: lo suficientemente lejos como para no darle, lo suficientemente cerca para que le salpicara en los morros restos de la "ñapa" de mastín que, descuidado por mi excitación, acababa de pisar.

-- ¡Para! "mono". !Para! Ven. Acércate. Toma. Toma "mono", toma. -osó decir, mientras se limpiaba la mierda de perro de la cara con el dorso de la mano derecha, y seguía ofreciéndome la izquierda vacía.

<<¿Mono? Ahora sí que le doy>> Recargué la batería y apunté de nuevo.

--¡¡Cirilo!! -gritó el mulero, blandiendo la vara en todo lo alto, e interponiéndose tras de mí.

Gracias que lo percibí, si no le arreo al mulero un par de coces que me hubieran dolido más a mí; pues, además del remordimiento por no merecerlo, me hubiera molido a palos después.

Aún así me llevé un par de varazos en la lomera, que, si bien no me dolieron, pues el mulero no me aplicó alevosía, y rebajó el castigo porque me había visto inducido al delito por el estúpido forastero; me sirvieron para reflexionar sobre como debía seguir comportándome. Además, la algarabía había espabilado a Ramona, la perra "ratonera" a la que, incapaz de pillarle con coz alguna, me amedrentaba con sus ladridos chillones y sus mordisquillos punzantes cuando entendía que debía echarle una mano a su amo, que seguro vería recompensada sobradamente. La muy traidora, parecía haber olvidado cómo pasaba las noches acurrucada al calor de mi barriga cuando era una cachorra.

-- Toma Cirilo. Toma Guapo -me ofreció cómplice el mulero maíz, tras indicar al visitante que fuese al abrevadero a lavarse la cara.

Ramona tardó en callarse lo que al mastín le costó salir de su caseta para ver quién había interrumpido su tercera siesta del día. No sé porqué a él le tenía tanto respeto y tan poco a a mí, si nunca le vi correr tras de ella.

Mientras degustaba el segundo puñado de mies, volvió el tipo azul.

-- ¿Siempre se comporta así? -preguntó atolondrado.

-- Qué va. No sé que le pasa hoy a este cabezón. -repuso el mulero-, si normalmente es pura miel. Tome Don Phineas, ofrézcale esto. Verá como cambia la cosa -añadió, prestándole un puñado de maíz.

<<¡¡¡¿Don Phineas?!!!>> <<¿Quién puede llamarse así?>> <<¿Un cura?>> <<Eso es, este tío debe ser un cura>> <<Por eso me prometía comida con las manos vacías>> <<Pero, ¿para qué quiere un cura un burro>> <<Además, los curas van de negro, no de azul. No llevan gorros rusos; y son mucho más listos>> Mientras resonaban estas preguntas en el gran vacío interior de mi dura testud. El tipo se me acercó de nuevo. Esta vez con un montón de maíz recogido entre las dos manos.

Acerqué mi hocico olisqueando para ver si había desaparecido la pestilencia a la mierda del mastín. En efecto, el fulano se había lavado las manos bien. Iba a ser un festín.

Más tranquilo fui masticando la comida a gusto. Cuando el montón se redujo al tamaño de una mano, con la otra el tipo comenzó a acariciarme con delicadeza entre las orejas mi tupé aterciopelado. Lo cual le agradecí. Luego, a medida que restaba de su mano granitos de maíz como a sorbitos tomados pulcramente con mis morros de saxofonista tenor, comenzó a extender sus caricias por el cuello. Estaba bien, muy bien. Por mi basta lomera: incluso mejor. Pero entonces pasó más allá de lo que en una mujer podría ser cintura, y me acarició el trasero. Bueno, a veces el mulero me pasaba la lúa para adecentarme antes de mostrarme a un comprador, pero este con la mano desnuda...: <<A ver qué hacía. A ver...>>. 

La mano retrocedió y bajó hacia mi aborregada barriga. Mejor, así mucho mejor. ¡Y qué bueno estaba el maíz! Entonces... Es muy osado que a una mujer desconocida un hombre le acaricie el principio del trasero cuando la toma amistosamente por la cintura para darle dos besos, pero, se imaginan que el exceso del límite sea por la parte delantera; entonces es, cuando menos, un abuso inadmisible; pero, y si en lugar de una mujer es a un hombre; entonces... Entonces es ¡¡una auténtica temeridad!!  Y encima en público.

Tenía tres opciones: morder la mano que me alimentaba, darle un pisotón, o ambas cosas a la vez; y me veía capaz, pero no lo hice. El mulero, que preventivamente ya me había puesto la cabezana con el ramal, leyó mi pensamiento y me pegó un fuerte tirón interrumpiéndome, al tiempo que le preguntaba al comprador:

-- Usted no había tocado un burro antes, ¿verdad?

-- Sí, cuando era un niño -de eso debía hacer más de medio siglo.

-- Y..., ya sé que quizá no es de mi incumbencia, pero... ¿porqué quiere tener uno ahora?

-- ¡Ah! No tengo problema en decírselo. Hemos comprado con mi esposa y mis hijos un terreno con una casa en el monte que tiene algunos frutales y un prado que, aunque no es muy grande, servirá para mantener un burro.

-- ¿Así? ¿A modo de mascota?

-- No exactamente, aunque también, porque tenemos una nieta a la que le gustan los animales, pero para eso ya tenemos a Floki, conejos y algunas gallinas.

-- Vamos, que se quieren montar una granja.

-- Más o menos.

-- Y digo yo, para qué les sirve el burro. ¿No sería mejor tener una vaca, que come lo mismo y da leche y carne?

-- Sí, sí, también hemos comprado dos vacas, nos las traen la semana próxima.

-- Entonces. ¿Se van a poner también unas ovejas?

-- Ya sé por dónde va. No, quizá algunas cabras. Pero el burro lo quiero porque la finca está en el bosque y lo emplearé para sacar leña, y llevar víveres cuando nieve; incluso para montar en él alguna de las mujeres de mi familia, si hubiera urgencia. He pensado comprar un pequeño carrito para que tire de él.

El último bocado de maíz a medio masticar se me atravesó en la garganta como si fuera vidrio molido. La peor de mis pesadillas podía hacerse realidad: el tipo no era un cura explorador, ni un zoófilo abusador, era... ¡¡Era un fascista explotador!!

El mulero tuvo que emplearse a fondo con el ramal y la vara para que yo no acabara con el trato, y el comprador en urgencias.

-- Pero qué le pasa a este cabezón hoy; con lo manso que es siempre. ¡¡Cirilo!! ¡¡Soooo!! ¡¡Quieto Cirilo!! ¡Sooo! ¡Sooo!

-- Pues la verdad es que lo veo muy resabiado. Me parece que no es lo que estamos buscando. ¿No tiene otro más joven y dócil?

-- Ya sólo me queda éste. No es fácil encontrar burros hoy en día para recría. El mercado ya no existe. Y digo yo ¿No sería mejor que se comprara un 4x4? Ahora de segunda mano los hay muy baratos

-- ¿Un todoterreno? Sí, pero necesitaría combustible.

El mulero, experto en tratar con tipos tozudos, e impaciente por deshacerse de mí, estaba jugando a la sicología inversa.

-- Le saldrá más barato que comprarle maíz a éste.

-- El gasóleo está a punto de acabarse, y lo pondrán por las nubes.

-- No me diga. No puede ser.

-- Pronto lo verá. Se lo aseguro. Y, si no consigo criar panizo, el burro tendrá que acostumbrarse a comer hierba y cebada como lo hacían antes de descubrir América.

<<¡¡Aparta, mulero, que le doy!!>>

-- ¡¡Cirilooo!! ¿Pero qué te pasa hoy?

-- La verdad, es una pena que sea tan bravo. Es majo animal, pero me preocupa para cuando venga mi nieta. ¿no está capado?

<<¡¡¡Muleroooo!!!>> <<¡¡¡Déjameee!!!>> <<Que lo pongo en órbita>> <<¡¡¡Hihaaaa!!! ¡¡¡¡Hiiiihaaaa!!!! ¡¡¡¡Hiiiihaaaa!!!!

-- No lo capé porque tenía la esperanza de poder cruzarlo, pero no ha sido posible, ya le he dicho que no quedan burras; además le juro que es manso, un poco cabezón a veces, pero ya ha visto que con un puñado de maíz se ha portado bien. Mis sobrinos son muy pequeños y hacen con él lo que quieren. Hasta Ramona lo pone en su sitio -confirmó el robusto mulero mientras se esforzaba en mantenerme a raya.

-- ¿Entonces? ¿No soporta a los extraños?

-- Que sí. Lo que pasa es que, permítame que le diga, usted ha ido demasiando lejos con la mano, y el animal no está acostumbrado a esas confianzas. Ahí donde lo ve, es muy listo. A veces pienso que entiende todo lo que decimos. No encontrará otro como él. Vamos, la verdad es que le costará encontrar otro sea como sea, ya la he dicho que burros de esta raza ya apenas quedan. Quizá en Méjico.

-- ¿Por eso va ha ser? Yo sólo quería saber si está herniado. ¿Es que no le inspecciona el veterinario?

-- Es veterinaria, y joven. Y herniado ya la digo yo que no está. No ha hecho nada en su vida.

-- Entonces estamos delante de un caballero entero y seductor. Bueno vamos a darle otra oportunidad. A ver si es tan manso e inteligente como dice. Deme otro puñado de maíz.

El tipejo se me enfrentó de nuevo, pero esta vez con las manos armadas a la espalda. ¿Qué querría? Consentí rígido, expectante y atenazado por mi cuidador. 

Mientras olía el preciado alimento por encima de su hombro, el tío se puso a susurrarme al oído:

-- Bueno, muchachote. Así que eres un "donjuan". Eso está bien, pero debes guardar tu energías para el momento oportuno. Te propongo un trato: tú te portas bien, y yo te buscaré una burrita guapa con la que tener pollinos. En cuanto al trabajo no te preocupes, en nuestra casa repartimos todo según gustos, aptitudes y capacidad. Así que tu nos ayudarás con el transporte, y nosotros nos las apañaremos para que no te falte al menos un puñado de maíz al día; seguro que este mulero sólo te da cuando viene visita. ¿A que sí? -yo escuchaba cada vez con más atención-. Otra cosa, aquí donde me ves, soy escritor y te necesito para mi inspiración.

<<Ya empezamos otra vez>> -¿seguro que no será maricón?

-- ¡Hiiaa! Hiiaa! -le advertí, dando un respingo con la cabeza.

-- Quieto bribón. Deja que te explique. Para empezar te voy a cambiar el nombre, si vienes conmigo te llamarás Aurelio, porque Platero ya está cogido desde hace más de un siglo, y además te ves dorado bajo los rayos del sol como los tejados de París bañados por el amanecer.

<<Es por el maíz; que no me falte tío. Júramelo, por favor>> -pensé emocionado.

-- Tengo grandes proyectos para ti. Te harás famoso en las redes literarias. Las burricas de los intelectuales de todo el mundo se volverán locas por ti: 

"Aurelio pace tranquilo rodeado de mariposas amarillas a los pies del monte del Rapitán, después de haber llevado a su amigo Phineas hasta el hospital para que le curaran de un esguince".


"Aurelio trota juvenil, retoza por la pradera, y se mira vanidoso reflejado en las tranquilas aguas de río Aurín".


"Aurelio pasa sus vacaciones en familia en los prados altos del Pirineo aragonés".

"Aurelio recorta el sol con su silueta en lo alto de las montañas, haciéndolas aún un poco más altas".


"Aurelio no se estremece bajo una tormenta de rayos y centellas, y cobija con su robusta osamenta a los cachorrillos de su amiga, la perrita Marilí". 


"Aurelio viaja en velero a Méjico para conocer a Rita, la que será su futura esposa."


"Aurelio es papá..." 


"Han sido mellizos: una pollinita suave y blanca como las nieves del Pirineo, y un pollino cabezón y dorado como el sol de Tonatiuhichan"


¿Qué? ¿Te vas a portar bien? -dijo el mulero que esperaba mi decisión impaciente, mientras flexionaba con ambas manos la vara de avellano casi al límite de rotura.

Con un leve movimiento de cabeza y bajando las orejas, asentí.

-- De acuerdo amigo Aurelio, aquí tienes lo prometido -y me dio el maíz.

-- Ve que tranquilo es ¿Qué le ha dicho?

-- Que vamos a escribir un libro juntos.

-- ¡¿Un libro?! -preguntó el mulero perplejo- ¿Pero usted no me dijo que es ingeniero?

-- Eso era antes, señor, eso era antes. Ahora soy granjero, y escritor.

-- Bueno, pero se lo queda, o no.

-- Me lo quedo. ¿Cuántos años tiene?

-- Cuatro.

-- ¿Cuánto quiere por él?

-- Ochocientos euros -aseveró el dueño.

-- Le doy seiscientos, y me lo llevo ahora mismo.

-- ¿Sin devolución? -preguntó desconfiado.

-- Sin devolución.

-- ¡Trato hecho!

Y apretó la mano del comprador con sus dos manazas, rubricando en ella la firma con la huella impresa de algunos granos de maíz suelto.

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