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Mostrando entradas de 2019

Rumbo a Eea. 5 El sueño de Helios

Tuve un sueño:   Incapaz de decidir si meter el mensaje que sostenía en mi mano izquierda dentro de la botella vacía que sostenía con la derecha, p asé horas con un corcho mordido entre mis dientes.  A gotado por la duda, me quedé dormido. Soñé que mi adorada Penélope y yo visitábamos a Zeus, el Padre. El recolector de nubes había atraído hacia sí toda la niebla de mi interior, llamándome a su presencia.   Nos esperaba sentado en su trono. Con sus pies cubiertos por una bruma que me llegaba a la cintura, lucía majestuosamente y con aspecto renovado. Había cambiado de aposento. En éste, a pesar de la niebla, el naos aparecía más luminoso, seguramente por estar orientado hacia el mediodía. Agradeció nuestra visita. Sin más preámbulos, conocedor de todos mis deseos, me dijo: - Si quieres ver a Helios tendrás que subir a lo más alto del monte Athos, allí donde la niebla de tu incertidumbre no alcanza. Obedecimos de inmediato. Ascendimos hasta allí donde mi niebla se convertía en la

Rumbo a Eea. 4 El último mensaje

Un navegante perdido a la deriva no es un náufrago, así pues: ¿qué sentido tiene enviar mi último mensaje desesperado en una botella?  Aunque fuera hallado, ¿cómo podría recibir ayuda alguien que no está en ninguna parte de forma continua?  Pero es que mis mensajes no buscan mi rescate, si no que vuelvan mansos a la lejana costa de Eea, allí donde permanece náufraga la razón de mi existencia. Sé que otras botellas llegaron, lo sé porque cuando me encontraba en tierra volvieron algunas respuestas traídas por el viento de la mañana. La última sembró en mi conciencia dos semillas: la de la ilusión, y la de la duda, que nació antes y creció enseguida, obligándome a tomar mi barca y adentrarme sobre el reino de Poseidón; desde entonces espero más respuestas; mas, si éstas vienen empujadas por el viento del Sol Naciente, ¿cómo habrían de alcanzarme, si se alejarían más cuanto más la vela empujara mi barca? Por eso permanezco a la deriva, con el palo desnudo, y mi cuerpo sin abrigo, espera

Rumbo a Eea. 3 El Silencio.

Llevo tres días y dos noches a la deriva; mas, lejos de perdido, siento que cada vez estoy más cerca de mi destino, aunque no sé cuál es. Mi último contacto con la realidad lo tuve entre Rion y Antirrion. Allí cayó la segunda noche de mi singladura. Recogí la vela, cené dos dátiles y me quedé dormido. En una vívida ensoñación pasé bajo un enorme arco de piedra que unía ambas ciudades, que debían estar en guerra, pues una lluvia de flechas flamígenas cruzaba sobre el angosto mar. Ignoraba que al otro lado me esperaría la más absoluta desolación. Amaneció en el Peloponeso, desperté, o quizá no. Desde entonces voy flotando en un cielo azul cubierto por un mar azul, sin saber realmente si amanece desde las estrellas, o el sol brota desde el mar como una hermosa flor dorada.  Flotando voy en un mar negro cubierto por un cielo azabache, sin saber si el ocaso con su luna plateada, surge del mar, o son millones de estrellitas y una ballena blanca, que abandonan el cielo para zambullirse e

Rumbo a Eea. 2 Ítaca se aleja.

Nacía la tarde con su oscura penumbra creciendo a proa. A fin de arrepentirme a tiempo, había prometido mirar atrás mientras viera alejarse la costa de mi querida Ítaca. El Sol, devorado lentamente por los montes, fue perdiendo la costa mientras ésta comenzaba a desdibujarse mecida por la bruma; entonces, hileras de docenas de lucecitas tintileantes brotaron una a una, recordándome dónde abandonaba cuanto poseía. Con la confianza puesta en que no lo perdería para siempre, seguí retrocediendo hacia mi futuro imperfecto: mar, y mar adentro, hasta sepultarme en la negrura, cuando las linternas de mi pasado fueron apagándose, una a una, ahogadas por las olas que avanzaban desde mi espalda abriendo paso a la barca. Ha sido una noche en vela y sin estrellas. Un dulce viento de poniente, cómplice de mi locura, me ha acompañado guiándome hasta el alba, momento en que ha parado y,  tras plegar la vela, me ha permitido conciliar un sueño breve. Al despertar, con los farallones de Oxia e

Rumbo a Eea. 1 La partida

  La pasada noche comenzó el invierno; lo sé porque de madrugada, atravesando el grueso forjado de hormigón y acero, he visto caer desde el techo y posarse mansa sobre el suelo de mármol negro, la última hoja del otoño. Las últimas hojas del otoño son distintas de todas las demás, pues éstas sólo se materializan cuando las observan; si yo no la hubiera visto, habría atravesado nuestro planeta hasta brotar nueva en la primavera de mis antípodas. ¿Quién se perderá de ella por mi insolencia?  Ojalá no la hubiera visto nunca.   Me ha alcanzado el invierno a pesar de las pisadas cansadas y crujientes del otoño. No es el mejor momento, lo sé; pero llegará la nieve con el sordo estruendo de sus copos al caer, que recubrirán el bosque hasta que todas las hojas se consuman; por eso he aprovechado hasta el último momento, pues añoraré caminar con mis pies desnudos sobre las hojas secas del bulevar. Necesitaba grabar ese sonido fresco en mis recuerdos, por si, mientras dure mi travesía, lo nec

La noche

Dice ahora el sabio que el día, el sueño del hombre crea, pues sólo cuando en éste se baña, la vista le recrea. Que no hay otra cosa que aquella, que por el hombre es observada. ¿Dónde queda la noche, cuando le alcanza la mañana? ¿Dónde sus criaturas, por la luz abrasadas? ¿Acaso algunas pervivan, entre sombras agazapadas? Dice ahora el sabio que el día, el deseo del hombre afianza, pues sólo de sus ojos sale, la materia que lo plasma. Que no hay otra verdad que aquella, que por el hombre es deseada. ¿Dónde queda la noche, cuando le alcanza la mañana? ¿Dónde tu mirada, por la luz deslumbrada? ¿Acaso tus ojos sigan, mirando estrellas lejanas? Dice el sabio que el día, mis deseos afianza, pues sólo de mis ojos sale, la luz que tu cuerpo baña. Que no eres más verdad, que la de por mi deseo imaginada. ¿Dónde queda la noche, cuando le alcanza la mañana? ¿Dónde tu sonrisa, por la oración borrada? ¿Acaso tus labios sigan, rogando a la noche cerrada? Miente el sabio que

Esperanza

Dicen, que cuando Pandora abrió la famosa caja de las penalidades  vienen mortificando al Ser Humano, la última en salir fue la Esperanza. Los animales no tienen esperanza. La Esperanza nos era ajena, y aunque ahora se nos presente en forma de ser familiar, bondadoso y complaciente, que ancla nuestros anhelos a la realidad que nos sustenta; no nos engañemos, no es ninguna Virtud; es un monstruo que parasita nuestros Deseos absorbiéndoles su esencia hasta dejar de ellos la exigua carcasa de la Frustración. Si albergáis alguna esperanza, no la vendáis, regaléis, ni compartáis; tiradla.   La Esperanza compartida es la Fe, ese atajo interminable hacia la Verdad, que nos aleja más y más del Conocimiento. Tampoco la falsifiquéis, no hay nada más mezquino que albergar o infundir falsas esperanzas. Si tenéis Esperanza, destruidla de inmediato. Armaros de paciencia y de valor, pues  necesitaréis mucho esfuerzo y dedicación, tanto como valga vuestro anhelado Deseo.  Enfrentaros a la

7536 minutos...

... los que lleva mi conciencia inmersa en una superposición de emociones que van de la expectación y el optimismo, a la impaciencia y la desesperación. Emociones vívidas que cada vez que intento observar de cerca se me presentan cambiantes, esquivas, o indescriptibles. No sé si estoy muy bien, o muy mal; naciendo, o muriendo. El tiempo pasa, y sé que se acerca la hora en que quizá lo único que me quede sean la vergüenza, el arrepentimiento y el análisis de los daños infringidos: los propios y los ajenos, éstos espero que sean mínimos, o mejor, nulos. Confío al menos en que, como consecuencia de este intento mío de abrir una puerta a un nuevo espacio cuántico, no hayan quedado nuestras conciencias entrelazadas, eternamente unidas, pero condenadas a no encontrarse, vagando en nuestra propia desolación de Darién, dónde mi consciencia sería siempre la tuya, y nunca me lo perdonaría.

Estamos en buenas manos

Y no quieran encontrar sarcasmo en mi afirmación, lo digo desde el convencimiento.

Stinker y el Profesor Schrödinger,

por Phineas Theron Hacía varios meses que la señora Ekans había decidido echarme de su confortable hogar desterrándome al viejo taller de ebanistería que poseía al otro lado de la calle. Éste había permanecido cerrado desde que falleciera su esposo hasta que, hacía aproximadamente un año, lo alquiló a un individuo excéntrico; una especie de listillo pretencioso que se pasaba el día cavilando, garabateando en una pizarra, destrozando los muebles que el señor Ekans dejó a medio terminar; y las noches ocultando a la vista de los vecinos las numerosas mujeres que le visitaban cuando los faroles de la calle ya se habían apagado. Nunca entendí muy bien el objeto de mi cambio de residencia, pienso que como yo no soportaba a Sphynx, su nueva mascota, ella me había buscado otro compañero más acorde a mis gustos. Un detalle por su parte, sobre todo después de seis años de una íntima convivencia, que se hizo plena cuando quedó viuda. La verdad es que el inquilino, al que la señora Ek

El fin del amor

Transcurridos tres meses del fallecimiento de su madre, ya sólo en la vida, cada día estaba más contento de su decisión: nunca volvería a amar a alguien. Le importaba nada la suerte de los demás. Buena salud, rentas de su magnífica obra suficientes para vivir de hotel, comer y desenvolverse saludablemente, para viajar a su antojo, para satisfacer placeres visibles e invisibles. Todo gracias a su inteligente capacidad de ser feliz sin molestar a los demás; y ahora, sin que nadie le molestara a él. Podría permanecer así indefinidamente, eternamente. Pero un día, sin notarlo, uno de los naipes de su castillo se desplazó. Al doblar una esquina, un joven pelirrojo y vagabundo le preguntó la hora. César no contestó; porque no la sabía, pues ya no usaba reloj, y porque pensó: ¿para qué querrá éste saber la hora? Sin embargo la pregunta anodina amartilló su cabeza hasta romper la cáscara de cristal que envolvía su memoria. Recordó a Ismael, su hermano pequeño, preguntándole la ho

Envidia del aire

La primera vez, ni tu boca ni tus ojos vi. Llorabas, y a saber por qué, no me atreví; ni mi corazón, aún caliente, lo haría por mí. De tu mano, aún fría, un cálido abrazo la mía buscó. De su máscara de lana, con rosácea frescura, tu rostro brotó, y tu voz, desenfundada, mi oído alcanzó. La primera vez, ni tu mirada ni tus palabras comprendí. Hablabas, y a entenderte no me decidí; ni mi corazón, entonces helado, lo haría por mí. De tus labios, aún pálidos, una sonrisa surgió. De tu boca lozana, blanca bocanada de aire escapó, y de ella lástima, mi pecho sintió. La primera vez que tu mirada y tu sonrisa vi, te excusaste, y a perdonarte no aprendí. y mi corazón, hechizado, lo haría por mí. De la fría madrugada, presuroso el aire, a ti regresó, de pomposa hermosura, tu pecho se hinchó;  y mi espíritu, cautivo, envidia del aire sintió.

ARACNOFOBIA

Soy bastante "aracnófobo", pero me acostumbré a convivir con ellas. En la casa del pueblo, en el granero, había de las que tienen un cuerpecito pequeño y las patas largas, muy simpáticas e inofensivas. Me gustaba cabrearlas y que se pusieran a temblar agitando su tela; incluso me atrevía a cogerlas con la mano. Luego estaban las de los agujeros de los tochos del corral; auténticas devoradoras de moscas. Me divertía cazarlas, arrancarles las alas y echarlas a la entrada del agujero de telaraña. No tardaba ni dos segundos en salir a darle matarile. Pero, cuando se "barruntaba" cambio de tiempo, de repente en el lugar más insospechado de la casa, aparecía la abuela de todas ellas: grande, peluda, marrón oscuro y con cara de mala ostia. Era tan grande el susto que me llevaba, como desagradable su aspecto después de probar la zapatilla de mi madre.                                                                                                                          

El mecánico escritor

Es propio de caballeros que andan entre hierros, errar cuando de plata disfrazan su férrea pluma; mas, si con su hierro yerran y en fémina carne hacen injuria, más les valiera de madera seca haber tenido la pluma.                                                                                         Phineas Theron                                                                                El mecánico de las palabras

La doncella sin nombre.

Me insinuó un paisano, que vagando por este Condado, halló lo que él, nunca hubiera imaginado. Y no fue, si no por arte y milagro del buen vino en tragos largos, que aquél afortunado a decirme se avino, lo que había encontrado. Confesó al fin extasiado que: afectado por un rayo, de un haya el tronco pelado, en el cuerpo de una mujer, se había transfigurado. Caprichos del bosque, repuse decepcionado. Promovido por mi desdén, reconvino apresurado: que lo mismo pensara él, hasta que del árbol mentado, surgiera aquel cuerpo animado, tan sólo por una gasa tapado. Y fue parte y mucho, de lo que me contó el fulano, que aquella triste doncella viniera a cantarle, de cuanto la había pasado. Le cantó pues sin reparo y, siendo aún más bella en su canto, que hermoso su talle velado; quedó el montañero prendado, y la escuchó embelesado: “De la lejana Bohemia, doncella vine a esta plaza, y por voluntad no fuera, si no por engaño arrastrada. Ave del paraíso, en jaul

Para Valentina

Campos de trigo, bajo la luz matutina, pintan de verde, del campo el albero, trinos de jilguero, desde la cruz de la encina. Cantan al verte, otro febrero, coros de niñas, de la escuela vecina, gritan fuerte, con júbilo altanero. Colorean el norte, del cielo mañanero: polvo de hadas, estelas de purpurina, magenta, ciano, y amarillo platanero. Son las alas de Arcolán, el unicornio aventurero, que trae volando, a Eva y Corina, se cuidará de rozarte, con cauteloso esmero. Vienen de aparte, con Sirio en derrotero, son tus amigas, frescor de mandarina, llegarán andalán, en tan veloz crucero. Van a traerte, con amor verdadero, porque tú eres quien dona, Sabiduría Divina, flores de Marte, para llenar un granero. Valentía en tu frente, de fierro y acero, clemencia repartes, sin lugar a inquina, por lo que vienen a verte, con cariño sincero. Ya que tú eres gran parte, del Cosmos entero, la que acierta, y yerra, pero siempre atina,

Doloritas y perrico “Sisobra”.

Una familia humilde: madre y tres hijas, con el padre obligado a luchar en una guerra. Las cuatro esperaban confiadas su regreso con la puerta de casa abierta, casi sin comida ni esperanza. Se veían tan necesitadas y débiles,   que no tenían ni aliento con el que alimentar su inspiración para ponerle nombre a un perrillo callejero que, una fría tarde de invierno, decidió adoptarlas para que al menos le dejaran hacerse un pequeño ovillo junto al fuego. Sin oposición que se lo impidiera, el pobrecillo chucho se instaló junto a ellas, a los pies de la chimenea. Se le veía tan desolado y triste que apenas levantaba su cabeza del suelo ni para agradecer las caricias de las niñas. Cuando una de las hijas, Dolores, le preguntó a su madre: –   Mamá, ¿podremos darle algo de la cena al perrico? –   Hija mía, pero si casi no tenemos ni para nosotras. – contestó resignada la madre. El perrito ni se inmutó. Pero, cuando la niña insistió: – Y… ¿Si sobra algo? Entonces