Llevaba caminando toda la vida en busca de alguien de quien me dijeron que tenía respuestas para la razón de mi existencia. Siguiendo la última pista, me adentré en un desierto de arena dorada sin horizontes, donde, bajo un sol de justicia, seguí las pisadas de mi mentor. Debía ir fatigado, pues sus huellas eran las de alguien que va arrastrando sus pies. Al fin, pude ver su figura diminuta en la distancia como un pequeño insecto nadando entre las olas de un mar de polvo de oro. Desesperado, antes de que desapareciera tras una duna, y el viento borrara sus huellas, apuré mi paso, pero él pareció hacer lo mismo. Entonces, le llamé: -- ¡Maestro! ¡Maestro! ¡Maestro! Pero no me oyó. Mis voces, golpeadas letalmente por el viento, morían nada más abandonar mis labios, incluso para mis oídos de viajero solitario, cansados de no escuchar otra voz que la propia. A pesar de su paso atropellado, el sabio desaparecía tras las dunas, luego volvía a verlo; así durante...