La Búsqueda

Llevaba caminando toda la vida en busca de alguien de quien me dijeron que tenía respuestas para la razón de mi existencia. 

Siguiendo la última pista, me adentré en un desierto de arena dorada sin horizontes, donde, bajo un sol de justicia, seguí las pisadas de mi mentor. Debía ir fatigado, pues sus huellas eran las de alguien que va arrastrando sus pies. 

Al fin, pude ver su figura diminuta en la distancia como un pequeño insecto nadando entre las olas de un mar de polvo de oro. Desesperado, antes de que desapareciera tras una duna, y el viento borrara sus huellas, apuré mi paso, pero él pareció hacer lo mismo. Entonces, le llamé:

-- ¡Maestro!¡Maestro!¡Maestro!

Pero no me oyó. Mis voces, golpeadas letalmente por el viento, morían nada más abandonar mis labios, incluso para mis oídos de viajero solitario, cansados de no escuchar otra voz que la propia.

A pesar de su paso atropellado, el sabio desaparecía tras las dunas, luego volvía a verlo; así durante un mediodía que parecía no tener fin. Sin embargo, estaba cada vez más cerca, y su silueta iba creciendo. Al final, exhausto, con el último hálito de mi existencia, y aprovechando que se detuvo un momento, le alcancé.

Posé mi mano sobre su hombro izquierdo; al mismo tiempo que notaba que alguien posaba la suya sobre el mío. Sorprendido y temeroso, antes de que mi Maestro se diera la vuelta, me volví para ver quién me había alcanzado. Era un anciano. 

-- Maestro -me susurró, con un hilo de voz saliendo de su cabeza encapuchada.

Para mi asombro, aunque debían haber pasado muchos años desde la última vez que le vi, reconocí de inmediato a aquel hombre, pues le conocía muy bien; y él, también a mi.


-- ¿Tú? -exclamó desconcertado-. ¿Tú? -exclamé yo por la misma razón.

-- No puede ser -repusimos los dos al unísono.

Y es que, aquel anciano, de mi misma edad: 

era yo mismo.

Incapaz de comprender la situación, me giré hacia mi Maestro buscando una explicación, pero delante de mí, con su hombro izquierdo bajo mi mano izquierda, ya no había nadie.


Entradas populares de este blog

La Llama Eterna: Relato XVI –La Bendición Gitana–

ANARQUIA. Mensaje para los nacionalismos hegemónicos y colonizadores

POLVO DE ESTRELLA ROJA CON EL CORAZÓN BLANCO