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Mostrando las entradas etiquetadas como La Llama Eterna

La Llama Eterna: Relato XXIV –Cavalleria Rusticana-

 Texto extraído del programa de RNE: "Sinfonía de la Mañana", por Martín Llade.      Estaba harto de ser el tipo que había escrito “ Cavalleria Rusticana ”. Odiaba a la histérica de Santuzza, que no era más que una palurda ruin. Odiaba la prepotencia de Alfio, y los cascabeles de su caballo; a los recolectores de naranjas, y su empalagosa alegría; y sobre todo, detestaba a Turiddu, al cual, él mismo hubiese cosido a navajazos, de haber tenido ocasión. Porque, a esas alturas, él ya no era Pietro Mascagni, si no Cavallería Rusticana: un arranque de entusiasmo juvenil, que empezaba ya a pesarle a sus treinta y ocho años de edad; ya habían pasado once, desde que, excitado por el reclamo de un concurso, se lanzara a escribir a marchas forzadas, aquella operita de un acto, que pudo entregar cuando ya estaba cerrándose la ventanilla de admisiones. Para su sorpresa, salió elegido entre setenta y tres aspirantes; y la noche del estreno, en el teatro Constanzi, se sintió no

La Llama Eterna: Relato XXIII –La Gran Verdad–

Texto extraído del programa de RNE: "Sinfonía de la Mañana", por Martín Llade.        Le habían dicho que la operación era arriesgada para su edad, así que decidió poner en orden sus asuntos. Caroline Alice, trató de alejar aquellas ideas de su mente; pero, cuando intentaba animarle con palabras de aliento, él la miraba con la misma expresión con la que escuchase los cañonazos, más allá del Canal durante los días de la guerra. En el fondo, Caroline sabía que ahora que ésta había acabado, él se sentía fuera de lugar. Su música ya no causaba el interés que antes. Sus amigos se habían marchado ya; y quienes se acercaban a verle, no dejaban de considerarle una suerte de reliquia, de cuya amistad presumir, más en ciertos Pubs, que en los mentideros musicales de Londres. En realidad, ahora que la hija de ambos se había consagrado a su vida de casada, sólo le quedaba ella. La tarde antes de la operación él le tocó al piano su “ Canción de la Noche ”; a lo que Caroline, hubi

La Llama Eterna: Relato XXII –Deidad terca-

Texto extraído del progama de RNE "Sinfonía de la Mañana", por Martín Llade.     El Público de San Luis ardía en deseos de ver la Lucia de Lammermoor, de la húngara Etelka Gerster. Lamentablemente, Mademoiselle Gerster, no parecía tan entusiasmada de presentarse ante los habitantes de San Luis. - Bruno –le decía a su agente–, son unos Yankis paletos. ¿Has visto qué patillas se dejan? Qué forma tan brusca tienen de hacer todo. De andar, de comer, hasta de fumar; y todo el día mascando tabaco. Te dije que teníamos que haber aceptado lo de Londres. - Ya has cantado mucho allí –insistía su representante–. Necesitas triunfar en el Nuevo Mundo. Y no les llames Yankis, que son Sureños; podrían untarte de brea y plumas, si te oyeran decir eso. Lejos de imponerle respeto, semejante perspectiva, enconó todavía más los ánimos de la Prima Donna, que envió esa tarde una nota a Bruno a su habitación. - “Me siento enferma, y no deseo ser molestada” –afirmó–. “Que suspen

La Llama Eterna: Relato XXI –Y se rompió el hi…-

Texto extraído del programa de RNE "Sinfonía de la Mañana", por Martín Llade.     Las funciones de Turandot de aquella temporada, constituyeron un éxito enorme, pese a lo cual, Rudolf Bing no dejó de observar que, últimamente, Corelli se salía del escenario durante el acto segundo cuando la Princesa China, cantaba el “In Questa Reggia”, y sólo regresaba al final de este número, a cantar su parte. - Se supone que ese tipo, el Príncipe, está enamorado de ella. ¿Cómo se concibe que se largue así, sin más, sin escuchar su historia? ¿Has conquistado a muchas chicas dejándolas con la palabra en la boca? - A pesar de su aspecto, Birgit no es una chica –repuso el Tenor–. Es un pedazo de hielo metido dentro de un vestido. Y, si me preguntas si me fastidiaba su festival de agudos; te reconozco que sí. Me siento como un pegote callado durante toda esa escena; mientras el público la devora con la mirada. El Director del Metropolitan reflexionó: -   Los cantantes soi

La Llama Eterna: Relato XX –El Perfume de las Magnolias-

Texto extraído del programa de RNE "Sinfonía de la Mañana", por Martín Llade. Tarde de primavera pintada en violeta y jazmín sobre lienzos de esparragueras. Encontró a la pequeña Dolly vestida de azucena ante un circulito de guijarros en un recodo del hermoso jardín de los Bardac. La tarde iba diluyéndose, como un terrón de azúcar rosado en la infinita taza de té del firmamento. Los voluminosos dientes de Dolly enfatizaban la alegría de su carita de muñeca “ Kammer & Reinhart” , a la par que sus ojillos de tonalidad menta proyectaban una acuosa serenidad sobre cuanto la rodeaba. Un angelito sin alas, con bucles de orquídea silvestre. - ¿Qué tenemos aquí? –le preguntó él. -   ¡Tío Gabriel! –exclamó ella, muy alegre. Le explicó que era su jardín particular, en el que nadie podía entrar; ni siquiera él. Había plantado, malamente, algunos lirios arrancados de otro lugar, una ramita de cerezo, y una crucecita hecha con mondadientes. - Aquí está enterra

La Llama Eterna: Relato XIX –El Estante Maldito–

Texto extraído del programa de RNE "Sinfonía de la Mañana", por Martín Llade.        Al principio, su imponente presencia física los cohibió; sus brazos, hinchados como velámenes a sotavento, estaban surcados por cicatrices de anzuelos, sirenas de ojos azules; y otras marcas, cuyo origen, inflamó la imaginación de los chicos. Mascaba tabaco, y despedía un penetrante aroma a salitre y brumas de países soñados. Indudablemente era uno de tantos marineros que arribaban al puerto de Vigo, aunque su presencia resultaba insólita en la casa “Musical Gaos”. Preguntó por el regente del negocio. Andrés, de trece años, repuso que estaba de negocios, en Coruña. ¿Podrían atenderle ellos? - Quisiera saber si tenéis la partitura de una canción –les dijo con su voz curtida por el ron y las tormentas oceánicas. El problema es que no se sabía ni el título ni la letra; eso sí, podía tararearla. Andrés le instó a hacerlo; y así, el marinero, entonó lo mejor que pudo una melodía que

La Llama Eterna: Relato XVIII –Dos Ángeles-

Texto extraído del programa de RNE "Sinfonía de la Mañana", por Martín Llade.       Hacía frío en aquella calle de Londres; acaso por la “gelidez” que exudaban los corazones de las gentes que transitaban por ella; tan sensibles como el mármol a la letanía lamentosa de aquel violín medio roto, el del viejo Jack; mendigo de los soportales de un iglesia cuyos feligreses salían tan limpios de pecado del servicio religioso, que no necesitaban purificar su conciencia, echando unas monedas dentro de su sombrero. Cada pordiosero londinense tenía adjudicada su propia esquina desde donde aguardar, con trémula paciencia, su fin en aquel invierno de la misericordia. Los que le conocían bien, preferían pasar de largo, puesto que alimentar su cuerpo, siquiera por unas horas, hubiera implicado de alguna manera, echar leña verde al fuego de su esperanza. Y eso hubiera sido mucho más cruel que dejarle morir allí de hambre y frío, algo a lo que estaba tan abocado, como las aves a em

La Llama Eterna: Relato XVII –Deja que vuelva al infierno–

   Texto extraído del programa de RNE "Sinfonía de la Mañana", por Martín Llade.       Estaban cumpliéndose las sentencias por los crímenes de Mathaussen-Gusen, y el teniente Spolding fue puesto al frente de un curioso cometido: revisar las últimas peticiones de los condenados y satisfacerlas en la medida de lo posible, siempre teniendo en cuenta que ello no habían ofrecido esta posibilidad a ninguna de sus víctimas. Cuando ojeó el folio escrito con minuciosa caligrafía médica del Eduard Krebsbach, Spalding reparó con cierta perplejidad en un nombre que le resultó familiar de su grata estancia por el conservatorio: Franz Schubert. Aquel monstruo pedía escuchar música del gran compositor austriaco después de la que sería su última cena. Lo comentó con el teniente Epstein, que cómo venía siendo habitual en el proceso le respondió con un: - Deja que se vaya derechito al infierno. Pero Spalding le preguntó si sería posible encontrar aquella música. Epstein pareci

La Llama Eterna: Relato XVI –La Bendición Gitana–

    Texto extraído del programa de RNE "Sinfonía de la Mañana", por Martín Llade.    El gran hombre miró en derredor suyo, todos estaban allí por él, jamás en sus setenta y cinco años de vida, había concitado a tantos asistentes. Ni siquiera el día de su boda, o aquella tarde en que, jaleado por doce pintas de cerveza negra, se diera de puñetazos con el viejo Paddy, en el pub del pueblo, por ver quién tenía la oveja más lanuda de Lincolnshire. En aquel teatro cabían al menos tres o cuatro veces todos los habitantes de su pueblo; pero sólo había cabida para un Joseph Taylor; o sea, él; el responsable de lo que iba a suceder allí. Y aquellos músicos, empingorotados con sus violines, y sus flautas; y como quiera que se llamasen los otros instrumentos, leerían una música preservada por su mente durante más de seis décadas. Y ello a pesar de que nunca supo leer ni escribir; aunque era capaz de prever la lluvia con tres días de anticipación, con echar un somero vistazo a l

La Llama Eterna: Relato XV –Te seguiré hasta el mismísimo infierno–

    Texto extraído de programa de RNE: Sinfonía de la Mañana (por Martín Llade)       Quedaron en el lujoso piso en el que él residía ahora en Londres. Sophia estaba impaciente, como en todas las reconciliaciones que tenían lugar entre ambos. Daba igual que se castigaran mutuamente, interponiendo entre ellos a terceras, incluso a cuartas personas, porque siempre acababan volviendo el uno al otro. Estos reencuentros habían tenido lugar en toda Europa, convirtiéndose cada uno de sus países en una mera casilla del tablero de juego que era su amor. Al fin y al cabo, ella era Sophia, la esposa de Jean Dussek, una leyenda viva, envidiado por los hombres y admirado por las mujeres hasta la locura. Pero ella misma tampoco le iba a la zaga, de hecho, la última separación se había debido a que se escapó con un fabricante de pianos. Jean, como siempre, no tardó en encontrar consuelo en otra artista con la que llevaba un tiempo instalado en Londres. Pero, como era natural en él, había aca