La Llama Eterna: Relato XXI –Y se rompió el hi…-
Texto extraído del programa de RNE "Sinfonía de la Mañana", por Martín Llade.
Las funciones de Turandot de aquella temporada,
constituyeron un éxito enorme, pese a lo cual, Rudolf Bing no dejó de observar
que, últimamente, Corelli se salía del escenario durante el acto segundo cuando
la Princesa China, cantaba el “In Questa
Reggia”, y sólo regresaba al final de este número, a cantar su parte.
-Se supone que ese tipo, el Príncipe, está
enamorado de ella. ¿Cómo se concibe que se largue así, sin más, sin escuchar su
historia? ¿Has conquistado a muchas chicas dejándolas con la palabra en la
boca?
-A pesar de su aspecto, Birgit no es una chica
–repuso el Tenor–. Es un pedazo de hielo metido dentro de un vestido. Y, si me
preguntas si me fastidiaba su festival de agudos; te reconozco que sí. Me
siento como un pegote callado durante toda esa escena; mientras el público la
devora con la mirada.
El Director del Metropolitan reflexionó:
- Los cantantes sois una raza de lo más singular.
Nadie va a creerse que tú estás hasta los huesos por ella, y que plantarás a la
chica estupenda; esto es: a Liu, por esa gritona que encima se deleita con la
idea de cortarte la cabeza. Las otras plantean imposibles que sólo la música
puede hacer creíbles; la música y los cantantes; ¿sabes? Tampoco me ha gustado
como estabais al final de la Obra, más que besarla, parece que estabas deseando
retorcerle el pescuezo.
Aquí sí que Corelli se defendió elegantemente:
-Tú lo has dicho, Rudolf; la música hace creíble
lo increíble. Puccini se murió antes de poder escribir el dúo el final; y la
música que compuso este otro tipo: Alfano, para acabar la Obra; es malísima.
Por eso no hay quién se trague este cuento chino. Ella es una arpía, y el Público
no puede dejar de pensarlo.
- Pues para eso estás tú –le espetó furioso Bing–.
Hazla tuya ante todos. Rompe su hielo.
-Como no sea con un martillo –le replicó Corelli.
-No. Birgit, se cree estupenda en todo momento,
porque en el fondo piensa que te tiene dominado como Príncipe, y como cantante.
Cuando menos se lo espere, en el momento del beso, muérdela.
El Tenor no daba crédito a lo que escuchaba:
¿Morderla? Pero eso iba a ser un suicidio. Y, ¿cómo se
supone que debía hacerlo?
-Como si te estuvieses comiendo un enorme bistec
–le animó Bing–. Hazme caso; y no te preocupes, que ella no se saldrá del Papel.
Dicho y hecho, llegó la última función. Cuando la música de
Puccini se extinguía para dar paso a los fragmentos, malamente enhebrados por
Alfano a partir de los bocetos del Maestro; se producía aquel dúo desmadejado
en el que sólo era posible intuir ideas que, convenientemente desarrolladas,
hubieran podido ser geniales.
Y llegó el momento del beso; y Franco Corelli, abrió su boca
lo más que pudo, y fue a hendir su dentadura en el cuello de Birgit Nilsson.
Los ojos, convenientemente maquillados, para parecer asiáticos de la Soprano,
se abrieron con perplejidad, rasgando de furia el aire.
Sin separarse de él, Nilsson trató de separarse hundiendo la
punta de sus zapatos de princesa en el tobillo; a pesar del puntapié, Corelli
no soltó su presa, y apretó todavía más los dientes.
Nilsson masculló algo en sueco en su oído, que Corelli
intuyó que sólo podía significar una cosa. La apretó entre sus brazos mientras
ella agitaba con desesperación los suyos en el aire, dolorida. Finalmente, la
Cantante, soltó un grito agudo, al lado del cual, su “In Questa Reggia” no era si no una pequeñez. No había duda: su
hielo, se había roto.
El Público prorrumpió en aplausos de emoción; Corelli la
soltó entonces, y se limpió de inmediato los labios, descubriendo en ellos unas
gotas de sangre imperial. El Coro cantó el famoso tema del “Nessum Dorma”, y cayó el telón. El Público se extrañó mucho al ver
que los intérpretes no salían a saludar.
-¡Te mato! –rugió Nilsson, persiguiéndole entre
bambalinas.
Y le arrojó los zapatos a la cabeza; y luego, cuantos
brazaletes y anillos llevaba su personaje; uno de ellos, alcanzó en la frente a
Corelli, que rompió a sangrar copiosamente. El Coro, acabó por cogerlos, y
meterlos a la fuerza en el escenario.
-¡Eres un espagueti muerto! –no dejaba de rugir
Nilsson. Luciendo una gran sonrisa para el público, que se deshacía en vítores.
- ¡Ha sido Bing! ¡Ha sido Bing! –trataba de
aplacarla éste en vano.
Pero no se pudo negar que aquel final de Acto, fue el más
electrizante, ya no de aquella producción, si no de toda la historia de Turandot.
Unas semanas después, Rudolf Bing recibió un telegrama de Birgit
Nilsson, comunicándole que estaba indispuesta, y que no podría representar el
personaje en las funciones que habían programado en Cleveland. Bing la llamó
por teléfono a su hotel, en Nueva York, y, tras mucho insistir, logró hablar
con ella.
-Querida Birgit, cuánto lamento lo de tu
enfermedad, pero..., ¿no hay nada que podamos hacer? ¿Ningún remedio natural de
éstos, que pueda hacer que te recuperes?
Lo veo muy complicado, querido Rudolf –replicó la
Diva, al otro lado de la línea. Creo que me han contagiado la Rabia.
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