La Llama Eterna: Relato XXII –Deidad terca-

Texto extraído del progama de RNE "Sinfonía de la Mañana", por Martín Llade.

    El Público de San Luis ardía en deseos de ver la Lucia de Lammermoor, de la húngara Etelka Gerster. Lamentablemente, Mademoiselle Gerster, no parecía tan entusiasmada de presentarse ante los habitantes de San Luis.

Lejos de imponerle respeto, semejante perspectiva, enconó todavía más los ánimos de la Prima Donna, que envió esa tarde una nota a Bruno a su habitación.

Tal y como sospechaba, Bruno se encontró el amenazante cartel de: No Disturbing, en la puerta de la suite de la Cantante. A pesar de que temía una pataleta, llamó con los nudillos.

La convenció de que se dejara examinar por un médico. El Teatro les demandaría si ella se ausentaba sin más. Era preciso un certificado que acreditara su enfermedad.

Accedió perezosamente.

El Médico hizo su aparición media hora después con su maletín, un par de anteojos empañados, y las patillas afiladas que tanto odiase Mademoiselle Gerster.

Estaba medio tumbada sobre un diván, con una bata de seda con motivos japoneses de fantasía, decorándole las amplias mangas. La parte del pecho estaba cubierta por el dibujo de unos juncos sobre los que levantaban el vuelo dos grullas. Hablaba en un tono tan extraordinariamente bajo de voz, que sólo pegando el oído a los labios, podía entenderse lo que decía.

Ella le lanzó una mirada asesina que, ante su indiferencia, redirigió hacia Bruno; y permitió que los juncos se partieran por la mitad, y las grullas se alejasen: una al este y la otra al oeste.

El Médico, le recorrió el pecho con su instrumental, y luego le permitió cubrirse de nuevo. Carraspeó profundamente, y luego anunció con la misma falta de entusiasmo que un vendedor a última hora del mercado:

La expresión de la Gerster fue un poema. Iba a hablar para protestar, pero el Médico se puso el dedo sobre los labios:

Y le ordenó meterse en la cama y aplicarse compresas frías sobre la frente y emplastos calientes en el pecho. Ella no tuvo más remedio que obedecer; el Médico se marchó al fin de la suite.

Una vez se hubo marchado al fin, la Gerster saltó furiosa de la cama y comenzó a quitarse el camisón, y las otras ropas de cama con las que le ordenase vestirse el Médico para estar caliente.

Y Etelka Gerster, cantó la mejor Lucía que se recordase jamás, ya no en San Luis, si no en todo Estados Unidos; y salió a saludar y una vez más sus adoradores la confirmaron en su posición de “Deidad de las Artes Canoras”. Pero en esto, estuvo a punto de desatarse una segunda escena de locura, más alucinante todavía que la del original “donecitiano”: y es que la Diva, se quedó de un pasmo al descubrir al “Doctor” que la provocase con insultante prescripción, con indumentaria de criado, entre los figurantes que representaban a los invitados de la boda de Lucía. Sin anteojos, sí, pero con las mismas ordinarias patillas, inclinándose entre sonrisas a los aplausos del Público.
Y ya fue a dirigir su proverbial mirada criminal a Bruno en primera fila, pero éste, consciente de la conveniencia de cambiar de aires; ya había puesto, para entonces, “pies en polvorosa”.

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