La Llama Eterna: Relato XXII –Deidad terca-
Texto extraído del progama de RNE "Sinfonía de la Mañana", por Martín Llade.
El Público de San Luis ardía en deseos de ver la Lucia de Lammermoor,
de la húngara Etelka Gerster. Lamentablemente, Mademoiselle Gerster, no parecía
tan entusiasmada de presentarse ante los habitantes de San Luis.
-Bruno –le decía a su agente–, son unos Yankis
paletos. ¿Has visto qué patillas se dejan? Qué forma tan brusca tienen de hacer
todo. De andar, de comer, hasta de fumar; y todo el día mascando tabaco. Te
dije que teníamos que haber aceptado lo de Londres.
-Ya has cantado mucho allí –insistía su
representante–. Necesitas triunfar en el Nuevo Mundo. Y no les llames Yankis,
que son Sureños; podrían untarte de brea y plumas, si te oyeran decir eso.
Lejos de imponerle respeto, semejante perspectiva, enconó
todavía más los ánimos de la Prima Donna, que envió esa tarde una nota a Bruno
a su habitación.
-“Me siento enferma, y no deseo ser molestada”
–afirmó–. “Que suspendan la función, o busquen a una corista de salón para
reemplazarme”.
Tal y como sospechaba, Bruno se encontró el amenazante
cartel de: No Disturbing, en la
puerta de la suite de la Cantante. A pesar de que temía una pataleta, llamó con
los nudillos.
-¡Vete al diablo! –se escuchó la voz amenazante
de ella desde el interior– Estoy muy enferma.
La convenció de que se dejara examinar por un médico. El
Teatro les demandaría si ella se ausentaba sin más. Era preciso un certificado
que acreditara su enfermedad.
Accedió perezosamente.
-Pues busca uno. Iros todos al infierno. Esto es…
Daos una vuelta por esta maldita ciudad.
El Médico hizo su aparición media hora después con su
maletín, un par de anteojos empañados, y las patillas afiladas que tanto odiase
Mademoiselle Gerster.
-¿Qué tiene? –preguntó el Facultativo.
- ¿Es que no es evidente?
Estaba medio tumbada sobre un diván, con una bata de seda
con motivos japoneses de fantasía, decorándole las amplias mangas. La parte del
pecho estaba cubierta por el dibujo de unos juncos sobre los que levantaban el
vuelo dos grullas. Hablaba en un tono tan extraordinariamente bajo de voz, que
sólo pegando el oído a los labios, podía entenderse lo que decía.
-Debe descubrirse, Mademoiselle –dijo inalterable
el médico.
Ella le lanzó una mirada asesina que, ante su indiferencia,
redirigió hacia Bruno; y permitió que los juncos se partieran por la mitad, y
las grullas se alejasen: una al este y la otra al oeste.
El Médico, le recorrió el pecho con su instrumental, y luego
le permitió cubrirse de nuevo. Carraspeó profundamente, y luego anunció con la
misma falta de entusiasmo que un vendedor a última hora del mercado:
-Sí, está enferma. Tiene la epiglotis irritada,
la úvula inflamada, y las amígdalas como dos huevos de avestruz. Debe guardar
reposo, y no cantar bajo ninguna circunstancia.
La expresión de la Gerster fue un poema. Iba a hablar para
protestar, pero el Médico se puso el dedo sobre los labios:
-Chissst. Ni una palabra Mademoiselle. Cada
esfuerzo de más que haga, será un día más que su garganta tarde en recuperarse.
Y le ordenó meterse en la cama y aplicarse compresas frías
sobre la frente y emplastos calientes en el pecho. Ella no tuvo más remedio que
obedecer; el Médico se marchó al fin de la suite.
- No sabe lo agradecido que me siento –le dijo
Bruno al abrirle la puerta.
-Son sesenta dólares, amigo –replicó el Médico,
con la misma falta de entusiasmo con la que realizara su diagnóstico.
Una vez se hubo marchado al fin, la Gerster saltó furiosa de
la cama y comenzó a quitarse el camisón, y las otras ropas de cama con las que
le ordenase vestirse el Médico para estar caliente.
-Pero, ¡¿qué haces?! –exclamó Bruno.
- ¿Que qué hago? Vestirme para ir ahora mismo al
Teatro. Será burro el medicucho paleto éste. ¡Decirme a mí que no puedo cantar!
¡Se va a enterar el matasanos patilludo ese! ¡Échame una mano!
Y Etelka Gerster, cantó la mejor Lucía que se recordase
jamás, ya no en San Luis, si no en todo Estados Unidos; y salió a saludar y una
vez más sus adoradores la confirmaron en su posición de “Deidad de las Artes
Canoras”. Pero en esto, estuvo a punto de desatarse una segunda escena de
locura, más alucinante todavía que la del original “donecitiano”: y es que la
Diva, se quedó de un pasmo al descubrir al “Doctor” que la provocase con
insultante prescripción, con indumentaria de criado, entre los figurantes que
representaban a los invitados de la boda de Lucía. Sin anteojos, sí, pero con
las mismas ordinarias patillas, inclinándose entre sonrisas a los aplausos del
Público.
Y ya fue a dirigir su proverbial mirada criminal a
Bruno en primera fila, pero éste, consciente de la conveniencia de cambiar de
aires; ya había puesto, para entonces, “pies en polvorosa”.
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