La Llama Eterna: Relato XIX –El Estante Maldito–
Texto extraído del programa de RNE "Sinfonía de la Mañana", por Martín Llade.
Al principio, su imponente presencia física los cohibió; sus
brazos, hinchados como velámenes a sotavento, estaban surcados por cicatrices
de anzuelos, sirenas de ojos azules; y otras marcas, cuyo origen, inflamó la
imaginación de los chicos.
Mascaba tabaco, y despedía un penetrante aroma a salitre y
brumas de países soñados. Indudablemente era uno de tantos marineros que
arribaban al puerto de Vigo, aunque su presencia resultaba insólita en la casa
“Musical Gaos”. Preguntó por el regente del negocio. Andrés, de trece años,
repuso que estaba de negocios, en Coruña. ¿Podrían atenderle ellos?
-Quisiera saber si tenéis la partitura de una
canción –les dijo con su voz curtida por el ron y las tormentas oceánicas.
El problema es que no se sabía ni el título ni la letra; eso
sí, podía tararearla. Andrés le instó a hacerlo; y así, el marinero, entonó lo
mejor que pudo una melodía que ninguno de los pequeños supo reconocer.
Se miraron entre sí, encogiéndose de hombros; y, ya iba Pepe
a decirle que no la tenían, cuando Andrés le guiñó un ojo. Señaló el estante
donde atesoraban polvo las partituras pasadas de moda, que nadie se llevaba
nunca.
-Creo que está ahí mismo –dijo.
Y cogió una partitura al azar, que colocó sobre uno de los
atriles que tenían a la venta. Luego tomó su violín, y fingiendo leer la
partitura, comenzó a tocar, lo mejor que pudo, la melodía tarareada por el
marinero.
-¡Esa es! ¡Esa! –dijo emocionado–. Creo que le
escuché en Noruega por primera vez. Pensé que nunca podría tenerla. ¡Qué
emoción! ¿Cómo se llama?
Andrés le entregó
la partitura.
-“Lecciones
de Tinieblas”, de P. Schlick –rezaba.
-¡Vaya! Nunca le hubiese supuesto un título así
–exclamó el hombre–. Me la llevo. Y, ya que estamos, ¿no tendréis otra que…? El
caso es que tampoco sé como se llama.
-No importa –Andrés cogió nuevamente su violín–.
Tararéela, por favor.
Y el marinero lo hizo. Y Andrés, asistido por su hermano,
repitió la jugada de fingir que leía una de las partituras del estante
“maldito”; y la tocó perfectamente al violín, permitiéndose hasta unas
variaciones sobre la melodía.
Al hombre, se le saltaban las lágrimas.
-Pero… ¡Qué suerte que estoy teniendo! ¡No me lo
puedo creer! Años buscándolas… ¿Cómo se llama ésta?
-“Fantasía
que contrahace la arpa en la manera de Ludivico” –repuso el mozalbete.
-Curioso nombre también. Espera, espera; y esta
otra –repuso el hombre.
El marinero se marchó muy contento con seis partituras bajo
el brazo; pero más felices estaban Andrés y Pepe: contemplando el montoncito de
monedas con el que les pagó, y que introdujeron cuidadosamente en la caja.
-Ya verás que contento se pone papá –dijo Pepe.
A la mañana siguiente, Don Andrés ya estaba de vuelta de su
viaje Coruñés, y lo que menos esperaba era encontrarse a un furibundo marinero,
ante la puerta de la tienda, con varias partituras bajo el brazo.
-¡Y menos mal que no zarpábamos hasta hoy! –bufó
lleno de ira– Las hice tocar en el piano del barco, después de la cena, y todos
se rieron de mí. ¡Porque estaba Usted, y no ellos! ¡Que si no! ¡Les hubiese
roto el violín en la cabeza!
Con no poco trabajo, Don Andrés pudo calmar al hombre; al
que, no sólo devolvió el dinero, si no regaló una partitura de la “Salve Marinera”, por las molestias.
Éste, se alejó contemplándola con gran recelo.
Estaba claro que los niños necesitaban un castigo, pero
cuál. La proeza era grande; apenas un año antes, Pablo Sarasate se había
quedado perplejo ante las habilidades de Andrés; y, hasta llegó a proponer
llevárselo consigo de gira por Europa. A lo que dijeron que no; todavía era
demasiado pronto. ¿O, se equivocaron al rechazar aquella oportunidad? Sólo el
tiempo lo diría.
Hizo llamar a sus hijos, que le preguntaron si estaba
satisfecho con lo bien que habían llevado el negocio aquellos días.
-Muy contento –les dijo–; así que, voy a
remuneraros como merecéis.
Y sacó del bolsillo su talega, que hizo tintinear en la
palma de la mano, antes de entregársela.
-¿Por qué no os dais el gustazo de una buena
merienda? Habéis demostrado que sois dos hombres “de pro”. Ese será vuestro
pago –repuso cariñosamente.
Le besaron en las mejillas, y salieron de allí escopeteados,
sintiéndose los “Reyes del Mundo”.
A las cuatro de la tarde vinieron a traerle recado a Don
Andrés de que sus hijos estaban en la comisaría; puesto que, después de haberse
regalado con una opípara comida en una marisquería; habían pretendido pagar con
una bolsa llena de botones de marinero.
-Ahora iré a buscarlos –dijo.
Y, mientras iba poniéndose la chaqueta, reflexionó sobre la
verdadera lección que aprenderían los chiquillos; especialmente Andrés; sobre
la diferencia entre: pagar con moneda falsa y ser pagado con ella; entre un
equilibrista del violín, y un músico disciplinado y responsable; que no
necesitara del truco fácil para alagar superficialmente a un público deseoso de
alardes.
Seguro que aprendería la lección; y, sin caber en sí de
orgullo, Don Andrés se encaminó a la comisaría, tratando de adoptar, sin conseguirlo,
la expresión severa que su posición paterna le exigía, a la hora de traerse a
los chicos de vuelta a casa.
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