Ya he acumulado sobradamente medio siglo de experiencias: el atardecer de una dictadura "soleá", el retorno forzoso de una monarquía huida que, como nunca acabó de arrepentirse de su regreso, en cuanto pudo voló al país de las mil y una noches; la elección simulada de un nuevo régimen de collares para los hijos de los mismos perros; la explosión de un desenfreno arrasador, inducido por la engañosa sensación de la igualdad social; la fragmentación sistemática del estado, y su recomposición con masilla de agua y harina, para elogiar a la locura del cura erasmus; he sentido la picazón del insidioso prurito de una monarquía de repuesto sólo aparentemente preparada y presuntamente agnaticia; la hinchazón de un pueblo que, como una patada en los huevos, ha pasado del rojo al azul, al morado, y que como las plumas de las "gallines" negras según les dé el sol será un arcoíris: naranja, verde, lila, se tornará amarillo pero que seguro acabará gris "losa" (de de