Conversaciones con Felisa III, "La Lista"

Hace unos días, mientras bajaba de una escalera de madera para pasar a podar otro manzano, en el penúltimo peldaño pisé a una gallina. La sensación de tomar "falso" suelo, casi me descalabra, y bajé de un salto.


-- ¡¿Qué cojones haces ahí, Felisa?! -le pregunté, aún sabiendo que no obtendría respuesta, por el simple hecho de llenar mi soledad.


Pero Felisa respondió:


-- ¿De verdad le estás preguntando a una gallina qué hace posada en un palo? -me espetó, mirándome alternativamente con un ojo y el otro, mientras recuperaba el equilibrio en el peldaño.


No sé que me extrañó más, si que una gallina me hablara, o que en lugar de responder me formulara una pregunta del todo... coherente. Pero como yo siempre he sido muy asertivo, respondí:


-- Perdona, pero es casi me caigo por culpa tuya.


-- Quería decirte que no nos tires las ramas de los manzanos, que no nos gustan. Échanos una lata de esos "petipuá" que compras en Olorón, y que guardas para el "madmax".


Había vuelto a hacerlo, Felisa había hablado, y entonces me percaté de que lo había hecho a través de los auriculares del móvil, atenuando la música de RNE Clásica mientras escuchaba la 'Pastoral'; así que eché mano del celular para ver qué estaba pasando. No vi nada anómalo, sólo a mi admirado Martín Llade tratando de hacerse el gracioso con sus colaboradoras de programa usando mofas otrora aceptables pero hoy en día algo machistas. El pobre está en la cuerda floja y nadie se lo dice.


Entonces le hice a Felisa otra pregunta:


-- ¿Cómo lo has hecho? ¿Puedes hablar? ¿Sabes?


Esta vez no hubo respuesta oral, pero sí muchísima comunicación no verbal. Felisa se me quedó mirando fijamente con su ojo derecho un buen rato, y luego, de un vuelo corto y preciso se entrometió entre sus dos únicas compañeras de la granja, como para interrumpir cualquier confabulación jesuítica que pudiera estar naciendo entre ellas, y contra ella, mientras picoteaban en el césped.


-- ¡Hey! No huyas, te he escuchado perfectamente. ¿Cómo lo has hecho? ¿Vuelve a hacerlo? Habla. ¡Habla! ¡Di algo! Insistí mientras comenzaba a perseguirla amenazante.


Al poco de correr erráticamente en zigzag, Felisa fingió acobardarse, se agachó temblorosa, y se quedó inmóvil  mientras yo, armado con las tijera de podar en mi mano izquierda, la agarraba por el cuello, e insistía a gritos en que hablara de nuevo.


Entonces me di cuenta de que mi vecino Nicolás, que como de costumbre se iba a comer a la ciudad, había detenido su TT junto a mi valla, y me estaba observando con la ventanilla bajada.


-- ¿Ya te vas a comer? -le pregunté, tratando de disimular la situación.


-- Sí. Llevo toda la mañana podando, y ya se me ha hecho gana. Supongo que tú comerás más tarde, sino no te dará tiempo a preparar el caldo de la gallina. ¿Le vas a cortar el cuello con la tijera? -me preguntó sonriendo con guasa.


-- ¡Ah! No. No es eso. Sólo las estaba quitando de en medio, que están muy pesadas. -puntualicé.


-- Bueno, nos vemos mañana que esta tarde no subo. -respondió dando a entender que no cabía hablar más del asunto, tratándose de un "ido" que habla con gallinas.


-- Vale. Hasta mañana, Nicolás.


Y reanudó la marcha.


-- ¿Vas ha hacerlo? ¿Nos vas a quitar de en medio? -sonó claramente en mis auriculares.


-- ¿Lo ves? Lo has vuelto ha hacer. Has hablado. Sabía que no eran imaginaciones mías.


-- No me has respondido. ¿Me vas a cortar el cuello con esa tijera?


-- No, no, no quiero hacer eso. -corregí dejando la tijera en el suelo.


-- Pues suéltame, que me haces daño.


Obedecí de inmediato.


-- ¿Así que no me vas a cortar el cuello para comerme?


-- Bueno, desde luego que no. No lo he pensado. Estoy muy contento con vosotras, porque ponéis muchos huevos.


-- ¿De verdad que ni se te ha pasado por la imaginación?


Entonces, no sé porqué tuve la convicción de que a una gallina que capaz de meterse en mi cabeza para hablarme, no podía mentirle.


-- Está bien, reconozco que a veces pienso en ello.


-- ¿Cómo?


-- Pues reflexiono sobre cuánto tiempo pondréis huevos, cuanto viviréis, y que habré de hacer luego.


-- ¿Te refieres a cuando muera? Pero eso no es lo que te he preguntado. ¿Nunca has pensado en comernos?


-- La verdad es que sí se me ha pasado por la cabeza. Pero, tranquila, que no tengo nada decidido.


-- ¿No lo tienes decidido?


-- No.


-- Vaya, es un consuelo. ¿Y cuándo piensas decidirlo?


-- Porqué no cambiamos de tema. No quiero hablar ahora de eso, espero no tener que llegar a tal punto.


-- Hablar de otro tema, ¿dices?


-- Sí, por ejemplo si tus compañeras Melisa y Clarisa también saben hablar. Parecen estar escuchando. ¿Nos entienden?


-- ¿Esas? Esas no entienden absolutamente nada, sólo saben comer, cagar y poner huevos, ya son transgénicas.


-- ¿Y tú no?


-- No, yo me negué rotundamente, pero a mí ahora no me apetece hablar de eso. Volviendo a lo que me decías. No debes preocuparte porque un día hayas de sacrificarme, te entregaré mi cuerpo como hago con mis huevos, eso sí, siempre que hagas un buen caldo y unas magníficas croquetas con él.


-- ¿Cómo puedes decir eso tan tanquila? Te va la vida en ello.


-- No te preocupes por mi vida, sé cuidarme, y me siento feliz por cómo nos tratas aquí. Mientras ponga huevos sé que me respetarás.


-- También te puede ocurrir que en lugar de mi cuchillo, sean las fauces de un zorro las que se aprovechen de ti. Ésa sí que es una muerte digna para una gallina. ¿No? El zorro lo aprovecha todo. -le advertí en tono algo burlón.


-- No he visto ningún zorro por aquí.


-- Pues has de saber que en el bosque los hay ¿Preferirías ese final? ¿Que te soltara en el bosque cuando seas vieja y no pongas huevos?


-- Por supuesto. Sería más... Natural. Eso sí, no valdrá dejarse coger, el zorro tendrá que luchar por su comida, y yo por mi vida.


-- Vale, pero de momento prefiero que estés aquí, así que tranquila -le dije sinceramente.


-- Ok. Por cierto, dadas las circunstancias, debes saber que tu cuchillo quizá esté a la misma distancia de mi cuello, que del tuyo el de cualquier fanático integrista. ¿Habías pensado en eso?


-- La verdad es que no se me había ocurrido tal fatalidad -reconocí aterrorizado.


-- Tranquilo, eso sería más digno a que un dron teledirigido desde china te vuele la cabeza. ¿Has visto alguno por aquí?


-- No -reconocí perplejo.


-- Pues ya no deben andar muy lejos. Por cierto, llegado el caso, ¿preferirás que cuando seas viejo te envíen al Frente Oriental para que acaben pronto con tu sufrimiento senil? ¿Será más honorífico o más natural que morir ahogado en la cama.


No supe que contestar. Felisa marchó cacareando rumbo al comedero como si nada extraordinario hubiera ocurrido; y en mi cabeza se hizo un silencio rotundo.


Desde ese día Felisa pasó a ser Felisa III, la "Lista". Lo de lista ya he dejado evidencia, pero ¿por qué le puse nombre? ¿Y porqué Felisa? ¿Y "tercera"?


Emulando a Bob Dylan siempre he puesto nombre a todos los animales que se han encontrado cerca de mí. Me gusta reconocer su personalidad y tratarles con respeto.


Felisa tomó su nombre de otra gallina ponedora que nació en 1939, quien, a su vez, lo tomó de una vecina de mi tía abuela Martina, de ahí el ordinal de ésta, como Felisa "tercera". 


De la mentada vecina, Felisa I, persona a quien no conocí porque fue represaliada, fusilada y arrojada a un trujal en compañía de otros muchos infortunados, veinte años antes de que yo naciera, sé que le llamaban la "Bonica", no porque fuera un apodo heredado, si no porque, no sé si por bondad, o sumisión manifiesta, desde niña le llamaron así. Llegando muchos a decir que valía más para monja, que para esposa. 


Un ejemplo: Felisa, apenas pasada la edad que hoy llamaríamos adolescente, beata, sin hijos, y ya viuda de guerra de un alférez "nacional", acogió a su joven cuñado "rojo" quien, huido del frente, se ocultó en su casa hasta que, mientras otros caían en desbandada, consiguió poner rumbo a Méjico desde detrás de las filas enemigas, lo que a la larga a ella le costaría la vida; no porque cuidara de un comunista incapaz de levantar un Mauser, sino porque no tuvo la precaución de deshacerse de la bandera que éste abandonó en su huida cobarde, y que ella ignoraba él había dejado bajo su cama: la de ella. D.E.P. Felisa I, la "Bonica", o la "Buena".


Felisa II, "La Mala", fue una gallina que pasó a formar parte del acervo histórico de mi familia materna porque acompañó hasta París a la tía de mi madre, y sus cinco hijos: Antonio, Carmen, Domingo, Félix, Pilar y José, que ya correteaba pero que aún tomaba teta, en su exilio forzado por las convicciones políticas de su marido Antonio, que nunca fue al frente, pero de quien todo el mundo sabia que era defensor del Anarquismo.

Conocí a toda esa familia en cuanto llegó el cambio de régimen a España, y fue por transmisión oral de mi tía abuela Martina, que aprendí mi primera lección de ingeniería, inolvidable: 


UNA GALLINA ES UNA MÁQUINA PORTÁTIL DE TRANSFORMAR BASURA EN ALIMENTO.


No voy a relatar aquí los innumerables azares que tuvieron que soportar esas siete personas, y Felisa, en los más de dos mil kilómetros que separan mi pueblo de París, y lo que allí les esperaba; sólo una anécdota:


En el paso fronterizo de Portbou, la madre, tras hipnotizarla, escondió a Felisa bajo sus enaguas para que no se la requisaran los gendarmes; y tanto fue el cuidado, atención y esperanza puestas por Martina en su operación de intendencia clandestina, que se olvidó de controlar al pequeño José, quien, una vez en suelo francés, no aparecía en el recuento, hasta que les dio por mirar en el hueco de la rueda de repuesto del camión que los llevaba, y donde la criatura, envuelta en una lona desgarrada, se había escondido, dormía plácidamente e ingresaba en Francia sin que quedara constancia de ello. Poco después, aprovechando el desmadre de la segunda guerra mundial, conseguiría una partida de nacimiento, pasando a ser ciudadano galo genuino. A diferencia de mí, que vine París y nací en España, él nació aquí, y renació en París.


Según me contó mi familia exiliada, Felisa II garantizó un huevo diario durante dos largos años, convirtiendo en nutriente toda la basura orgánica que mi tía encontraba rebuscando en las "pumelas" parisinas, que la verdad no era mucha. 


Felisa II fue una más de la familia entregando su alma durante tres años y luego aún quedó cuerpo para un buen guiso que saborearon entre sollozos el mismo día de junio de 1940 en que Hitler les hizo una breve visita a los parisinos.


En cuanto a su apelativo de  "La Mala", quizá fue porque, obviamente, en aquellas circunstancias existencialistas, la ponedora tenía regaños, experiencia y malicia suficientes como para sobrevivir a los numerosos "misifús" que la cortejaban a diario, y para pelearse por la comida con los gorriones,  porque eso le importaba "un huevo" pues en ello le iba la vida. 


No obstante, según me dijo mi tía Martina, el nombre de Felisa se lo puso porque su porte distinguido aunque famélico, le recordaba a su querida amiga de la infancia y vecina, Felisa, la "Bonica"; y porque aquella, que no tuvo tiempo de ser madre, cuidaba con mucho cariño de Pilar y José cuando era un bebé, como Felisa la "Mala" que tomó este apelativo para distinguirla de su amiga, fue el sustento de José y Pilar hasta que casi dos años después de llegar a París echaron "cuerpo alante".



Comentarios

Entradas populares de este blog

La Llama Eterna: Relato XVI –La Bendición Gitana–

ANARQUIA. Mensaje para los nacionalismos hegemónicos y colonizadores

POLVO DE ESTRELLA ROJA CON EL CORAZÓN BLANCO