ANARQUIA. El trabajo

A mis congéneres, hijos del barro infestado del virus del egoísmo de seres que no eran como nosotros, despertad y negaos a seguir cumpliendo su enfermizo propósito. 


¡TRABAJAD PARA VIVIR, NO VIVAIS PARA TRABAJAR!


Aún me duelen dentro aquellos que vinieron en el agua que mojó la tierra de nuestro planeta, para amasar el barro con el que nos crearon a su imagen y semejanza.


¡Malditos invasores! Que violaron y preñaron a nuestra querida Madre Naturaleza, haciéndonos sus hijos bastardos; destructores de sus riquezas más preciadas, con el único propósito de obtener su contenido más inútil: el ORO.

Aquellos que nos arrancaron de nuestra lenta evolución, obligándonos a saltar el orden natural y, convirtiéndonos en una especie medio alóctona, LA ÚNICA EN LA TIERRA QUE TRABAJA PARA OTROS A QUIENES QUE NO CONOCE, ABANDONANDO A LOS SUYOS; temida y odiada por todas las demás especies, hasta el punto de ser aborrecida por su propia Madre; aquellos, aquellos monstruos siguen entre nosotros, mejor dicho, los llevamos dentro.

Ellos nos obligan cada día a salir a trabajar más y más en beneficio suyo, a inculcar a nuestros hijos que hagan lo mismo porque es lo correcto. Su misión se aproxima día a día. Su objetivo: la panspermia, que seamos lo suficientemente fuertes para que los saquemos de una Tierra agonizante, y los llevemos a otro Mundo Virgen donde especies, ahora felices, que se buscan el sustento diario sin otro objetivo que la Vida, caerán en la red del progreso egoísta, convirtiéndose en nuestros esclavos, sus esclavos.

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