ANARQUIA. La Colonia

 Antón soltó las manos de su hija, la miró fijamente a los ojos y cerró los suyos para retener el impulso de su vibrante mirada; giró y recorrió a ciegas los treinta y tres pasos medidos que le separaban del centro del escenario. Abrió los ojos y eludió el destello de los focos "agua marinos" en el estrecho horizonte, tomó aire, y aguantó el impacto del silencio que irrumpió amenazador sobre el Olimpo Lineal Arena en cuanto cesaron los épicos acordes del himno de Arizón. Protegió su mirada en la penumbra del foro más largo jamás construido por el ser humano, sonrió tal como le habían enseñado, y su sonrisa iluminó centenares de proyectores holográficos que flanqueaban la interminable avenida. Hinchó el pecho, cortó en seco su sonrisa, y dijo algo que nadie esperaba oír:


Apreciados colonos, a partir de ahora la moneda oficial en Marte será el watio.

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