S.O.S.

 Mientras conducía por la sinuosa carretera de montaña que le llevaría a su destino, Quim podía sentir la presión de la necesidad hurgándole en las entrañas. Hombre calculador y frío tecnólogo, ingeniero empleado en una empresa de explotación de centrales hidroeléctricas; en su entorno laboral se desenvolvía con total naturalidad entre equipos de rudos mecánicos que admiraban su ingenio y su capacidad de liderazgo. Otro tanto sucedía con sus amigos, quienes le reconocían como un hombre sensato y formal, quizá algo introvertido, metódico, y excesivamente volcado hacia su vida familiar, donde también tenía fama de buen esposo, y padre ejemplar.


Sin embargo, lo que todos ignoraban de Quim era que internamente siempre había fantaseando y se había dejado llevar en secreto por sus instintos más básicos, sobre todo por el que denominaba: “su llamada de la selva”, que comenzó a visitarle al quinto año de matrimonio, justo después de que naciera su único hijo. Llamada que regresaba indefectiblemente cada primavera, y que le duraba hasta el bien entrado el verano; momento en que su apetito sexual parecía verse atenuado por la obligación de irse de vacaciones con la familia, y la época de caza de jabalíes, actividad que le gustaba practicar en compañía de sus amiguetes de la infancia; dejando para después del otoño su particular coto de “caza mayor” entre las múltiples cenas de empresa previas a la Navidad; donde, con la excusa de volver temprano a casa con la familia, abandonaba a sus compañeros para visitar en secreto alguna de sus nuevas conquistas. Luego el largo parón invernal para recuperar fuerzas, “hacer familia”, celebrar su cumpleaños, la Nochebuena, y los “mensajitos” de Nochevieja; excusa perfecta para planificar el nuevo año que para él comenzaría en marzo, cuando, casualmente y por razones que nunca le intrigaron, habían nacido todos sus ligues, quizá porque en su trabajo coincidía con el periodo de más tarea, justificación perfecta para pernoctar fuera de casa cuando, en realidad, estaba “celebrando” algún cumpleaños.


Sin embargo, este año ya con marzo pasado, la primavera terminada, y el verano bien entrado, a diferencia de los diez anteriores, su necesidad de caza se había convertido en perentoria, pues llegado julio llevaba sin tener relaciones sexuales “gratis”, ni siquiera con su esposa Sara, desde la última Nochevieja cuando ella, quizá por casualidad, quizá por oportunidad, tomó su móvil del trabajo cuando él, tras responder un mensaje a escondidas, lo olvidó desprotegido sobre el recibidor, para llevar al niño y su suegra a casa de ésta. Sara leyó los más que cariñosos deseos que para el Año Nuevo le habían enviado: Melisa, Silvia, Miriam, Johanna, Esther... Y, desde luego mucho debía saber ya, o adivinar por su afición a las ciencias ocultas, cuando, en lugar de reaccionar de modo colérico, propio del disgusto por tan desagradable sorpresa, se tomó su tiempo en contestar fríamente a cada una de ellas en nombre de Quim, para dejarles bien claro que les agradecía los buenos deseos, al tiempo que les ponía al día de que no podía haber comenzado mejor el año, pues había conocido a una chica por la que se había decidido a dejar a su esposa, y rehacer su vida. A tal punto estaba locamente enamorado, que ésta ya era su primera Navidad fuera de casa... Que sentía que se enteraran así, pero… Que les deseaba lo mejor por lo bien que lo habían pasado juntos... Que había sido injusto… Que le perdonaran… Que seguro encontrarían otro hombre que las mereciera...


A Melisa le dijo que estaba con Miriam, a ésta con Silvia, a ella con Johanna, a Johanna con Esther… En fin, que sólo tuvo que hacer copia y pega en whatsapp, y cambiar los nombres para, en los apenas cuarenta minutos que tardó Quim en regresar para encontrarse a Sara en la cama esperándole despampanante con una botella bien fría de champán, montarle tal lío en el gallinero de queridas, que ninguna de ellas quiso saber más de él.


Claro que Quim no se enteró del desaguisado hasta las cuatro de la tarde del uno de enero, cuando se levantó muy resacoso y sintiéndose enfermo. No recordaba haber bebido para tanto.


—Será por mis cuarenta y ocho recién cumplidos –pensó, algo confuso.


No obstante, lo primero que hizo fue irse al baño a consultar las respuestas de sus “amiguitas”; sólo entonces, tras leer lo ocurrido, se percató de que Sara no estaba en casa.


—¡Maldita sea! ¡¿Sara?! –la llamó aterrado, pero Sara no respondió.


Aprovechando que él dormía, seguramente sedado por los somníferos que hasta entonces tomara ella, ésta había hecho las maletas y se había largado a recoger al niño a casa de su madre; y lo que era peor, con el nuevo 4x4. Y quién sabe dónde, pues harta de escribir a desconocidas, no le dejó ni una nota, y su suegra no se lo habría de decir.


Debe haber alguna misteriosa forma de comunicación entre las mujeres por la que, cuando varias te repudian a la vez por haberse visto vilmente engañadas y humilladas, el resto, sin explicación conocida, parecen apercibirse del tipo de individuo que eres, quedando así automáticamente estigmatizado. Esto pensó Quim cuando, incapaz de hacerse comprender explicando lo ocurrido: Melisa, Silvia, Miriam, Johanna, Esther...; todas las de su agenda y, curiosamente, a cuantas otras pretendió seducir a partir de ese momento, eludieron volver a verle.


Sara, abogada de profesión, utilizó sus conocimientos y contactos, para quedarse con la casa, la custodia permanente del niño, el 4x4, y un tercio del sueldo de Quim, dejándole en una dramática situación personal de la que, paradójicamente, lo que más parecía preocuparle era el maleficio que su ex había obrado sobre él, incapacitándole para atraer al sexo opuesto. Tan convencido estaba de tal maldición que, narcotizado quizá por la testosterona, comenzó a rumiar la idea de cargársela.


Quim culpaba a Sara de su impotencia. Si un día ya lejano la amó, si hasta unos meses atrás la deseó tan apasionadamente como a cualquiera de sus amantes, ahora le repelía y la odiaba con todas sus fuerzas. Cada vez que la veía, a pesar de que en boca de todos ella estaba cada vez más joven y hermosa, para él se había convertido en una especie de monstruosa bruja burlona que no perdía oportunidad de jactarse de la desgracia en la que lo había sumido mediante su castigo, mientras el resto del mundo, incluida su escasa familia, influidos por su embrujo, se había puesto de su parte. 


—¡Como sigas así te voy a partir la cabeza en dos! –la amenazó en una ocasión en que Sara se burló de él porque le había visto salir de un Club cercano a su casa.


Se pasaba noches en vela poniendo todo su ingenio a trabajar en un crimen perfecto, que nunca conseguía alcanzar; el inconveniente principal era el niño, quería y necesitaba tanto a su madre, seguramente también lo tenía embrujado. Matarla no era la solución, tenía que romper su maleficio.


La oportunidad llegó cuando conoció a Eva, la becaria recién incorporada al Departamento Legal. La chavala era escandalosamente atractiva; sin embargo, en su caso, a diferencia de otras, Quim no tendría que competir por ella con los lobos más jóvenes de la manada: los becarios; y es que Eva reunía unas características que no encajaban con los gustos del entorno ingenieril: era “gótika”, muy... “gótika”; hecho que él aprovechó para tender sus redes abduciéndola con un montón de tareas, la mayoría ya realizadas por becarios anteriores. Tal era su desesperación por verse liberado del maleficio, que para ello estaba dispuesto a saltarse incluso la que, hasta entonces, había sido su única norma: “no meterla en la olla”.


Para su aparente juventud, Eva resultaba quizá un poco trasnochada en ese estilo ya en decadencia; una “rara avis” de pelo azabache, piel impolutamente blanca, diríase que pálida, y con todo cuanto pudiera estar sobre su cuerpo de estricto color negro, uñas y pintalabios incluido, salvo el tinte canoso con el que había envejecido algunos mechones de su cabello, y una realística lágrima roja tatuada en la comisura de su ojo izquierdo. Su personalidad estaba alineada con su aspecto: reservada, tímida, de ademanes lentos, calculados con perfección, y una voz exterior, dulce y aterciopelada como el susurro de la hojarasca en otoño, que parecía el eco apenas perceptible de su voz interior.

 

Quim estaba que estallaba cada vez que Eva entraba y salía de su despacho, así que se las arregló para ubicarla junto a él permanentemente, de modo que pudiera ir seduciéndola a fuego lento. Algo con lo que ella pareció encantada desde el primer momento. Lo cierto es que no recordaba haberla oído decir no a nada de cuanto le pidió; eso prometía. A pesar de su reserva era muy tierna, así que pronto pasaron de hacer manitas en el teclado del ordenador, a verse fuera de la oficina, al principio en lugares recónditos que él conocía, pero enseguida cambiaron por otros más del agrado de ella.


Excitado por las posibilidades que la joven presentaba, Quim pasó de urdir el crimen perfecto, a pasarse las noches documentándose en internet sobre los gustos de los “gótikos”; dándose cuenta finalmente de que lo único que él podría ofrecerle en su anodina existencia, era un escenario apropiado donde desarrollar sus fantasías góticas. El conocía ese lugar, prácticamente inalcanzable para cualquier otro mortal que no fuera él mismo, sólo había que esperar a que se abriera su puerta de acceso; eso ocurría cada cinco años, y dentro de un mes, el cuatro de julio, se cumplía el plazo.


Tal como esperaba, ocultos a las miradas ajenas en la zona más oscura del Inferno's Rock Sisters, Pub preferido de Eva, ésta escuchó con sumo interés cuanto él le contó del lugar, y de lo que allí podrían experimentar. Al final premió a Quim con un beso apasionado.


—Me muero de ganas de verlo –le confesó muy excitada.


Todo encajaba: el castigo sobrenatural al que le tenía sometido la bruja de su ex; su desesperación, que le había llevado al punto del homicidio; la anodina e inesperada aparición de Eva, dulce joven oficiante de lo oculto que le ayudaría a romper el maleficio; y la oportuna apertura del templo telúrico  prácticamente conocido sólo por él, y para el que disponía de acceso, donde podría oficiar con su particular sacerdotisa el exorcismo que le liberase de la maldición. Harían el amor hasta la extenuación, y luego todo volvería ser como antes.


Quim conducía conteniéndose las ganas de acelerar, tenía prisa por llegar a su destino. A su lado Eva escuchaba cuanto él le contaba sobre lo mal que Sara le estaba tratando. “Él que lo había dado todo por ella, y ahora se encontraba prácticamente desahuciado, sin apenas poder ver a su hijo, y con todo el mundo en contra”.


—No es justo. Con lo bueno que tú eres –se limitó a decir Eva, mostrando su impolutamente blanca sonrisa, rodeada de oscura sensualidad.


Confiado por la complicidad de Eva, Quim llegó a confesarle sus intenciones más retorcidas:


—Te juro que a veces me dan ganas de estrangularla –le dijo mientras retorcía el volante en la última curva, la más cerrada de la sinuosa pista que les conducía hasta su santa sanctorum.


—¿Es ahí? –le interrumpió Eva, entornando la mirada y abultando la gotita de sangre tatuada que, alumbrada por un último rayo de sol parecía de verdad.


—Sí, ésa es la entrada. Vas a flipar con el lugar –confirmó él.


—Tú también vas a flipar conmigo –le prometió ella, besándole en la mejilla.


Anochecía cuando se apearon del coche, pero aún hacía mucho calor, como iban uniformados con sendos buzos de teflón blanco, sudaban abundantemente.


—¿Seguro que no habrá nadie? –preguntó precavida.


—Seguro, hoy es sábado y no trabajan hasta el lunes. Abriré con mi llave el acceso, el resto del recorrido lo dejé preparado ayer por la tarde. Ya verás.


El lugar elegido por Quim no era otro que la cámara subterránea de alimentación y expansión de agua para las turbinas de la central hidroeléctrica de Northfork. Una galería excavada en la roca de ochenta metros de longitud, cincuenta de ancho, y al menos treinta de alto; al que sólo se puede acceder desde el túnel que lleva agua a la central del embalse situado a seis kilómetros. El acceso al túnel sólo es posible cuando éste se vacía para revisión planificada del mismo, lo que ocurre cada cinco años; sólo entonces, una vez cerradas las compuertas del embalse, y vaciado el túnel por completo, se abre una especie de escotilla muy pesada situada en la parte superior de la tubería de dos metros por la que baja el agua a la central, y que normalmente está cerrada con un montón de tornillos. Por esta escotilla sólo cabe una persona delgada. Una vez dentro de la tubería, hay que pasar a través de una válvula de lenteja de varias toneladas que debe estar debidamente abierta y bloqueada, después avanzar por la tubería unos veinte metros hasta donde ésta conecta con el túnel, seguir caminando por éste unos cien metros más hasta un punto donde desde el techo del túnel sale una chimenea vertical, también de dos metros de diámetro que dispone de “pates” de acero, trepar por ellos unos quince metros, para llegar hasta la gran cámara, en la vertical de la misma, desde el techo, la chimenea sigue hasta el exterior durante otros diez metros hasta emerger en un acantilado de la ladera del monte por el que circula el aire necesario para el funcionamiento del sistema hidráulico; este tramo no dispone de “pates”. A la cámara no había accedido nadie desde que se construyera en los años cincuenta, con le excepción de ocho atrás, cuando Quim acompañó a la policía en busca de un suicida que presuntamente se había arrojado por la chimenea, pero que poco después apareció despeñado en otro lugar.


Cuando tras realizar todo el recorrido necesario, Eva, ayudada por Quim, emergió su cabeza desde el suelo de la gran cámara, cubierto de niebla, realmente quedó impresionada.


—¡Guaaau! ¡Qué pasada! –exclamó alzando la vista, y mirando en todas las direcciones.


—¿Qué te parece?


—Es espectacular. ¿Quién podía imaginar aquí algo así? ¡Te lo has currado, tío!


Una vez que los empleados hubieron dejado su trabajo, Quim, en secreto, había pasado la noche del viernes al sábado colocando y encendiendo cientos de velas grandes colocadas en el suelo, en los recovecos de las paredes, sobre una gran roca plana que parecía un altar, y que un día después todavía ardían a media asta, habiendo dejado chorreras de cera fundida, y un manto de neblina de unos centímetros sobre el suelo húmedo, que la corriente de aire tragaba lentamente por la chimenea de acceso. Desde luego que parecía una catedral “gótika”, además las velas habían caldeado el ambiente, que de otro modo debía ser gélido.


Si el infierno tiene antesala, habrá de parecerse mucho a aquel lugar. Sin embargo, para Eva era el templo ideal. Coqueta, rogó a Quim que se diera la vuelta. Sin pensarlo dos veces, se quitó el buzo de trabajo del que, como si de una mariposa se tratase, emergió en todo su esplendor ataviada sólo con lencería de color rojo; sacó de su pequeña mochila una tacita de plata, un frasquito azul topacio, un tul de seda negra, otro de seda roja, y unos zapatos de tacón muy alto, también rojos, que se calzó. Entonces se fue a una zona en penumbra, y pidió a Quim que mirase.


Quim la vio emerger lentamente envuelta en volutas de niebla que levantaba con sus pies mientras avanzaba lentamente hacia él ofreciéndole un cáliz del que ambos bebieron un néctar agridulce. El subidón fue espectacular. Quim Se despojó a toda prisa de su buzo, y ofreció toda su desnudez viril de apuesto hombre maduro a la ninfa blanca que ahora se desplegaba ante él como una mariposa cinabrio. La tomó en brazos, y la posó sensualmente sobre un pentateuco hecho con pétalos de rosas rojas, que emergió desde la niebla cuando se acostaron sobre él, rodeados por un círculo de velas negras. La curación estaba asegurada.


Los amantes se dejaron llevar durante horas por la pasión de modo irrefrenable. Cada vez que se acercaban al éxtasis, Eva comenzaba a gritar de placer con todas sus fuerzas, y su eco rebotaba en la catedral de un modo ensordecedor, esto molestaba a Quim porque le recordaba a Sara cuando, siendo muy jóvenes, retozaban dentro de la tienda de campaña en algún lugar apartado de las montañas. Decidido a apartarla de su mente, en un momento de enajenación, agarró a Eva por el cuello con ambas manos tratando de sofocar sus gritos, y comenzó a apretar más y más, sin compasión; finalmente Eva dejó de gritar, entonces Quim sintió un fogonazo de placer que le enervó todo el cuerpo mientras desde sus entrañas brotaba a chorros el maléfico hechizo de su ex. Exhausto dejó de apretar, entonces Eva, aparentemente ajena al estrangulamiento al que él la había sometido, comenzó a emitir un chillido, a principio apagado, pero que en pocos segundos llegó a ser ensordecedor, inhumano del todo; se retorció y se sacudió de placer durante al menos medio minuto, tiempo durante el que, cabalgada por Quim que seguía vigoroso, en ningún momento dejó de chillar. Luego ambos, cruzados sobre la estrella infernal, se quedaron dormidos. La niebla, que también surgía de sus cuerpos desnudos, los cubrió por completo.


Quim se despertó sobresaltado. La mayoría de las velas se habían consumido, por lo que pensó debían llevar durmiendo al menos diez horas. Lo primero que hizo fue comprobar si Eva estaba bien. Suspiró aliviado; su pecho desnudo, alumbrado por un rayo de sol que entraba por la chimenea desde el exterior, oscilaba rítmicamente con el movimiento de su respiración, pero en su cuello blanco, aún podían apreciarse en rojo las marcas de sus dedos. Aunque aliviado por verse liberado de su maldición, se sintió muy avergonzado. Mientras pensaba cómo disculparse cuando ella se despertara, oyó algo que le inquietó sobre manera. Se incorporó rápidamente, y se acercó al pozo por el que habían subido, para mirar al túnel, que se estaba… ¡¡llenando de agua!!


—¡Mierda! ¡Mierda! –exclamó muy asustado, aunque apagando su voz para que Eva no se despertara, y siguió pensando en susurros–. ¡Pero qué cojones han hecho estos capullos! Si les dejé por escrito que no llenaran hasta el lunes. Y ahora qué puedo hacer. No hay otra salida.


Sus conocimientos enseguida le pusieron al tanto de la situación en la que se encontraban: no había salida. En el mejor de los casos iban a morir ahogados, en el peor, si no les alcanzaba el agua, morirían de frío y hambre. Llevándose las manos a la cabeza, como buscando ayuda divina, levantó su mirada hacia el tragaluz que se alzaba treinta metros sobre su cabeza, e iluminaba la fresca e inocente blancura de Eva que aún reposaba sobre su cama de rosas infernales. Entonces tuvo una revelación, existía una posibilidad, sí existía una posibilidad de salir vivo de allí, pero debía actuar deprisa.


Sigilosamente, Quim rebuscó en su mochila hasta encontrar una pequeña navaja que solía utilizar para pelar fruta. Una vez la tuvo en la mano, al abrirla, el fulgor metálico de la pequeña hoja le aclaró aún más las ideas. No podría matar a Eva con aquella navaja, tendría que acabar de estrangularla, luego marcaría con la navaja en su espalda la palabra S.O.S., y la tiraría al pozo para que el agua la arrastrara hasta la turbina, provocando su parada fortuita. Alertados los operarios, inspeccionarían el interior encontrando el cadáver, como ella misma no podría haberse marcado, eso significaría que alguien más se encontraba dentro. Vaciarían de nuevo el túnel, y entonces saldría él. Mientras vaciaban, buscaría alguna excusa para explicar cómo habían llegado a tan extrema situación, la muerte accidental de la joven ahogada, y cómo se había visto obligado él a utilizar su cadáver para la llamada de auxilio.


Ya estaba decidido a cumplir su diabólico propósito cuando un nuevo escalofrío le recorrió la espalda. Su plan hacía aguas en un punto: las marcas de sus manos en el cuello de Eva quizá no desaparecieran al encontrarse con la turbina, esto le incriminaría a él. No tenía otra alternativa que decapitarla después de estrangularla, esto sí podría ser compatible con los golpes con la turbina. Horrorizado, pero decidido a salir de allí a cualquier precio pagado por Eva, la buscó de nuevo bajo el rayo de luz, pero no estaba. ¿Dónde se había metido? Tenía que encontrarla.


—¿Eva, donde estás cariño? Tenemos un problema. Ven que te explico –la llamó.


  A las seis de la mañana del domingo 10 de julio, siguiendo las instrucciones que Quim, Jefe de Operaciones de Northfork, había dejado firmadas sobre la mesa del Centro de Control, los operarios comenzaron las maniobras para el llenado del túnel de la central hidroeléctrica; cinco horas después, mientras la primera turbina llevaba apenas media hora girando, se paró por activación de su sistema de detección de vibraciones. Como quiera que esto solía ocurrir a veces después de un llenado de galería, por arrastre de alguna madera, o piedra, volvieron a ponerla en marcha. Apenas había comenzado a girar cuando volvió a pararse por lo mismo. Después de tres intentos más, convencidos de que el objeto debía ser extraído, comenzaron las tareas de vaciado para inspección.


Eran las cinco de la tarde cuando los dos operarios que habían entrado a inspeccionar la turbina salieron con sus rostros desencajados. Había un cuerpo humano destrozado, y atascado en su interior.


El informe forense era bastante explícito: Varón de unos cuarenta años, no identificado, desmembrado por acción motriz de una turbina, presenta en la espalda marcas hechas con objeto cortante que corresponden a las iniciales S.O.S., las cuales no pudo habérselas auto-infringido. Causa de la muerte: ahogamiento en agua…


Inmediatamente se puso en marcha una operación de rescate de la persona que, de una manera tan desesperada, estaba pidiendo ayuda.


Una vez rescatada, Eva, declaró a la policía, que Quim, obsesionado con ella desde el primer momento que la vio, la había secuestrado obligándola a acompañarle a aquél horrible lugar que él había preparado para violarla repetidas veces. Luego intentó estrangularla; y lo hubiera conseguido a no ser porque ella consiguió darle un golpe con una piedra que providencialmente encontró a tientas en la oscuridad. Luego, cuando el agua comenzó a fluir, sabiéndole muerto, tuvo la idea de tatuar el mensaje de ayuda en su espalda, y arrojarlo con la esperanza de que alguien lo encontrara río abajo, y acudiera en su ayuda.


Lo que no contó Eva a la policía, fue que ella, usando la firma electrónica de Quim, había cambiado el plan del Centro de Control y adelantando 24 horas el final del trabajo; tampoco les contó, pero sí a Sara, que todo había salido según ambas lo habían planeado. 


Comentarios

george bailey&frank capra ha dicho que…
Aplausos y reverencias !!!

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