El loro Peloro y los globos de oro

Al loro Peloro siempre le gustaron los globos. En la casa donde vivía había una niña que se llamaba Valentina que compartía su misma afición: también le gustaban mucho los globos. Había tenido hasta cuatro que se los habían regalado sus abuelos. Uno verde que explotó sin saber por qué, y otros dos de color rojo, que un día de mucho viento salieron volando hacía Balloonia, el país de los globos; así que sólo le quedaba uno de color verde.


Mientras Peloro fue jovencito, y aún no sabía volar, jugaba con Valentina a que ésta le pasaba el globo, y él, dándole un empujoncito con su cabeza aún cubierta de suaves plumitas de algodón, se lo devolvía.


Así acabaron jugando a algo parecido al baloncesto, metiendo a empujones el globo dentro de la cesta donde mamá guardaba la ropa para lavarla. La niña, que era más grande que Peloro, empujaba la pelota rápida, y con gran destreza encestaba antes, por eso le ganaba siempre, y Peloro se enfadaba un poco; pero enseguida se le pasaba porque era muy bueno, y se iban juntos a merendar al porche de su casa.


Luego, cuando a Peloro le salieron plumas y pudo volar, las cosas cambiaron bastante, entonces él cogía el globo con sus patas aún sin garras y, volando por encima de Valentina, encestaba mejor. Así era como ella se enfadaba un poco porque siempre perdía, pero como también era muy buena, pronto se le pasaba y se iban a merendar al porche de su casa, observados atentamente por Milkyway, el gato explorador y gruñón.

 

 Así se lo pasaron muy bien durante todo el inverno. Pero como los loros se hacen mayores más rápido que las niñas, las plumitas suaves de la cabeza de Peloro pronto se volvieron más puntiagudas, se le afiló el pico, y en sus patitas crecieron unas garras con largas uñas; entonces un día, al agarrar Peloro el globo para encestar, éste explotó causando un gran susto a todos, incluidos sus papás y los gorriones que, desde el olivo del jardín, observaban el partido muy entretenidos.


Valentina, aunque no se enfadó mucho con Peloro, se puso muy triste porque era el globo que le habían regalado sus abuelos, y le tenía mucho cariño.


De nada sirvió que sus papás, sus abuelos y sus yayos le regalaran otros globos, pues, aunque limaron las uñas y el pico de Peloro, tarde o temprano todos acababan explotando. Los partidos de baloncesto se terminaron, poniéndose muy tristes los gorriones del olivo, Valentina, y sobre todo Peloro, pues era su juego preferido.


El loro Peloro se pasaba horas enteras mirando al cielo para ver su volvía algún globo de Balloonia, el país donde había dicho Bubu, el abuelo de Valentina, que van todos los globos cuando se escapan volando los días de mucho viento. Así, llorando con nostálgica tristeza, fue como le vio Milkyway, el gato negro, explorador y travieso, a quien se le ocurrió un plan que en realidad llevaba tiempo tramando: se inventaría que en Balloonia existe un globo de oro tan resistente que no explota nunca. Convencería a Peloro para que se escapara volando a buscarlo. 


Será una gran sorpresa para tu amiga, y te perdonará –le prometió.


En realidad, lo que quería el malvado Milkyway era que Peloro se escapara de casa para entonces cazarlo y comérselo sin que nadie sospechara.


Su plan funcionó. Una soleada mañana de primavera, aprovechando un descuido de los papás, y que Valentina leía en su habitación, Peloro salió volando por la puerta y Milkyway, que estaba siempre esperando su oportunidad, se abalanzó rápidamente sobre él; sin embargo, contra lo que pensara el gato, el loro voló con mucha fuerza y muy alto, y no pudo alcanzarlo.


¿Dónde vas idiota? –le dijo el gato enfadado y defraudado, y añadió–: es mentira, te he engañado. ¡Ja! ¡Ja! Te he engañado. No existe el globo de oro, y tampoco existe Balloonia ¡Vuelve! No seas tonto, que quiero hacer contigo un trato.


Peloro, que ya se había dado cuenta de las malas intenciones del gato, decidió seguir volando hacia la torre de la iglesia, rumbo al Balloonia, el país de los globos, pues su amiga siempre le dijo que sus globos rojos volaron hacia la torre de la iglesia de su pueblo.


Quizá Milkyway tuviera razón, y en su realidad de devorador de pájaros nunca haya existido el globo de oro, ni siquiera el país de los globos; pero en el corazón de Peloro hacía tiempo que Balloonia había dejado de ser un sueño, era realidad porque estaba convencido de ello, y el globo de oro estaría allí, e iría a buscarlo, aunque fuera lo último que hiciera. Se lo debía a su amiga.


Durante horas Peloro voló y voló tan alto como pudo en el rumbo apropiado. Al final del día, cuando a sus espaldas el Sol ya se escondía, alumbrado por sus últimos rayos pudo ver a lo lejos unas enormes nubes blancas, sobre ellas había un enorme globo metálico sobre el que se encontraban grandes edificios altos como rascacielos. Encima de él podía leerse: “BALLOONIA”. 


No había duda, era el país de los globos. ¡¡Había llegado!!

 

Pero cuando Peloro se acercó a la ciudad flotante sonaron todas las alarmas, se encendieron luces rojas y se escucharon serias advertencias: 


¡Peligro! ¡Peligro! Se acerca un loro revienta globos. ¡Peligro! ¡Peligro!


Un ejército de globos-soldado de color azul metálico, salieron volando muy alto, por encima de Peloro. Iban cargados de globitos negros llenos de agua.


¡Dejad caer los globos con agua sobre el intruso! –ordenó el General a sus soldados, y siguió-: ¡Bombardeadlo! ¡Echadle agua hasta que se mojen sus plumas y se caiga al mar! Si no lo paramos, con sus plumas puntiagudas, su pico afilado y sus uñas, explotará todos los globos y nuestra ciudad caerá al mar. ¡Será nuestro fin! ¡Bombardeadlo! –gritó el General, animando a sus soldados. 


Peloro se asustó mucho y trató de dar la vuelta, pero una andanada de globos de agua, cayeron sobre él. Algunos explotaron y le mojaron, pero aún seguía volando, aunque mojado cada vez más bajo.


Una segunda oleada de globos-soldado se disponía a descargar sobre él cuando desde lo alto del palo mayor de la ciudad barco alguien gritó.


¡Parad! ¡Parad! ¡Parad de inmediato! ¡Os lo ordeno! –era el Príncipe de Balloonia, quien estaba gritando.


Los globos-soldado, desconcertados, se pararon y miraron a su General para ver qué decía él.


Majestad, si no paramos a ese malvado, destruirá nuestra ciudad –advirtió el General asustado.


No ocurrirá eso, conozco bien a ese pájaro. Es el amigo de una niña llamada Valentina que cuidó muy bien de mí y de mis escuderos hasta que un día el fuerte viento del Sur me trajo de vuelta a casa. Eso ocurrió cuando era joven, y fui de viaje iniciático al país de las personas.


Y es que el Príncipe y su escudero eran aquellos globos rojos que se le escaparon a Valentina empujados por el viento.

  

Decidme, loro Peloro, ¿qué fue de mi otro escudero, el que se quedó con vosotros? –le preguntó el Príncipe.


Veréis, Majestad, yo… –dudó el loro, pero al fin se atrevió a decir la verdad–: un día, jugando, le di con las uñas y se explotó. Pero fue sin querer. Lo juro.


¡Oooooh! ¡Qué triste! –se oyó exclamar a todo el pueblo de Balloonia.


¿Veis, Majestad? Es muy peligroso. Ahora recuerdo que he oído hablar de él. Es el famoso Pirata Peloro. No sólo acabó con vuestro escudero, si no que lleva mucho tiempo insistiendo en jugar con su amiga y reventando a un montón de vuestros súbditos. Debemos acabar con él de inmediato, antes de que destruya nuestra ciudad –advirtió el General muy preocupado.


¡Un momento! –exigió el Príncipe–. Deseo preguntarle algo más.


Por favor Majestad, sed cauto, se le están secando las plumas, y pronto podrá contraatacar.


Dime Peloro. Si acabaste con mi escudero, y con un montón de globos-súbditos más ¿Cómo te has atrevido a venir aquí? ¿Cuáles son tus intenciones? ¿Acaso quieres declararnos la guerra?


Majestad, nada más lejos de mis intenciones. Ya sabéis que me encanta jugar con mi amiga a encestar globos; pero es cierto que desde hace un tiempo no me puedo ni acercar a ellos. Y ambos estamos muy muy tristes. Un día, oí que en Balloonia tienen globos de oro que flotan; y no explotan, porque al ser de metal aguantan mis uñas. Por eso he venido aquí, a pediros que me deis uno.


¡Veis! –gritó el General–. Quiere robarnos nuestro el tesoro.


Eso no es cierto –repuso Peloro–. Si tuviera dinero lo compraría, pero no tengo. Por eso os pido uno. Sólo uno. Por favor, hacedlo por Valentina.


No le creáis. Nos los robará todos –insistió el General.


¡Silencio! –ordenó el Principe, y añadió–: ¿si os doy un globo de oro volverás al país de las personas, y dejarás de amenazarnos?


Os lo prometo Majestad, además nunca ha sido mi intención amenazaros. Sólo quería acercarme a pediros el favor.


Está bien. Dadle un globo de oro y que vuelva con Valentina. Estoy seguro de que serán muy felices jugando con él. Además, todos los globos sabemos que nuestra existencia es muy breve, cualquier cosa puede explotarnos: una cáscara de pipa, una piedra puntiaguda, el canto de una hoja de papel, hasta un rayo de Sol. ¿En una vida tan corta, para qué queremos un tesoro de oro, si lo más importante es la sonrisa de una niña? Es más, no le deis un globo de oro, ¡dadle tres! Para que duren mucho tiempo y algún día puedan jugar también con su hermanita Adriana, pues, cuando empiecen a salirle los dientes, ni el globo de oro podrá resistirlo –dijo el Príncipe sonriendo.


Ya habéis oído a su Majestad. ¿A qué estáis esperando? Entregad de inmediato tres globos de oro a Peloro –ordenó el General a sus soldados, ansioso por perderlo de vista.


Todo el reino de Balloonia aclamó las sabias palabras de su Príncipe, y despidió a Peloro con cierto alivio.


Peloro regresó a casa con los tres globos de oro. El primero en verle fue Milkyway que se quedó tan boquiabierto al ver los globos de oro, que a partir de ese día se le fueron las ganas de comer pollo.


Cuando Peloro llamó con su pico tocando en el cristal de la habitación de Valentina, ésta no podía dar crédito a lo que veía: su amigo plumífero había regresado, y era evidente que había estado en Balloonia, pues traía consigo tres globos de oro. El pájaro le contó a su amiga sus peripecias, y le entregó los tres globos. En uno de ellos, colgado de la cuerda había un sobre, dentro una carta que el Príncipe había escrito con tinta de plata:

“Querida Valentina, perdona que me fuera sin despedirme, los globos somos así: espectaculares y pomposos, pero tenemos el corazón de viento, y al menor soplo salimos volando y nunca solemos volver. En cualquier caso, quiero que sepas que te estoy muy agradecido por lo buena que fuiste conmigo, y deseo que seas muy feliz jugando con Peloro, y estos globos de oro que espero te duren mucho tiempo para que también podáis jugar con Adriana."

Firmado: Aerosto I, Príncipe de Balloonia”


Sus papás también se pusieron muy contentos de ver que Peloro había vuelto, lo que no conseguían entender era de dónde habían salido los globos de oro.


Valentina estaba tan contenta con su amigo Peloro que le hizo un bonito dibujo


Valentina, Adriana y Peloro, jugaron con el primer globo de oro hasta que el día en que a Adriana le salió el primer diente. En un descuido:


¡PUM! –el globo de oro explotó, pero Adriana, en lugar de echarse a llorar, se puso a reír.


Todos rieron; al fin y al cabo, aún les quedaban otros dos, y nada es para siempre, excepto los recuerdos felices.


Y, colorín colorado, este cuento se ha acabado. 


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