Mi rincón en el Paraíso

Hay un lugar en el Paraíso que me pertenece, pero al que nunca iré, ni siquiera en sueños. Nací demasiado pronto. Cuando el Arquitecto estaba diseñando la Casa donde nació el arquitecto que construye mi paraíso, yo ya estaba condenado a no ir al Cielo.

Tengo la seguridad de que ese pequeño lote, con su praderita aterciopelada, que se extiende hasta los roquedos que coronan las colinas que lo circundan, y hasta el bosque perenne que cobija los helechos frondosos donde, al arrullo del agua que brota cálida de su única fuente, la de la Vida, podrían descansar mis sueños si fueran inocentes; me corresponde.

Ese rinconcito recóndito, donde brilla la luz cuando para mí entra la noche, es mío. No lo compré, no me fue regalado, no lo heredé; lo gané con mi devoción y mi adoración a la Hacedora de todos los bienes.

Es doloroso no verlo al amanecer, no oler sus flores, no oír el canto de sus pájaros, no sentir el suave tacto de su hierba tostada mientras canto mis alabanzas. 

Casi siempre lo imagino solitario, acaso recorrido por pequeños animalitos silvestres, inocentes y ajenos a la suerte que tienen. A veces me inquieta que otro lo ocupe en mi eterna ausencia. Entonces me invade la desazón y a ese desconocido, ese elegido de Circe, le deseo lo peor, que coma de la manzana prohibida y que le expulse convertido en moloso; pero cuanto mayor es mi inquina, más lejano se me antoja mi pacífico retiro; por eso, antes que verlo abandonado y yermo, cuando reflexiono, ruego porque exista alguien digno de cultivar su huerto fecundo que le dará el fruto divino, que a mi ya me ha sido negado.

Hay un lugar en el Paraíso que me pertenece, pero al que nunca iré, ni siquiera en sueños. Moriré demasiado pronto para que esté terminado.

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