Arte, Belleza y Divinidad

El artista entregado a su obra, la belleza exterior e interior de su compañera, y la pureza de la deidad que les sirvió de inspiración; o lo que es lo mismo: el matrimonio Greene y Norma Jeane.

Desde que conocí la existencia de Milton Greene he sentido envidia de él, no porque fuera un artista famoso, o porque su obra me sublime, que sí lo hace, no; siento envidia de él porque fue lo bastante honesto, profesional y sensible, como para ganarse el favor de que la Divinidad posase para él, y pudiera plasmar en sus fotos la esencia misma de la pureza.

En 1954 el joven fotógrafo judío Milton Greene, rescató a Marilyn Monroe de las libidinosas garras del sionismo Hollywoodiense, la llevó a Nueva York y, junto con su esposa católica, Amy Franco y su hijo Joshua, la acogieron durante cuatro años en su casa de Weston, como un miembro más de la familia; la primera y única que Norma tuvo. Durante ese tiempo, sin levantar recelos de su esposa, Milton pudo y supo, como nadie lo ha vuelto a hacer nunca más, fotografiar la frágil pureza de la inocencia, perdurando aún en la edad madura.

Pero... ¿Por qué hizo esto?  ¿Acaso cayó rendido ante la belleza de Marilyn? ¿Seducido quizá por la sospecha de que las miradas, los gestos cómplices, las sonrisas, los besos al aire iban dirigidos a él, y no al mundo que la observaba desde el interior de la cámara, como un voyeur a través del agujero de una cerradura?

No. Lo que sedujo a Milton, acostumbrado desde la adolescencia a hacer fotos a mujeres bellas, algunas seguramente más "canónicas" que ella, pues su propia esposa cubana era modelo, no fue el cuerpo de Marilyn, sino su voz. Algo curioso para un fotógrafo.

Y es que la voz es la más fiel, quizá la única, manifestación perceptible de nuestra alma; y la de Norma Jeane Mortenson fue la más pura que se ha grabado. Os invito a escucharla con los ojos cerrados.

¿Cómo pudo un fotógrafo extraer de la voz de su Musa su pureza interior?

Milton fotografió Marilyn mientras su voz interior bañaba la plasticidad de su cuerpo: siempre vestida, desde el rojo intenso de la pulsión sexual, pasando por el blanco de la ingenua sensualidad, el marfil de la elegancia, la ecléctica policromía cotidiana de la ropa prestada por Amy,  la piel de sirena en 'Bus Stop', y el negro... El negro sí; porque, como a Goya, a Marilyn, la razón, abandonada por el efecto de las drogas que maléficamente le proporcionaron en su existencia terrenal, le había producido monstruosas fantasías; lo dijo ella misma mientras visitaba en el Guggenheim de NY una exposición de la "época negra" de nuestro maestro:

"...este pintor y yo compartíamos los mismos sueños"

Sólo Milton, acogiéndola en su hogar como un ser humano más, y trabajando en exclusiva para la diva, pudo alcanzar esa profunda faceta, e inmortalizarla para el culto, o disfrute, de tod@s.

Pero la larga mano de la codicia no había perdonado a Marilyn.  Aprovechando su interés por adquirir una cultura que le había sido negada, le regalaron un caballo de Troya construido con las tablas de una supuesta erudición, pero en cuyo interior se ocultaba Arthur Miller,  aquél traidor y canalla sin escrúpulos, que la separó de Milton, y la devolvió a la costa oeste; donde la fueron ofreciendo lentamente en honor de Baphomet, hasta su sacrificio final en agosto de 1962. 

Amy, de antepasados gallegos, y que siempre mantuvo su amistad con Marilyn, tuvo un sueño premonitorio y rogó a Milton que fuera a verla: "te necesita...", le dijo. Él, quizá resentido, quizá resignado, no lo hizo. La llamó por teléfono y estuvo hablando con ella durante horas. Lamentablemente no sirvió de nada, y la edad de la inocencia llegada hasta la edad madura, murió con ella para siempre.

Marilyn, como Jesús de Nazaret, Federico García Lorca, Michael Jackson, Janis Joplin, y otr@s tant@s mensajer@s de lo divino, conocía su destino; por eso, pocos días antes de morir, ante la incredulidad de todos los presentes que la consideraban una "rubia tonta", recitó en público este poema de Yeats:


No entregues nunca todo tu corazón,
ya que todo lo que es hermoso no es más que un sueño breve y delicioso.
¡Oh, no! No entreguéis nunca vuestro corazón por completo.

Ahora, desde este retiro forzoso al que nos obligan, me acuerdo de ella, porque en estos momentos de infamia que nos hacen vivir, bajo la extraña amenaza de muerte que ronda nuestras calles, debemos estar más atentos que nunca, y recordar sus palabras.

Permitid que, parafraseando al poeta, me atreva a aconsejaros:

No entregues nunca toda tu libertad,
ya que, a veces, el bienestar no es más que un sueño breve y engañoso, destinado a favorecer a otros, más que a ti mismo.
¡Oh, no! No entreguéis nunca vuestra libertad por completo.


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