LA LLAMA ETERNA: Relato XLV - Los tres “Ratas” -
Texto extraído íntegramente del programa de RNE: "Sinfonía de la Mañana", por Martín Llade.
La Puerta del Sol, estaba a rebosar aquella tarde de enero,
cada uno en su respectivo puesto, las manos hundidas en sus abrigos;
contemplaban el trasiego del paisanaje humano, con aparente indiferencia.
“El Piñata”, se encontraba frente a la Casa de Correos;
“Canovitas”, en la parte que da a la Plaza Mayor; mientras que “Gurriato”, controlaba
la zona a los parroquianos que se dirigían a la misa en “El Buen Suceso”.
Había helado, y el pavimento deparaba desagradables
sorpresas a los viandantes; por ejemplo, a una ancianita que resbaló y punto
estuvo de dar con sus huesos en el suelo; “Gurriato”, la sujetó a tiempo, a lo
que la anciana replicó con un agradecido encogimiento de hombros.
“El Piñata”, miró la hora en el reloj de la Casa de Correos;
pronto se haría de noche, y era menester ir pensando en la retirada. Abandonó
su puesto, e hizo señas a los otros, que se le acercaron, arrastrando sendas
cortinas de vaho emergiendo de sus bocas.
-¿Qué tal fue la pesca? –inquirió “El Piñata”
-Fetén –repuso “Gurriato”.
-De buten –respondió “Canovitas”.
Y, comprobando que no estuviese cerca ningún miembro de la
“Respetable”, sacó de su bolsillo una abultada cartera, y un reloj que, o les
engañaba la cetrina luz del atardecer, o… ¡era de oro!
Se frotaron los ojos, y “El Piñata” le hizo señas de que
volviera a esconder aquello; al menos el reloj.
-¡Qué cadenón! –exclamó–; ni en “Las Navas de
Tolosa”; pero, dame la cartera, que si es del mismo “pollo”, seguro que es de
plumón fino.
Y examinó la abultada pieza, trabajada en oloroso cuero. Una
labor de artesanía, sin duda alguna. La abrió con la misma delicadeza con la
que hubiese abierto un paquete de regalo, y examinó su contenido.
¡Billetes de los grandes! Ya tenía pensado lo que hacer con
ellos: se iba a comprar un traje de pana, para llevarlo los domingos al Retiro
con su moza, “La Carracuca”; así, vestidos ambos de gente honorable, podrían
hacer su “agosto” en aquel crudo invierno.
“El Piñata”, siguió examinando la cartera, donde encontró
una fotografía, una carta, y un documento acreditativo de la identidad del
“desplumado”; al ojearlo, empalideció.
-¡¡Los clavos de Cristo, y parte del madero!!
–saltó, sin importarle llamar la atención de varios transeúntes–. ¡¿Pero qué
habéis hecho, desgraciados?!
-¿Qué pasa? –preguntó “Canovitas”.
-¿Que qué pasa, so guripa? ¡La que has armado!
¡De ésta vamos al Infierno! ¿A quién le has quitado esto?
-Pues… A un gachó repulido. Con mostachón gris, y
que caminaba así: como un general de regimiento.
-Hay que encontrarle –insistió “El Piñata”.
“Canovitas” dijo que, a esas alturas, ya podían echarle un
galgo; porque, pasaban ya cinco minutos del “usufructo”. Tanto “Gurriato”, como
él, no se explicaban lo que le pasaba al Patrón. “Piñata”, reparó entonces en
el Salón de Té de Garín, que también era una afamada confitería.
-Allí –dijo. Es muy aficionado a los pasteles–.
Arreando, que es gerundio.
Entraron, y en efecto; allí encontraron al hombre del
bigote, revolviendo sus bolsillos un tanto azorado, mientras uno de los
dependientes sostenía, ante Él, una bandeja de pasteles.
-Pues no me explico dónde la tengo; ni tampoco el
reloj –se excusaba el Hombre.
-¿Maestro Chueca? –le abordó “El Piñata”,
mostrándole ambos objetos–. Me temo que se le han caído estas cosas en la
calle.
Chueca, los miró de arriba abajo un tanto desconcertado. El
Dependiente, que les conocía de sobra, le susurró algo al oído. El Músico
palideció desconcertado pero, antes de que dijera nada, “Piñata” pidió cuatro
cafés y mesa. “¿Les importaría tomar algo con ellos?”. Chueca dudó, pero
aceptó. Una vez sentado, “Piñata” le hizo solemne entrega de la cartera y el
reloj.
-Esto es para Usted, Maestro –le dijo–: en prueba
de nuestro agradecimiento.
-¿Agradecimiento?
-Así es. Usted ha dignificado la “profesión”. La
“Jota de los Ratas de la Gran Vía”, es nuestro himno sagrado; y ahora tenemos
para el Madrileño, la misma consideración de monumento nacional, que las
planchadoras, los organilleros y los serenos. Nos ha dado la vida, y le estamos
muy agradecidos. Podría decirse, incluso, que es Usted nuestro Santo Patrón.
Chueca, asintió azorado. ¿Qué podía decir si no: gracias?
Les firmó varios autógrafos y después, se retiró maravillado. Ni siquiera le
dejaron pagar la cuenta. Ardía en deseos de ver a Valverde, y contarle el
extraño suceso que le había acontecido; y se preguntaba si sería abordado en
alguna otra ocasión por más personajes de sus obras, como “La Menegilda”.
Esa noche, al irse a dormir, descubriría con más estupor,
que en la cartera había nada menos que trescientas pesetas; un donativo de los
“Tres Ratas”, al parecer fruto de la recaudación del día.
En el Salón de Té, los “Ratas”, contemplaban extasiados los
autógrafos. El Camarero les miraba de vez en cuando con ganas de pasarles la
minuta.
-¿No nos habremos pasado con lo de las
trescientas pesetas? –dijo “Canovitas”. Era un pellizco de los gordos; y yo me
quería comprar un sombrero nuevo.
-No hay problema –respondió “El Piñata” –,
tenemos todavía la tajada de hoy del “Gurriato”. A ver, paga.
“Gurriato”, se llevó las manos a los bolsillos, y luego
abrió la boca incrédulo:
-¡Pero, qué diablos! ¡Me han robado la cartera!
–y luego cayó en la cuenta–: ¡¡Maldita vieja!!
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