La Llama Eterna: Relato XXXI –El Rey Beluga-
Texto extraído del programa de RNE: "Sinfonía de la Mañana", por Martín Llade.
Él era grande en todos los sentidos; un tenor de leyenda,
aún con los pies sobre la tierra; y una imponente presencia que llenaba, tanto
física, como espiritualmente, todos los lugares por los que se dejaba caer. En
suma, el Mundo tenía codicia de él; pero su Agente, ni siquiera se había
molestado jamás en invitarle a comer a su apartamento.
-Eres un avaro Herbert –le decía–. ¿Qué te he
hecho yo, para que nunca te hayas dignado recibirme en tu casa?
Su Agente, repuso que nunca se lo había pedido hasta la
fecha y que consideraba su hogar demasiado modesto para recibirle. Eso sí,
podría invitarle a comer cuando quisiera en el mejor restaurante del Mundo.
-No, no –dijo el Tenor–; que al final eso acaba
pagándolo la discográfica. ¿Estarás el domingo en casa?
El otro tuvo que reconocer que sí.
-Esto es lo que haremos –dijo el Tenor–; estaré
allí a las ocho, y me prepararás el siguiente menú.
-¿También lo vas a elegir tú? –se sorprendió.
-¡Qué menos! Ya que te hago el honor de ir,
tienes que tratarme como merezco.
Y le encargó que comprase un kilo de caviar Beluga, tres
botellas de champán “Riedel Crystal”, vodka Stolischnaya, y salmón ahumado del
restaurante Petrossian. Ya sólo el caviar, iba a costarle seis mil dólares.
Pero sea; no quería que siguiera restregándole lo de su cicatería; o sea, que
consintió en rascarse el bolsillo. A las ocho de la tarde, tendría todo a su
gusto.
El Gran Hombre se presentó puntual, resoplando por haber
tenido que subir doce pisos andando.
-Ya podías vivir más abajo –le reprochó.
Y es que, al parecer, tenía miedo de viajar en un ascensor,
desde que atascase uno en Yakarta, años atrás, debido a su sobrepeso.
Sin reparar siquiera en cómo era el apartamento, el Divo,
pidió una cucharada de helado, y rechazó las tostaditas untadas de caviar.
Quería la lata entera. ¿Dónde estaba? El Agente se la entregó. Él sumergió la
cuchara dentro de la masa oscura de huevas, y se llevó una buena cantidad a la
boca.
-Delicioso –dijo–. ¡Venga el champán!
Y se sirvió una buena cantidad en un vaso de coctelería,
desdeñando también las copas de Cristal de Bohemia.
La cena fue muy agradable, pero a medida que el Agente iba
viendo cómo descendía el contenido de la lata de caviar, sumado al dorado vino
espumoso en las botellas, comenzó a alarmarse.
-Creo que deberías moderarte –le advirtió–; puede
sentarte muy mal.
-¿Ya estamos? –le dijo el achispado Tenor–. Ves
como te dije que eras un avaro. ¿Es que no puedes disfrutar de la comida sin
calcular el billete que cuesta cada bocado? ¡So tacaño! O es que no te lo
puedes permitir.
-Claro que puedo –dijo el Agente entre dientes, y
le sirvió más champán.
-Que no sea por eso.
Cuando el Divo se marchó, la lata había sido minuciosamente
limpiada de todo su contenido. El Agente no había probado apenas más que un par
de tostaditas de ella; y era, ¡un kilo!
-No está mal por hoy –había dicho su representado
al despedirse–. Deberíamos repetirlo la semana que viene.
-Cuando quieras –le respondió el circunspecto.
Esa noche, a las dos de la mañana, se vio sobresaltado por
el teléfono. Respondió sin quitarse el antifaz de dormir siquiera; intuía quién
podía ser.
-¿Sí?
-¿Qué me has hecho? ¡Me muero! ¡Me has
envenenado! ¡Ay! Ay! ¡Ay!
-¿Te lo dije o no? Hay que ser un animal para
meterse todo eso al cuerpo; aunque sea un cuerpo como el tuyo.
-¡Ay! Ay! ¡Qué mal estoy! ¡Mamma mía! ¡Me quiero morir! ¡Me quiero morir! ¡Nunca volveré a
probar el caviar! ¡Lo juro por mi madre! ¡Ay! Ay! ¡Ay!
A todo esto, el Agente tuvo que tapar el auricular,
para dar rienda suelta a la más reconfortante carcajada que recordase haber
exhalado en décadas; y es que, cayó en la cuenta que, ni en los mejores tiempos
del Tenor, cuado le llamaban el “Rey del Agudo”, y extasiaba a las masas con el
“Mes Ami” de Donizeti, le había
escuchado dar tantos “does de pecho”, como aquella noche al teléfono con su
letanía nocturna de “Cristal y Beluga”.
Comentarios