La Llama Eterna: Relato XXIX – 4' 33” -
Texto extraído del programa de RNE: "Sinfonía de la Mañana", por Martín Llade.
Le habían asegurado que allí dentro estaría sumido en el más
absoluto de los silencios; y entonces quiso imaginarse el vacío anterior a la Explosión
Primigenia de la Creación: un mar de oscuridad y silencio, en que no flotase
materia alguna. Sin densidad, sin volumen, sin distancias, la nada más
absoluta; pero no lo logró. Durante todo el rato que estuvo encapsulado,
percibió dos molestos e incisivos sonidos: una especie de frecuencia aguda e irregular, y otra más hueca, a la que pudo
detectar una pauta rítmica. De buena gana hubiera pedido que le sacaran de
allí, pero no les era posible escucharle; además, hablar, hubiese constituido
una ruptura todavía más grande del pretendido silencio.
Cerró los ojos. Vació su mente de todo pensamiento, e
intentó hacer lo propio con sus oídos, pero no lo logró; porque los dos sonidos
persistían: uno, en su brumosa altura; otro, en su carnosa interioridad.
Aquí debe haber algún fallo, le dijo al Ingeniero cuando
éste le abrió la puerta, esta cámara no funciona; y le relató los de los dos
sonidos. El Ingeniero sonrió, como si hubiese escuchado otras muchas veces
aquello. Le explicó que era una impresión generalizada entre los visitantes de
la cámara anecoica de Harvard.
-Lo que Usted percibía, eran los latidos de su
corazón, o la circulación de la sangre a través de sus venas; y luego, lo otro,
su sistema nervioso.
-¿Mi sistema nervioso?
-Sí. Sus pensamientos, por así decirlo. En todo
ese tiempo, ha habido actividad cerebral; y ésta, como toda actividad, produce
algún tipo de sonoridad.
-Jamás la había escuchado –repuso, él–. No tenía
ni idea de que el cerebro pudiera producir sonido alguno.
-Eso es porque nunca se había aislado Usted
tanto, sonoramente hablando; incluso aunque se vaya a una cabaña perdida en las
montañas, de noche; siempre percibirá cientos de sonidos: los grillos, el
viento, el propio crujido de la madera de la construcción, las manecillas de su
reloj…. El movimiento de su piel contra las sábanas.
El Músico, le preguntó entonces si es que era imposible
acceder al Silencio Absoluto. Éste, volvió a sonreír:
-El Silencio Absoluto, no existe; para
percibirlo, hace falta un ser vivo que lo perciba; pero, si está ese ser vivo,
entonces no habrá silencio, porque siempre emitirá algún tipo de sonido.
El Músico, muy impresionado, agradeció al Ingeniero su
amabilidad; y ya iba a despedirse, cuando se le ocurrió preguntarle algo:
-Y… Dígame, ¿cuánto tiempo he estado ahí dentro?
El Ingeniero, revisó las anotaciones de su cuaderno de
trabajo:
-Pensaba tenerle cinco minutos, pero le he sacado
un poco antes porque suponía que se estaría aburriendo. Aquí está: cuatro
minutos, treinta y tres segundos.
-¡Cuatro, treinta y tres!
John Cage, salió transfigurado de la Universidad de
Harvard aquella tarde. Llevaba toda su vida como creador, buscando la Clave de
la más pura expresión musical del Ser Humano; aquella que no se rigiera por unas
leyes que los hombres hubiesen determinado previamente. Ni tonalidad; ni, el no
menos arbitrario, dodecafonismo. Pero lo que nunca hubiera esperado, era
encontrarla allí, en un aislamiento que no era tal; puesto que le era imposible
escapar de una envoltura de carne y hueso, que confiriera unas connotaciones
culturales, y biológicas, a la Nada absoluta.
Porque la Nada, no existía; y tenía la plena conciencia de
que era el primero en descubrirlo; o bueno, el segundo, después del Ingeniero
de Harvard; y entonces visualizó a la perfección aquello a lo que llevaba años
intentando dar forma sin saber exactamente lo que era.
Una sala de conciertos.
Un Pianista ante un teclado,
y un Público expectante...
...y ante el Músico una partitura vacía; en tres movimientos
sin una sola nota; con cuatro minutos treinta y tres segundos de falso silencio,
alimentado por su sonido natural y el de los presentes.
La obra más aplastantemente colectiva de todos los tiempos;
y también la más versátil, puesto que podría ser interpretada por cualquier
instrumentista o conjunto, sin necesidad de arreglo alguno; únicamente:
cruzando los brazos, y esperando.
Sabía que en esa ocasión le abuchearían más que nunca,
cuando no se riesen, o se marcharan airados; pero tanto mejor, porque cuánto
más ruidosamente reaccionasen, más nutrirían aquella composición: “4:33”.
Supo entonces, que cuanto menos la Historia le recordaría
por aquello y paradójicamente, su música más conocida, sería aquella que menos
sonase a él mismo, a nada realmente en absoluto.
En realidad puede que la función de John Cage en la Historia
fuese, no esperar a que ésta le silenciase para la Posteridad; si no
constituirse, en sí mismo, como un voluntario y burlesco Silencio.
Aceleró el paso emocionado, deseando llegar a casa.
Tenía mucho que trabajar en la que sabía ya, que sería su Obra Maestra.
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