La Llama Eterna: Relato XI –La Inspiración-
Una estrella se apagaba lenta, pero inexorablemente, sabía
que apenas le quedaban un par de semanas de vida, y la imaginación, lo único
que aún le funcionaba, medianamente, le hizo imaginar los titulares al día
siguiente a su muerte:
“ADIOS A UNA LEYENDA. LA GRAN ESTRELLA DE LA CANCIÓN
ISRAELÍ, FALLECE A LOS 74 AÑOS”
Y sin embargo, Naomi Shemer sabía que había aún cuentas
pendientes que saldar, antes de encontrarse con aquél cuyo nombre no puede
escribirse con todas las letras.
Pero ya no contaba con las fuerzas necesarias, pidió por
tanto a su nuera que redactase por ella una última carta a Gil Aldema. Tenía
que ser a él porque fue el primero en sugerirle, casi cuarenta años antes, que
escribiese una canción para Jerusalén, para el festival que se celebraba en la
Ciudad Santa.
Al principio a ella no se le ocurría nada y ha punto estuvo
de telefonear a Aldema, declinando la invitación. Pero una noche, una melodía
se despertó en su cabeza, como un sueño de lactante, y no dejó de retumbar en
su mente, con un zumbido suave pero penetrante. Una melodía que pedía ser
bautizada con tinta y papel pautado. A medida que fue transcribiéndola, su
fértil imaginación hacía brotar versos que encajaban en ella como un guante.
Aldema, se sintió fascinado por la canción; y también Shuli
Nathan que la interpretó en el Festival. Tras cantarla, el auditorio permaneció
en silencio, y después prorrumpió en una ovación, tan atronadora, que se hubiera
dicho capaz de resquebrajar las murallas de la vieja Sión.
Por azares del destino, tres semanas después estalló la
Guerra de los Seis Días. Los soldados israelíes combatieron entonces con
“Jerusalén de Oro” en sus labios, y la canción se asoció irremediablemente a la
victoria. De forma casual e inesperada, Naomi Shemer, había escrito un himno,
tan ligado a su pueblo, como el Muro de las Lamentaciones, o la Avenida de los
Justos entre las Naciones.
“Jerusalén de Oro” fue traducida a todas las lenguas. Las
familias la cantaban los días de fiesta, incluso hubo serias tentativas de
convertirla en Himno Nacional. Pero Naomi no estaba satisfecha. Con el paso del
tiempo, cantantes de otros países, le hicieron la observación discreta pero
contundente, de que aquella hermosa canción, recordaba a otra, ¿no la conocía
por casualidad? Siempre lo negó. ¿Cómo reconocer que, inconscientemente, había
creado algo que pura y llanamente había olvidado, que ya existía?
El subconsciente juega a veces malas pasadas; y la gloria de
Naomi era, en parte, arrendada a un humilde cantautor de un país lejano.
-Era un músico español –susurró a su nuera, que
iba transcribiendo sus palabras–. Ibáñez se apellidaba. Vino en 1962 a dar un concierto de
música folclórica a Tel-aviv; es allí donde se la escuché.
-¿Entonces es una canción en lengua española?
–inquirió su nuera.
-No –prosiguió ella con un hilo de voz–, es una
lengua extraña, el vasco; dicen que tan antigua como nuestro pueblo. Este
cantautor dijo que su madre se la enseñó cunado era niño. Me informé muy
discretamente a través de otros amigos músicos. “Pello Joxepe”, se llamaba la
canción.
-Pero, entonces, ¿es muy conocida entre los
vascos?
-No –continuó Naomi, haciendo esfuerzos para que
sus palabras fueran inteligibles–, eso es lo raro. Llegué hasta conseguir una
grabación de una canción titulada así: “Pello Joxepe”. La letra era la misma
que la que cantó Ibáñez, pero no la música. A veces pasa eso con las melodías
populares. Lo que su madre le enseño, no sé de dónde lo sacaría. Lo cantarían
así en su pueblo. Puede decirse que quizás haya sido este cantautor el que
salvase del olvido a esa melodía.
- ¿Y sabes de qué hablaba?
Su propia nuera parecía sorprendida. La historia le sonaba,
naturalmente, pero siempre pensó que era una calumnia, fruto de las envidias
que suscitaba el prestigio de su suegra.
Naomi Shemer se rió.
-Sí; de un hombre que se emborracha en el bar y
vienen a decirle que ha tenido un hijo con una mujer. Un hijo fuera del
matrimonio; pero él no quiere saber nada del asunto y continúa bebiendo. Es
curioso, ¿verdad? Más de una vez me ha hecho gracia imaginarme a nuestras
tropas cantando esa letra en la Guerra de los Seis Días.
Luego, más seria, decidió que la carta debía concluir:
"Espero que el Señor pueda perdonarme, si es que obré
mal"
Quince días después Naomi Shemer fallecía. Su confesión
llegó hasta Paco Ibáñez, que desde entonces comentaba con humor en los
conciertos:
-Pero… ¿Cuántos derechos de autor ha generado mi
madre?
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