La Llama Eterna: Relato V -La partitura-

     Fuente: RNE Sinfonía de la Mañana (Martin Llade)

    El maestro sacó un cigarro de su petaca y lo encendió con parsimonia, el muchacho lo contempló expectante; acaso aguardando a que le invitara a uno, pero no fue el caso. Consciente de ello, el hombre le ofreció un caramelo de un estuche de nácar que guardaba en sus bolsillos. El niño no lo quiso.

La obra no había sido impresa en Italia, pero me enteré de dónde tenía el copista su taller, y allí me presenté. Esperaba que mi candidez de adolescente le persuadiera de darme una copia de la dichosa Aria. El tipo me echó con “cajas destempladas” diciendo que tenía mucho trabajo. He de decir que no estuve muy afortunado, pues había observado un error en una de las partituras que estaba copiando y se lo dije cuando me echaba; --Ha sido por tu culpa –afirmó–, y casi me saca a puntapiés.
Decidí entonces ir al teatro a ver al cantante Mombeli que estaba en pleno ensayo. Mi entrada le descentró, y soltó un gallo que provocó risas entre los del coro. Herido en su amor propio, me largó de allí a capones. Yo le dije entonces que me daba igual, que iría a ver la obra y copiaría de memoria la partitura; eso le arrancó una desagradable carcajada –Sí ¿Eh? Cuando quieras mico –afirmó–. Un amigo que era utilero me coló en el teatro, y esa misma noche me escuché de corrido las Bodas de Fígaro de Marcos Portugal.
A la mañana siguiente, puse la partitura para canto y piano en manos de Mombeli, que no dejaba de frotarse los ojos para ver si era cierto. Pensé que iba a felicitarme, pero sólo gruñó: –ese sucio copista te la ha facilitado. Le voy a rescindir el contrato ahora mismo–. Aún me acordaba de los puntapiés del copista, y no hubiera estado mal dejar que le echasen; pero claro, eso menoscababa mi mérito. Así que le dije: Señor Mombeli, dadme una entrada para la función de esta noche y mañana os traeré el Aria con su orquestación incluida. Ahí el tipo comenzó a dudar; pero, picado por la curiosidad, me dio la entrada.
Y al día siguiente, allí tenía perfectamente reproducida la partitura, sin un solo error; copiada íntegramente de memoria, con tan solo dos audiciones. Mombeli me dio un abrazo llorando y me preguntó qué podía hacer por mi. Le pedí que me encargase una ópera y así escribí mi primer título: Demetrio e Polibio, a los catorce añitos. La verdad es que no conseguí estrenarla hasta bastante después, porque los teatros se negaban a aceptar que un adolescente hubiera podido ser su autor. Respecto a la muchacha que me gustaba, la casaron poco después con un Conde idiota y tuvo quince hijos; no volví a verla, pero a cambio, me convertí en quien soy hoy.
- No –sentenció Rossini saboreando su cigarro tras pensarlo unos instantes–, entiéndelo; si lo hiciera, quién sabe de qué genio podría estar privando al Mundo.

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