La Llama Eterna: Relato V -La partitura-
Fuente: RNE Sinfonía de la Mañana (Martin Llade)
El maestro sacó un cigarro de su petaca y lo encendió con parsimonia, el muchacho lo contempló expectante; acaso aguardando a que le invitara a uno, pero no fue el caso. Consciente de ello, el hombre le ofreció un caramelo de un estuche de nácar que guardaba en sus bolsillos. El niño no lo quiso.
El maestro sacó un cigarro de su petaca y lo encendió con parsimonia, el muchacho lo contempló expectante; acaso aguardando a que le invitara a uno, pero no fue el caso. Consciente de ello, el hombre le ofreció un caramelo de un estuche de nácar que guardaba en sus bolsillos. El niño no lo quiso.
-Verás, amiguito –comenzó el hombre–, cuando yo
tenía tu edad, más o menos, los Mombeli representaron Las Bodas de Fígaro de
Marcos Portugal, en Bolonia. Yo estaba enamorado de una muchachita de catorce
años, que estaba como loca con aquella obra, y deseaba con toda su alma poseer
la partitura del Aria de la Condesa, del segundo acto.
La obra no había sido impresa en Italia, pero me enteré de
dónde tenía el copista su taller, y allí me presenté. Esperaba que mi candidez
de adolescente le persuadiera de darme una copia de la dichosa Aria. El tipo me
echó con “cajas destempladas” diciendo que tenía mucho trabajo. He de decir que
no estuve muy afortunado, pues había observado un error en una de las
partituras que estaba copiando y se lo dije cuando me echaba; --Ha sido por tu
culpa –afirmó–, y casi me saca a puntapiés.
Decidí entonces ir al teatro a ver al cantante Mombeli que
estaba en pleno ensayo. Mi entrada le descentró, y soltó un gallo que provocó
risas entre los del coro. Herido en su amor propio, me largó de allí a capones.
Yo le dije entonces que me daba igual, que iría a ver la obra y copiaría de
memoria la partitura; eso le arrancó una desagradable carcajada –Sí ¿Eh? Cuando
quieras mico –afirmó–. Un amigo que era utilero me coló en el teatro, y esa
misma noche me escuché de corrido las Bodas de Fígaro de Marcos Portugal.
A la mañana siguiente, puse la partitura para canto y piano
en manos de Mombeli, que no dejaba de frotarse los ojos para ver si era cierto.
Pensé que iba a felicitarme, pero sólo gruñó: –ese sucio copista te la ha
facilitado. Le voy a rescindir el contrato ahora mismo–. Aún me acordaba de los
puntapiés del copista, y no hubiera estado mal dejar que le echasen; pero
claro, eso menoscababa mi mérito. Así que le dije: Señor Mombeli, dadme una
entrada para la función de esta noche y mañana os traeré el Aria con su
orquestación incluida. Ahí el tipo comenzó a dudar; pero, picado por la
curiosidad, me dio la entrada.
Y al día siguiente, allí tenía perfectamente reproducida la
partitura, sin un solo error; copiada íntegramente de memoria, con tan solo dos
audiciones. Mombeli me dio un abrazo llorando y me preguntó qué podía hacer por
mi. Le pedí que me encargase una ópera y así escribí mi primer título: Demetrio
e Polibio, a los catorce añitos. La verdad es que no conseguí estrenarla hasta
bastante después, porque los teatros se negaban a aceptar que un adolescente
hubiera podido ser su autor. Respecto a la muchacha que me gustaba, la casaron
poco después con un Conde idiota y tuvo quince hijos; no volví a verla, pero a
cambio, me convertí en quien soy hoy.
-¿Por qué me cuenta Usted esto, Maestro Rossini?
–preguntó el muchacho.
-Bueno –dijo el de Pésaro–, has venido aquí para
pedirme la partitura del Non Piu Mesta, de la Cenerentola, ¿no? Y supongo que
por un motivo parecido al mío entonces.
- Sí –los ojos del muchacho se iluminaron–. Me la
dará, entonces.
- No –sentenció Rossini saboreando su cigarro tras
pensarlo unos instantes–, entiéndelo; si lo hiciera, quién sabe de qué genio
podría estar privando al Mundo.
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