Texto extraído del programa de RNE "Sinfonía de la Mañana", por Martín Llade. El gran hombre miró en derredor suyo, todos estaban allí por él, jamás en sus setenta y cinco años de vida, había concitado a tantos asistentes. Ni siquiera el día de su boda, o aquella tarde en que, jaleado por doce pintas de cerveza negra, se diera de puñetazos con el viejo Paddy, en el pub del pueblo, por ver quién tenía la oveja más lanuda de Lincolnshire. En aquel teatro cabían al menos tres o cuatro veces todos los habitantes de su pueblo; pero sólo había cabida para un Joseph Taylor; o sea, él; el responsable de lo que iba a suceder allí. Y aquellos músicos, empingorotados con sus violines, y sus flautas; y como quiera que se llamasen los otros instrumentos, leerían una música preservada por su mente durante más de seis décadas. Y ello a pesar de que nunca supo leer ni escribir; aunque era capaz de prever la lluvia con tres días de anticipación, con echar un somero vistazo a l
¿Acaso pensáis nacionalistas de mierda que me importa un bledo ese Estado fallido que estáis "creando" con vuestra mierdecilla de nación (con minúsculas) hegemónica y colonizadora, fabulada sobre otra arqueología inventada, apoyada sobre los enésimos cimientos ruinosos, con una tradición emulada a base de nuevos muros falsificados hechos de cal y canto amasado con la sangre caliente de sus últimos moradores, y el té frío que no pudieron tomarse antes de que los masacrarais? Repito: ¿pensáis que me importará un carajo que algún día abráis otro museo de vuestros horrores para emocionarme ante vuestro presunto sufrimiento y arrodillarme para reconocer vuestra nación, vuestro estado? ¿Con lo que habéis hecho? ¿De verdad esperáis ser algún día, personas humanas como nosotros? Estáis completamente equivocados. De momento, lo único que vais a conseguir es que a vosotros, y a toda vuestra estirpe, si me os cruzo por la Calle de la Vida os gire la cara negándoos el saludo, el agua
He leído por ahí, que somos polvo de estrellas. Pues por aquí, por Lecera, debió pulverizarse una gigante roja de corazón blanco, toda entera. Polvo de estrella, y agua del cinturón de Orión, digo yo. Con aquel polvo de estrella roja de corazón blanco, y el agua caída del firmamento, se formó el lodo del que viene (por evolución) la sangre viajera que corre por nuestras venas. Y es que, si algo nos caracteriza a los de Lecera son nuestras ganas de viajar. ¡Qué gracia me hizo, hace muchos, muchos años, conocer a unos zagales, descendientes de Lecera, que venían, nada menos que de Camberra! Aún guardo el sombrero que me regalaron. Polvo de estrellas viejas y rotas, y agua viva y pura, refugiada en el pozo profundo y fresco del que sacábamos agua con una garrucha. Agua con la que se amasaron todas las cosas que me encontré cuando vi la luz del Sol por vez primera, aquí, en Lecera: mi madre, pobrecita mi madre, mi padre, a quien tuve que esperar a que volviera de Francia, mi familia, mi
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