El bosque de las tinieblas y el undécimo hombre (versión reducida).

   Una vez, hace muchos, muchos años, íbamos diez en expedición por un bosque del Pirineo Oscense, cerca de Alins-Azanuy. El bosque recubría la media ladera de un barranco fluvial que, poco a poco, se iba estrechando. Llegados al pie de un gran macizo rocoso, donde nunca entraba la LUZ, el bosque se volvió oscuro y neblinoso: tenebroso, muy tenebroso, os lo juro. Yo comandaba la expedición. Teníamos que regresar hasta el vivac que habíamos montado la noche anterior en las afueras de Las Paules. Tan aterrador se volvió el bosque que me pareció un buen motivo para poner en práctica una técnica militar: mientras se avanza en fila "india" por un pantano oscuro y peligroso, ir numerando el pelotón de cabeza a cola: uno, dos, tres.... diez y luego viceversa de cola a cabeza: uno, dos, tres... mi predecesor, el sargento Leza, el nueve y yo, el Alférez Theron, el diez. El bosque se volvió tan extraño que, sumergidos en su vaho lúgubre, no había más vida que nosotros y multitud de hongos y setas, todas ellas seguramente venenosas. Los árboles no mostraban signos de vida. Una maraña de ramas y raíces negras y descompuestas, dificultaba nuestro paso. No se oía nada más que nuestro jadeo y el palpitar de nuestros corazones. En fin, la ostia de tenebroso. Ligeramente atemorizados, pero muy machotes para reconocerlo, seguimos contando. Cada minuto escuchaba, unos veinte pasos a mi espalda, al almudeviense Porta: "tres", y a mitad de distancia, la inconfundible voz del estellica Leza: "nueve", yo repetía: "diez", vuelta a empezar: "uno", y a esperar el recuento infalible; pero la vez siguiente, ya rodeados de niebla, el de Almudevar dijo, sin pararse a pensar: "nueve", Leza, el estellica, muy incrédulo: "diez", y yo, disciplinado e incapaz de deshacer la cuenta atrás, murmuré pensativo: "¿ONCE?". ¡ME SOBRABA UNO! Pensando que me estaban tomando el pelo, comencé el recuento reforzando mi voz con énfasis marcial: "UNO", "DOS", me siguió Fortún enérgico, "TRess", "Cuatro", "cinco", "sei..", ... Dispuesto a sancionar la falta de respeto si volvía a repetirse el cachondeo, esperé la vuelta del recuento. No llegó. En su lugar, todos nuestros hombres nos sobrepasaron corriendo, huyendo rumbo al lindero del bosque que, unos veinte metros delante de mí, ya se adivinaba por los rayos penetrantes del sol. El estellica y yo fuimos los últimos en correr. Ya a salvo, acostados sobre la tasca de una pradera soleada, tratamos de encontrar explicación para el décimo primer expedicionario, al que nunca vimos, pero al que el gerundense Bonaterra, nuestro décimo hombre, juró por la “rojigualda” haber escuchado decir claramente, y por dos veces: ONCE y UNO.

Entradas populares de este blog

La Llama Eterna: Relato XVI –La Bendición Gitana–

ANARQUIA. Mensaje para los nacionalismos hegemónicos y colonizadores

POLVO DE ESTRELLA ROJA CON EL CORAZÓN BLANCO