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El bosque de las tinieblas y el undécimo hombre (versión reducida).

   Una vez, hace muchos, muchos años, íbamos diez en expedición por un bosque del Pirineo Oscense, cerca de Alins-Azanuy. El bosque recubría la media ladera de un barranco fluvial que, poco a poco, se iba estrechando. Llegados al pie de un gran macizo rocoso, donde nunca entraba la LUZ, el bosque se volvió oscuro y neblinoso: tenebroso, muy tenebroso, os lo juro. Yo comandaba la expedición. Teníamos que regresar hasta el vivac que habíamos montado la noche anterior en las afueras de Las Paules. Tan aterrador se volvió el bosque que me pareció un buen motivo para poner en práctica una técnica militar: mientras se avanza en fila "india" por un pantano oscuro y peligroso, ir numerando el pelotón de cabeza a cola: uno, dos, tres.... diez y luego viceversa de cola a cabeza: uno, dos, tres... mi predecesor, el sargento Leza, el nueve y yo, el Alférez Theron, el diez. El bosque se volvió tan extraño que, sumergidos en su vaho lúgubre, no había más vida que nosotros y multitud de ho

Bossa Nova.

Nació en Ipanema, una mañana de un día como hoy de 1956. Bossa Nova no fue alumbrada, fue la Luz misma que irrumpió violenta en la oscura estancia del  Baronneti’s Club , al abrir puertas y ventanas para ventilar sus paredes aterciopeladas de su impregnación a éxtasis erótico, tabaco y náusea etílica.  Había sido una noche aciaga y negra. La luna, ausente, no había acudido a mecerse desnuda desdibujándose en las aguas poco profundas de Ipanema, ni en las de Copacabana. Después de varias horas de Samba y Cachaça, los habitantes de la oscuridad, se habían guarecido taciturnos, ocultándose en los reservados purpúreos y neblinosos del club; sólo la agitación y el sudoroso brillo de sus cuerpos semidesnudos, delataba su presencia. Bossa Nova vino con el Sol y no lo hizo de cara, sino a traición, por las puertas traseras del Club, pues en Río amanece tarde y desde las montañas. Los últimos clientes dormían sobre los senos hinchados de jovencitas cariocas, que aprovechaban para desay

La Peña Montañesa.

Dice el romance del loco, que fue un visionario, que duerme la joven pastora, su sueño milenario. Sábanas de nieve sobre su cuerpo lozano, al río se fueron en cuanto llegó el verano, y cúbrenlo ahora las nubes, de la mirada del villano, hasta que un príncipe Cheso, la despierte de un beso, en la mano.

Dolores.

Hoy se cumplen diez años del fallecimiento de madre, Dolores: una infancia en guerra, veinte años con el reloj social girando al revés, cuatro décadas de sumisión y trabajo duro, aquí y en el extranjero. Dos hijos bien criados, una jubilación merecida pero efímera, truncada por la enfermedad y once años postrada en la cama; en coma vegetativo. Una tragedia vaticinada por su nombre. Oración: Qué gran abuela se perdieron mis hijos. ¡¡Redios!!

Nino Bravo. In memoriam

Murió el hombre, su voz no morirá jamás. Aunque cierren todos los Karaokes, se acabe la electricidad y se gasten todas las pilas, mientras haya un hombre a quien le guste cantar, tenga voz y cuente con la protección acústica de una ducha de agua, oiremos a Nino, o algo parecido. Su espíritu permanecerá.

Agua, III: Agua para todos.

Si se hace racionalmente, en el camino del agua hay lugar para casi todo; en orden: esquí, pesca, producción hidroeléctrica, boca, riego, vela, rafting, piscifactoría, ganadería, otro riego, industria, ocio, más riego... Eso sí: todos toman, todos pagan; por consumo y proporcionalmente al beneficio obtenido; y ninguno ensucia ni malgasta. Quien consume tiene preferencia sobre quien no lo hace, pues se entiende que consumir agua es esencial para él (boca, ganadería, agricultura e industria, por este orden) Hay una cantidad que es propiedad de la Naturaleza, se trata del caudal ecológico o de mantenimiento del ecosistema. Calcular este caudal en cada tramo es posible y es una obligación responsabilidad de los técnicos competentes, escuchando a todos los partícipes; para eso están las Confederaciones Hidrográficas. Saludos septentrionales.

Relatividad.

Tras el cristal de su realidad, observa inmóvil el pasajero estoico cómo el mundo que le rodea se disuelve en la bruma viscosa de sus sueños y se reconstruye cada vez que su mirada regresa del infinito interior de sus pensamientos. Nada se mueve, sólo el tiempo. No hay viaje, sólo cambio metafísico.