'El castigo de Lonchinos' Capítulo VIII: Lisboa
El viaje, comparado con lo que habíamos vivido, fue bastante bien, y nos sirvió para serenar nuestros espíritus; a ello contribuyó que el programa “chino” de actividades a bordo no nos dejara ni un momento para el hastío, la preocupación, el temor, ni el remordimiento. Tras largas noches, que debían tener al menos diez horas de las de antes del “evento”, todos los que no estaban de servicio, incluida Raquel, a toque de silbato nos levantábamos al amanecer y durante una jornada de al menos dieciocho horas de “las de antes”: hacíamos Tai-Chí , desayunábamos, cantábamos a coro sin tener ni puta idea de lo que decíamos, corríamos por cubierta y por dentro, subiendo y bajando escaleras (de las que Raquel y Tumaina quedaban exentas pues podían utilizar atajos habilitados a tal efecto), después nos quitábamos la ropa de gimnasia, nos poníamos unos buzos de color amarillo y hacíamos instrucción militar, tras una ducha colectiva que no distinguía espacios por sexos, comíamos por turnos usando