Entradas

Mostrando las entradas etiquetadas como El castigo de Lonchinos

'El castigo de Lonchinos' Capítulo VIII: Lisboa

El viaje, comparado con lo que habíamos vivido, fue bastante bien, y nos sirvió para serenar nuestros espíritus; a ello contribuyó que el programa “chino” de actividades a bordo no nos dejara ni un momento para el hastío, la preocupación, el temor, ni el remordimiento. Tras largas noches, que debían tener al menos diez horas de las de antes del “evento”, todos los que no estaban de servicio, incluida Raquel, a toque de silbato nos levantábamos al amanecer y durante una jornada de al menos dieciocho horas de “las de antes”: hacíamos Tai-Chí , desayunábamos, cantábamos a coro sin tener ni puta idea de lo que decíamos, corríamos por cubierta y por dentro, subiendo y bajando escaleras (de las que Raquel y Tumaina quedaban exentas pues podían utilizar atajos habilitados a tal efecto), después nos quitábamos la ropa de gimnasia, nos poníamos unos buzos de color amarillo y hacíamos instrucción militar, tras una ducha colectiva que no distinguía espacios por sexos, comíamos por turnos usando

'El castigo de Lonchinos' Capítulo VII: Luanda

Nuestro viaje por la N7 fue un tormento, nada que ver con la carretera vigilada y cuidada que yo recorriera años atrás pagando 3 dólares cada doscientos kilómetros. Manadas de elefantes huidos del Parque Nacional de Lomami, desorientados y nerviosos tenían ahora preferencia, y la ejercían con total impunidad cortándonos el paso durante largos ratos en los que, de no haberse tratado de vehículos acorazados, habrían acabado volcándolos y aplastándolos para sacarnos de dentro como maní de su cáscara. Al principio nuestros encuentros con los paquidermos nos hicieron cierta gracia; los españoles incluso bromeábamos con símiles taurinos, pero cuanto más al sur íbamos, más grandes y violentos eran. Al final nos acojonábamos cada vez que nos interceptaban. El peor momento fue cuando nos topamos con un grupo de hembras velando algunos de sus congéneres machos, todos ellos con sus cabezas brutalmente mutiladas para arrancarles los colmillos. El olor era nauseabundo, y no podíamos avanzar n