'El castigo de Lonchinos' Capítulo II: Goma y Gisenyi


Conocí a estos cuatro muchachos en una pista de tierra roja, cerca de Butembo. Los mantenía enfocados con mi cámara mientras se aproximaban caminando hacia nuestro vehículo aparcado en la cuneta. Tumaini iba delante, con la mirada clavada en el infinito, Celine, cabizbaja, la seguía a un paso. Poco más atrás venían los dos muchachos dándose codazos y empujones.

Era un lunes a primeros de abril. “Exiliado” de España por razones familiares, cubría imágenes para el programa de una reportera prominente de la Televisión Pública, Raquel Monreal; y puedo garantizar que la experiencia estaba en perfecta armonía con el escenario en el que nos encontrábamos: un infierno en el paraíso ecuatorial. La “petarda”, cercana a la cuarentena, experta hasta la fecha en prensa rosa y amarilla, y concubina de un destacado politiquillo muy cercano a la Dirección del “Ente”, se las había ingeniado para conseguir una primavera excitante en una zona en conflicto, lo suficientemente caliente como para hornear un currículo de ex-reportera con el que conseguir vender sus futuras novelas a lo “Pérez-Reverte”, pero lo bastante fresca como para que no se le corriese el rimel, y donde se hablara francés, pues ella lo hablaba muy bien, aunque seguramente no tan bien como lo practicaba.

La tía, que literalmente llevaba cuatro días en África, debía ser tan cínica e imprudente que, incapaz de asimilar que ya no se encontraba entre “travelos” y lumis nocturnas de la Gran Vía madrileña, nada más llegar a Ruanda se había dedicado a insinuar entre los camareros del Hotel Lake Kivu Serena de Gisenyi, que se trataba de un equipo dispuesto a comprar un episodio bélico “posado”. Como el cebo debió ser suculento, enseguida picaron el anzuelo, así que, al segundo día, su equipo de producción se puso enfermo en bloque, y se amotinó preventivamente en el hotel. Desde luego nadie en su sano juicio seguiría a semejante inconsciente, por muy famosa que fuera.

¿Nadie?

Casualmente yo me encontraba cerca de allí, en Goma, el barrio occidental de Gisenyi. Goma y Gisenyi son dos ciudades que están tan cerca que sólo las separa una calle, la Avenida l’Umganda, pero la distancia social es sustancialmente mayor, enorme. Para empezar, Gisenyi está en Ruanda y Goma en la RDC. Ambas ciudades comparten las orillas del lago Kivu, pero mientras que Goma tiene playas de rocas volcánicas aún humeantes, a Gisenyi le tocaron playas preciosas de arena blanca y fina por lo que es una especie de Marbella interior y africana, destino de descanso de unos pocos privilegiados; es decir: miembros del ejército ruandés, funcionarios del gobierno, traficantes de armas y wazungu (guiris), bien estén de vacaciones, o por trabajo, en… “proyectos de cooperación”, es decir: vendiendo armas y traficando con “materias primas”.

Había ido para tomar fotos de los alrededores del lago Kivu y del volcán Nyiragongo, con la idea de endosárselas a una revista de geografía, conocida a nivel mundial; pero había estado lloviendo a mares, así que llevaba un par de días dormitando en una pensión, tan económica como sucia e incómoda.

Era sábado, a primeros de abril. Por los 34 agujeros de bala del tejado de chapa oxidada de mi habitación, el agua había dejado por fin paso al sol. Armado con mi cámara, me disponía a salir cuando sonó el móvil. Era Toni, el gerente de mi agencia, mi jefe. Estaba eufórico: me había conseguido trabajo nada menos que para Raquel Monreal.

- ¡¡¿La Monro?!! __exclamé muy sorprendido, pues sí era como se conocía a Raquel Monreal en el mundillo del periodismo amarillo__ ¡¡¿En el Congo?!! Cambia de camello tío, te la están cortando fatal –concluí, ante su propuesta estrafalaria.
- ¿Cuánto tiempo hace que no echas un polvo como Dios manda? __me tentó el muy capullo.
- ¡No me toques los cojones! Sabes que no me van tus rollos __respondí, serio y prevenido.
- Serán dos días: grabas el vídeo, sacas tus fotos, te la tiras, os zampáis dos botellas de champán del burdeos sudafricano ese; antes de irse, mientras duermes la mona, te pasa la VISA por la raja del culo, y listo. Serán 6.000 limpios. No tendrás ni que darle un beso de despedida.
- Grabar, ¿dices? Hace siglos que no lo hago, y menos como reportero de guerra.
- ¿Guerra? ¡Vamos! No me vengas con chorradas. Llevan quince años sin que pase algo por ahí.
- En eso te equivocas, capullo. Aquí la lían a tiros a diario.
- Entonces será como volver a tu queridísimo barrio de Usera.
- No tienes ni puta idea, gilipollas ¿Por qué no vienes tú a hacerle el trabajito a la “Monro”? Veo que la conoces bien. Seguro que os entendéis de puta madre __Toni ignoró mi propuesta a conciencia.
- ¿Te pasaste dos años detrás del impresentable aquél que iba con zuecos por la jungla, y le haces ascos a una tía bombón? ¿No te me habrás vuelto maricón? __me espetó soltando una carcajada sonora.
- ¡Vete a la mierda! Aquello era otra cosa. Los riesgos estaban controlados. __contesté realmente enfadado.
- Y aquí también. Es teatro, amigo mío, puro teatro. Todo estará bajo control. Créeme _me aseguró, arrastrando las palabras para tratar de formalizar sin éxito el tono de su conversación.
El cabronazo andaba metido en problemas de “polvos”, y no me refiero sólo a sexo. Le debía favores al amante de la reportera. Y yo le debía a él el favor de tener trabajo, pero esa era una larga historia.
- No me enviaste aquí para eso. Busca a otro, tengo trabajo por hacer __insistí.
- ¿Las fotos del volcán? –repuso.
- Exacto. Llevo días esperando a que asomara el sol. Hoy es mi oportunidad.
- De eso te quería hablar: han llamado los del “rectangulito amarillo”.
- Dispara __le urgí a contarme, pues intuía malas noticias.
- Han cambiado la editorial de su próximo monográfico.
- ¿Qué quieres decir con “cambiado”?
- Que ahora no necesitan fotos del “Giñahondo” ese, por muy fogoso que esté.
- ¿Por qué? –le pregunté, aterrado.
- No han dado explicaciones, pero parece ser que están preparando un especial sobre Astronomía.
- ¿Astronomía? ¡No me jodas! Esa revista trabaja siempre sobre la Tierra. Te lo estás inventando. ¡Cabrón!
- Hablan del Universo y la Tierra está en él. ¿No te has enterado?
- ¿De qué no me he enterado? –Toni, me la estaba jugando, seguro.
- Ya veo que no te has enterado. Está todo el mundo agitado.
- Ya. Precisamente por eso me enviaste, porque llevamos tres meses con terremotos sacudiendo el Planeta. El cinturón de fuego del Virunga está a punto de caramelo. Vine a cazar las primeras fotos de las erupciones, y no me iré sin ellas.
- Eso no es lo último. ¿Es que no ves las noticias?
- ¿Aquí? ¿Dónde te crees que estoy? ¿En el Ritz? Doy gracias el día que deja de haber goteras y sale agua por el grifo para ducharme; y si hay cobertura veinte minutos al día, ya es la ostia. Al grano, que tengo que llamar a Erika.
- Aquí no estamos mucho mejor. Hay una movida del copón, han mandado parar todas las nucleares, y hay restricc... …gual se corta... Brrrpffgrr…
- ¡¿Las nucleares?! ¡¿Qué ha pasado?! ¡¿Estáis bien?! ¡¿Está Erika bien?! –insistí muy alarmado, pero Toni no respondió__. ¿Toni? ¡¿Toni?! ¡Maldito capullo! ¡¡¿Toni?!!

La cobertura no se había esfumado. El muy cabrito me había colgado. Le llamé insistentemente pero no me descolgó.

Toni Flores, más conocido por Toni “El Cabrón” era especialista en joderme la vida. Pasé de intentar llamarle más, y marqué a Erika. La llamada no llegó. El “hijoputa” se había salido con la suya: me había dejado tan preocupado que no me quedaba más remedio que ir al encuentro del equipo de la Monro para enterarme de qué estaba pasado en España; pero el muy gilipollas no me había dicho dónde estaban. Me dirigí a la avenida l’Umganda en busca de un puesto fronterizo, quizá allí supieran algo. Acababa de cruzar la calle cuando zumbó el soniquete de mi móvil; era un whatsapp de Toni:

“Paola y Erika OK yo tb DPM gracias J
Nucleares nada sólo histerias de cientificos locos.
Todo de puta madre olvdte jiñahondo
L mañana 7am hotl lake kivu serena de gisenyi pregunta x david
Llleva calzncillos lmpios de rpuesto XD fotos BOLAS Monro 12000€ JJJ
Siempre tuyo, TONI” JJJ

- ¡Será cabrón! –grité mientras caminaba, y varios lugareños se volvieron a mirarme desafiantes.

No podía negarme, los estudios de mi hija en un colegio privado, dependían de ello. No tenía más remedio que aceptar un trabajo “pesebre”, así es como denominamos los fotógrafos a ciertos trabajos desagradables o anodinos, con los que hay que cumplir para poder seguir comiendo.

Al día siguiente, según las instrucciones de Toni, “El Cabrón”, me presenté en el hotel a la hora indicada. De poco me sirvió llegar puntual. Ya me esperaban impacientes delante de la entrada metidos en un todoterreno con el motor en marcha. Supe que eran ellos por el cartel “PRESS”, y porque cuando me disponía a entrar en el hotel pasando frente a su ventanilla, reconocí su inigualable voz televisiva:

- ¡Llegas tarde! __me espetó sin más preámbulos la “Monro”.
- Me dijeron a las siete, y son menos cuarto __me defendí, levantándome las gafas de sol para asegurarme de que era tan mona como se la veía en la tele.
- Sube por favor. No tenemos tiempo que perder __me dijo un joven robusto, con barba pelirroja súper arreglada, y muy amable; que se presentó tendiéndome su mano trémula y sudorosa__: David, asistente de dirección.
- Gil __respondí, ofreciéndole la mía mientras me acomodaba junto a él en el asiento trasero.
- ¿Gil? ¿Sin más? –preguntó David extrañado, pero sin perder su sonrisa.
- Sí, Gil. Sin más –respondí.
- Ok. Gil. Vale. ¡Genial! –concluyó simpático.

Ni el Ranger pulcramente uniformado, tocado con una boina verde, armado con un Kalashnikov, y tan grande que nos dejaba a David y a mí la mitad del asiento trasero, ni el tembloroso conductor africano; ni, por supuesto, Raquel Monreal, se molestaron siquiera en mirarme. Aún no había terminado de abrocharme el cinturón de seguridad cuando Raquel espoleó al conductor:

- ¡Arranca!

Impaciente por saber noticias, en cuanto nos pusimos en movimiento, pregunté sobre lo que me había dicho Toni (“El Cabrón”):

- ¿Qué tal están las cosas por España? Mi Agente me ha dicho que han tenido que parar las nucleares. ¿Es por los terremotos?

Raquel me observó por el retrovisor con la misma expresión que si yo fuera un oyente de Cuarto Milenio. David, se apresuró a informarme:

- Así es. Pero Parece ser que también pasará un meteorito cerca de la Tierra que podría provocar una tormenta magnética.
- ¡Un meteorito! –exclamé alarmado–. ¿Cuándo?
- Hoy, pero tranquilo, a millones de kilómetros. Lo que ocurre es que al parecer da la casualidad que su estela de polvo de hierro provocará un efecto lupa con las microondas del Sol, o no sé qué puñetas. Eso podría freír algunos aparatos electrónicos; y como medida preventiva, van a parar las centrales nucleares, por lo que puede haber restricciones de luz, pero mañana todo volverá a la normalidad.
- ¡¿Hoy?! ¡Jodo! –exclamé tan sorprendido por la medida adoptada, como por la inexplicable indiferencia de David y Raquel, y añadí–: pues como se nos frían aquí los móviles estamos apañados –al oír esto, Raquel buscó su iPhone® en la mochila, y se puso a acariciarlo.
- No te preocupes, han calculado que la zona afectada está en Siberia –precisó David.
- Entonces, sólo han parado nucleares los rusos.
- No sé, tío, desde anteayer no vemos las noticias. No te preocupes; ya sabes, sólo los “conspiracionistas” hablan de eso. En Madrid el “top trending” ahora es saber si de una vez se va a formar gobierno. Todo está controlado, créeme. –concluyó el chaval

David se calló de inmediato, influido quizá por el reflejo inquisitivo de la mirada de su Jefa, que se había quitado las gafas de sol para transmitirle por el retrovisor interior algo así como: –déjalo, no es más que un “paparachi” estúpido, que no se está enterando de nada.
El Ranger, aparentemente ajeno a nuestra conversación, sacó un pañuelo blanco y se puso a limpiar la mirilla de su Ak-47. Todo controlado. Todos tranquilos. No pasaba nada.

Volví a llamar a Erika; me dio apagado, o fuera de cobertura. Eso me inquietó bastante: que no tuviera cobertura yo era normal; pero al contrario, ¿en Madrid? <<Estará haciendo un examen. Lo intentaré luego>> __pensé, para tranquilizarme. Cauteloso, apagué el teléfono. Mi ansiedad no remitió; tratando de no agobiarme, busqué cambiar de preocupación:

- Supongo que tenemos permiso para grabar –afirmé, en plan “toca-huevos”, para ver si reaccionaba la “pava”.
- Descuida, lo tenemos todo preparado __insistió David, esgrimiendo una sonrisa temblorosa, que rezumaba inseguridad.
- ¿Y la cámara de vídeo? –pregunté, pues yo sólo traía mi Pentax.
- ¡Pero en qué estaré pensando! __se lamentó David, soltándose el cinturón para volverse a rebuscar en el maletero.
El chaval luchó durante un par de minutos contra los embates de los baches y la maraña de material que llevaban en la trasera del Pathfinder, y no acabó también dentro porque me decidí a agarrarlo por la cinturilla de su pantalón vaquero, cosa que me agradeció educado:
- Gracias Gil. Aquí la tienes. Está lista __dijo suspirando,  ofreciéndome un precioso maletín de aluminio.
Me quedé de piedra cuando abrí la caja y vi lo que había dentro. David, que además de un pelota profesional debía saber algo del contenido, estaba aguardando mi reacción con una sonrisa impaciente:
- ¿Sorprendido? __preguntó en cuanto abrí la caja.
- ¡Una “pe-eme-uvedoble doscientos equis-de-cam”! ¡En perfecto estado! ¿De dónde habéis sacado esta joya? ¡¿La habéis mangado del museo de Sistiaga?! –exclamé.

Herida en su orgullo de reportera dicharachera, Raquel por fin reaccionó:

- Jon no tuvo algo así en las manos en su puñetera vida. ¿Sabrás utilizarla?
- Dame cinco minutos –afirmé con seguridad.
- Tienes una hora __replicó seca.

Afortunadamente tiempo atrás había utilizado un modelo anterior. Ésta era mucho más pequeña y ligera, y traía nuevas aplicaciones que no conocía, pero que no esperaba tener que utilizar en exteriores, y menos bañado por la mejor luz del amanecer ecuatorial. El traqueteo me hizo desistir de leer el libro de instrucciones, así que me puse manos a la obra.

Con el ojo detrás de la cámara me sentí más seguro; tanto, que me atreví a tentar el ego de la… “Jefa”:

-  ¿Alguna voluntaria para probar el detector de sonrisas?
- ¿De dónde habéis sacado a éste “gil… y… pollas”? __preguntó Raquel a David, insultándome sin miramientos.
David, que no sabía si sonreír o llorar, trató de justificarme:
- Es de la agencia de Toni Flores.
- ¿Flores? ¡Cielo Santo! ¡Estamos perdidos! __gritó burlona y escandalizada.

Inconsciente de su ubicación, hizo ademán de llamar por teléfono para pedir ayuda. Arrastró su índice, con la uña aún pintada de rosa, por la pantalla pero, como no había cobertura, rehusó y dejó el móvil con desaire sobre el salpicadero. Faltó tiempo para que un bache lo catapultara al suelo del coche. Aterrorizada por la suerte de su móvil maravilloso, comenzó a blasfemar mientras lo buscaba:

- ¡Joder! ¿Dónde se ha metido…? ¡Cuca!

Con la cabeza entre las piernas, zarandeada por la carretera seguía buscando su móvil al que parecía haberle puesto nombre de perra. Como no lo encontraba, gritó al conductor:

- ¡Para!

El conductor, que conocía de sobra el riesgo de pararse en cualquier sitio, disminuyó la marcha, pero antes de parar se volvió para conocer la opinión del Ranger, éste abrió la boca por vez primera:

- ¡No! ¡No! ¡Parar aquí no! Seguir, seguir –advirtió el Ranger con rotundidad.
Desesperada, pidió ayuda a David.
- ¡Ayúdame Deivid!
- Ya lo busco, ya, pero no está por aquí –respondió él.
- ¡Tened mucho cuidado! No lo vayáis a pisar.
- Descuida, tengo los pies levantados y “Papa Tom” parece pegado al coche, ni se cantea –le aclaró David en español.
- ¿Y ése? __refiriéndose a mí.
- Ten cuidado Gil, por favor __me advirtió David, acojonado.

En ese momento un volantazo a la izquierda para esquivar a una persona que yacía tirada en el suelo, centrifugó todo el contenido del vehículo. Sentí que algo chocaba contra la suela de mi bota. Era el móvil de Raquel. La tentación de aplastarlo como a una cucaracha era grande, pero ganó mi angelito bueno; me agaché y lo tomé.

- ¿Se le ha perdido a alguien una polvera rosa con la foto de una yorkshire en una cara, y una manzanita de plata mordisqueada en la otra?
- ¡Dámelo! __gritó ella.
Mientras con una mano sostenía la cámara, con la otra se lo entregué; entonces debió ver el pilotito rojo.
- ¡Maldita sea! ¡Me estás grabando! __afirmó, gritando ultrajada.
- Se supone que he venido para eso __dije sin levantar el dedo del gatillo.
- David, haz el favor de borrarlo.

El mozo me pidió educadamente la cámara y, como no era mía, se la di. El chaval, que no había tocado una cámara profesional en su vida, me hizo señas para que le indicara cómo se hacía. La inquisidora, que no nos quitaba ojo por el retrovisor interior, se volvió de repente y se la arrebató.

- ¡Trae!
¡Oh, sorpresa! La tía manejaba la cámara con total soltura. Borró lo grabado, la puso en “stand-by”, y me la devolvió.
- Graba sólo cuando yo te lo diga. ¿Ok?
- Ok. ¿Y fotos? __pregunté impertinente, mostrándole mi Pentax con aire de cachondeo.
- ¡Vete a la mierda! __esa fue su respuesta.

Aunque me lo hubiera prohibido expresamente, desde luego no le habría hecho caso. Saqué mi cámara de su funda y lo primero que hice fue enfocar al Ranger. El tío resultó ser un vanidoso del copón, pues fue verse ante la cámara y empezó a poner muecas de tío duro. Intrigado por el carácter desabrido de la Monro, traté de preguntarle a David qué le pasaba para estar tan rara. Éste, también con disimulo, se llevó las palmas de las manos al vientre y puso cara de dolor.

- ¿La-re-gla? __vocalicé si articular sonido, y controlándola de reojo.
- Nooo __exclamó él, también vocalizando en silencio.
- ¿Em-ba-ra-za-da? –pregunté.
David, se puso rojo como un tomate, y tuvo que llevarse las manos a la boca para controlar una carcajada. Ella lo pilló.
- ¿No irás a vomitar otra vez? Ya has oído que aquí no podemos parar –le advirtió inquisitiva.
- No, no. Descuida, es que he dormido mal y estaba bostezando –se disculpó David.
- Si no te hubieras zampado toda la botella de bourbon __añadió ella, sin la menor empatía.
- Si hubiera bebido agua en lugar de whisky estaría en el hotel sentado en el retrete como el resto del equipo –respondió David contundente, demostrando que no era tan pelele como parecía.

Raquel ignoró a conciencia la respuesta desairada de su lacayo, y comenzó a meterse con el conductor.

Aprovechando que se distraía blasfemando porque el conductor no se atrevía a adelantar a un camión abarrotado de viajeros, volví a interrogar a David disimuladamente.

- ¿Mal-fo-lla-da?
- Nooo. Ti-e-ne co-li-tis –silabeó en silencio.
- ¿Cómo? __quería asegurarme de que le había entendido bien.
- Se-ca-ga-vi-va  __puntualizó, riéndose.

Esta vez nos pilló a los dos conteniendo las carcajadas. Al Ranger, que se suponía no entendía ni papa, se le caían las lágrimas por debajo de sus Ray-Ban.

- ¿Se puede saber qué cachondeo os lleváis ahí detrás? __inquirió, girándose furiosa.
- Perdona Raquel, nos ha hecho mucha gracia un tío que iba con una moto de madera __improvisó David con soltura.
- ¿Es que no os da pena esta pobre gente miserable que nos rodea? ¡Sois patéticos! –salió la vena solidaria y progre de la pija.

Terminada su breve diatriba moralizante, se quedó mirándome con reprobación. Fue la primera vez que le sostuve la mirada. La verdad es que, aunque tenía ojeras profundas y cara de mala leche, era aún más hermosa que en la tele, y enfadada estaba de lo más fotogénica. Sin pensarlo dos veces, encaré y disparé.

- ¿Será posible? ¡¿Pero quién te crees que eres, capullo?! Dame ahora mismo esa cámara.
- Antes muerto __respondí.
- ¿David? __pidió ayuda a su lacayo.
- Por favor Gil, hemos venido a trabajar __me suplicó él.
- Descuida, tío, ya la borro. ¿Contenta? __dije mostrándole mi falsa acción.
- Gracias __contestó David.

Raquel, agitada por la carretera infernal, volvió a girarse hacia delante aparentemente satisfecha.

Mientras el guardia armado seguía sonriendo por lo “bajini”, David y yo, un poco avergonzados por nuestra actitud machista, cambiamos de tema.

Entonces fue cuando David me contó que habían llegado a Ruanda con el propósito de filmar durante una semana la actualidad de la zona, pero todo el equipo se había puesto enfermo justo al día siguiente de llegar. Pensaban regresar de inmediato, pero al confirmarles que podían contar conmigo, Raquel había decidido seguir adelante sola con la ayuda de David, que no había enfermado, pues era el único que había sustituido el agua por Bourbon desde el primer momento.

Habían cruzado la frontera sin más compañía local que la del chofer ruandés. Al Ranger, lo habían “alquilado” de entre la guardia del Parque Nacional de Garamba; dirigido casualmente por un madrileño, Luis Arranz.

Le conté a David que conocí a Arranz un par de años atrás. Enviado por mi redacción, había pasado una semana sacando fotografías del parque. El tipo, con unos cojones como los de un elefante, vivía con su esposa guapa, joven, embarazada y aún más sufrida y valiente que él, en una gran tienda de campaña dentro del parque. Un caso excepcional, además de sus obligaciones de biólogo y director, ejercía de máxima autoridad militar entre los más de cien Rangers que defendían el parque de los furtivos, y del saqueo criminal de las diversas milicias que operan por la zona. David se sorprendió mucho cuando le dije que, cada mañana, formaba a la tropa para novedades y que, en las dependencias del parque, las únicas fieras enjauladas eran los cazadores furtivos, capturados vivos y retenidos hasta que viniese a por ellos la Policía Nacional Congoleña.

- ¿Cómo habéis dado con él? __pregunté a David.
- Nos pusieron en contacto a través de la embajada, pero tengo entendido que también es conocido de alguien del equipo __aclaró.
- La esposa de Luis y yo nos conocemos desde que íbamos al colegio __puntualizó Raquel más serena, y orgullosa de sus contactos sociales a todo nivel.
- Pues tienes una amiga encantadora, valiente, pero sensata, y muy simpática __añadí con sorna, pero ella ignoró mis halagos, evitando darse por aludida.
- ¿Dónde vamos? __le pregunté a David.
- Nos hemos enterado de que últimamente se están produciendo frecuentes asaltos en las inmediaciones de Butembo. Estamos buscando la oportunidad de presenciar algo, aunque sean los efectos de algún ataque reciente, que demuestre que los esfuerzos de la ONU en esta zona son insuficientes __me explicó.
- En plan… ¿Denuncia internacional documentada? –pregunté, tratando de mostrar interés.
- Algo así –concluyó.

En efecto, la siembra temeraria de Raquel en el hotel había dado sus frutos: un chivatazo aseguraba que esta mañana se escenificaría algo “sustancial” en la pista de tierra que une Butembo con la región del monte Kisangani, y allí nos dirigíamos.


Capítulo 3, Butembo.

Después de hora y media recorriendo una carretera malísima, cruzamos la bulliciosa ciudad de Butembo y nos dirigimos hacia el oeste. Avanzamos unos tres kilómetros y al fin llegamos al punto indicado por el confidente: la carcasa vacía y oxidada de una tanqueta reventada muchos años atrás por una mina.

Permanecíamos esperando aparcados en la cuneta. Dentro del coche, el conductor ruandés, anhelando impaciente el momento de volver a cruzar la frontera hacia su país, no paraba de mirar el reloj. Raquel, a su lado, acariciaba el rostro digital de su mascota. En el asiento trasero, a la derecha, el Ranger parecía estar durmiendo tras sus gafas negras, lo que me producía cierta tranquilidad. David, en medio, observaba a Raquel por el retrovisor, y yo sacaba fotos por la ventanilla a las personas y a los escasos vehículos que transitaban: aparte de la miseria acostumbrada, nada relevante. De repente, Raquel abrió la puerta del coche, agarró su mochila, su móvil, y salió corriendo hacia la selva.

- ¡¿Dónde vas?! __gritó David, sobresaltado.
El grito de David activó al Ranger, quién, al ver que la mujer era devorada por la vegetación, salió corriendo tras ella como una exhalación verde y armada.  David les siguió a la carrera. Por un momento pensé que el conductor también huiría, pero estaba tan agarrado al volante que ni se movió. Desaparecieron los tres...

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