Entradas

ACEPCIONES. Capítulo (-1.0) –El Arquitecto–

Sería muy pretencioso por mi parte pretender tener acepciones para TODO, pero permitirme sólo una intuición: el Arquitecto es quien desea, es el Deseo en sí y está en TODO. Todo lo desea, todo lo consigue y casi todo lo pierde; la Diferencia que le queda, es lo que existe realmente en cada instante. Bienvenidos a las nuevas Acepciones de Phineas Theron Se aceptan sugerencias

El Vagabundo III. "El Príncipe de Rotonda"

... Lo encontré de nuevo pocos días después; se había afincado en la plaza más recóndita de nuestro barrio: de pie, frente al banco sobre el que reposaban sus bolsas de papel y una botella de agua medio llena, gesticulaba y hablaba; no sé si solo, o con la morera frondosa bajo cuya sombra se refugiaba. Esperé un momento a que "volviera" de su conversación, y me acerqué a él: -- Hola Israel -le saludé. --¡Aah! ¡Hoola amiigo! -me contestó, sorprendido y simpático. -- Pensaba que habrías vuelto a Madrid -le dije,  mostrando cierto disgusto de verle aún así. -- No. No he vuelto. Voy a quedarme unos días más por aquí. -- ¿No tienes calor con tanta ropa? -le dije, mirando a su gorro de lana, calado hasta las orejas. -- Estoy bien así, gracias. -- Si esperas un rato aquí, te traeremos comida y algo de ropa de verano -le prometí. -- Como quieras, pero estoy bien. De verdad. Tengo de todo -dijo, señalando sus bolsas de papel. --¿Has comido? -le pregunté. --Ahora me iba a

Días de panes y peces

Ramón Jordan, tenía otro día "de ranas"; de ese modo tan peculiar y personal definía la sensación de culpa que le rodeaba de niño cada vez que volvía de la Balsa de la Higuera después de haber pasado la tarde con sus amigos, atrapando, que no pescando,  ranas entre los juncos de la orilla, para someterlas después a tantas tropelías como su amplia imaginación de pequeños exploradores les ofrecía: meterlas en un frasco de cristal de Nescafé con tarántulas o "arraclavos", darlas de comer a una culebra, hacerlas fumar hasta explotar, diseccionarlas con un estilete oxidado entre fraseos seudocientíficos, para luego ensartarlas en un palo de anea y asarlas. Afortunadamente nunca se las comieron, su querido perro Moro, tampoco. Por la noche, sin saber porqué, o se desvelaba o tenía pesadillas con aguas oscuras llenas de batracios. Siempre se preguntó si a sus compañeros les costaba tanto conciliar el sueño como a él. A sus cincuenta años recién cumplidos, pensar en semeja

El Vagabundo II. -Israel-

Pasaron varios días sin que volviéramos a verle. Al principio aún lo nombrábamos cuando pasábamos paseando junto al banco donde le vimos la primera vez. Transcurridas un par de semanas, ambos convencimos nuestras conciencias asumiendo que habría vuelto a casa, que se había tratado de un experimento propio de un muchacho culto y bohemio, pero que ya estaría en su apartamento, quién sabe si de La Moraleja. Asunto zanjado. Dejar el trabajo para venir a Zaragoza a vivir como un indigente. Hay gente "pa tó". Como de costumbre, el primer sábado de mes, habíamos hecho limpieza de papeles: correo comercial, periódicos y revistas llenas de vicios y tonterías; libros no, aunque hay un par que ya han dormido durante unos días en el "saco" de los papeles "para tirar", aunque finalmente los he indultado. Uno de ellos no lo escribí yo, y el otro no lo escribió Sánchez Dragó. Estaba pues introduciendo los papeles en el contenedor Azul, cuando le vi emerger de entr

El Vagabundo I.

La vida nos rodea con unos límites sociológicos que definen el campo de batalla de nuestro ejercicio vital. Estos límites cambian con el tiempo; con frecuencia nos afanamos en ampliarlos con conquistas que no siempre conseguimos, incluso llegamos a perder terreno en amargas derrotas. A veces lo hacen espontáneamente, ora abriéndonos nuevos horizontes, ora limitando o impidiéndonos el acceso a espacios ya conocidos. Otras veces, las alteraciones resultan de la entrada o salida de actores nuevos, que suman o restan su espacio al nuestro: amig@s, espos@s, hij@s, novi@s, seres queridos que nos dejan. Excepcionalmente, aparecen personas que irrumpen en nuestras vidas de forma totalmente inesperada, incluso involuntaria y sin aportar nada a cambio, al menos aparentemente. Algo así nos viene ocurriendo a mi esposa y a mí desde hace unos meses. Comenzó a primeros de mayo, aún hacía frío; ya sabéis cuánto tardó en llegar esta primavera "otoñal" que hemos sufrido. Paseábamos por

Los Bandoleros del Siglo XXI (inspirado en la canción El Bandoler, de Lluis Llach

Ahora, en el siglo XXI, los bandoleros ya no parecen tan malvados, no asaltan carruajes y ya no clavan sádicos sus dagas oxidadas a el pecho de los viajeros desprevenidos. Se ocultan con semblantes amables e inocentes, tras atriles, mostrad ores, púlpitos y pantallas de plasma; desde donde siguen vaciando los bolsillos de los ciudadanos confiados. Parecen más civilizados, no disfrutan de la sangre brotando de sus víctimas, prefieren el silencio de sus bolsillos vacíos; eso sí, siguen sin mostrar piedad de sus desahuciados. ¿Les quedará a las víctimas el consuelo: de verlos condenados, arrodillados rezando delante de la Virgen del Carmen, pidiendo piedad? Ningú ho veurà (Nadie lo verá).

El Indio Ibérico

Ya nos falta menos para volver al Indio Ibérico. ¡Fuera el urbanismo romano! ¡A cascarla el derecho canónico! Olvidemos el misticismo post-visigodo, ni hablar de cultura árabe. ¡Qué puñetas fue eso del descubrimiento de América! ¡Abajo los nuevos ricos indianos! !Vivan Mandonio e Indívil! Un ejemplo: Nuestras carreteras comarcales. Cuando sean todas de tierra, serán mucho menos peligrosas. Es sarcasmo ¡Eh! Ya me parece estar viendo a los futuros indios rastreadores ibéricos, vestidos con taparrabos hechos de jirones de táctel, ornamentados con una raya blanca partiendo en dos su rostro, el pecho con listas rojigualdas; agachados entre los arbustos en busca de trazas de la antigua vía Almodense. El hijo le dice al padre en su lengua aborigen: -- Mira papaaïta, here pos veure Handiak Serp Blanca aztarna. A lo que el padre responde: -- Uzten ver, little Ikerjordi.