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La Llama Eterna: Relato XVI –La Bendición Gitana–

    Texto extraído del programa de RNE "Sinfonía de la Mañana", por Martín Llade.    El gran hombre miró en derredor suyo, todos estaban allí por él, jamás en sus setenta y cinco años de vida, había concitado a tantos asistentes. Ni siquiera el día de su boda, o aquella tarde en que, jaleado por doce pintas de cerveza negra, se diera de puñetazos con el viejo Paddy, en el pub del pueblo, por ver quién tenía la oveja más lanuda de Lincolnshire. En aquel teatro cabían al menos tres o cuatro veces todos los habitantes de su pueblo; pero sólo había cabida para un Joseph Taylor; o sea, él; el responsable de lo que iba a suceder allí. Y aquellos músicos, empingorotados con sus violines, y sus flautas; y como quiera que se llamasen los otros instrumentos, leerían una música preservada por su mente durante más de seis décadas. Y ello a pesar de que nunca supo leer ni escribir; aunque era capaz de prever la lluvia con tres días de anticipación, con echar un somero vistazo a l

La Llama Eterna: Relato XV –Te seguiré hasta el mismísimo infierno–

    Texto extraído de programa de RNE: Sinfonía de la Mañana (por Martín Llade)       Quedaron en el lujoso piso en el que él residía ahora en Londres. Sophia estaba impaciente, como en todas las reconciliaciones que tenían lugar entre ambos. Daba igual que se castigaran mutuamente, interponiendo entre ellos a terceras, incluso a cuartas personas, porque siempre acababan volviendo el uno al otro. Estos reencuentros habían tenido lugar en toda Europa, convirtiéndose cada uno de sus países en una mera casilla del tablero de juego que era su amor. Al fin y al cabo, ella era Sophia, la esposa de Jean Dussek, una leyenda viva, envidiado por los hombres y admirado por las mujeres hasta la locura. Pero ella misma tampoco le iba a la zaga, de hecho, la última separación se había debido a que se escapó con un fabricante de pianos. Jean, como siempre, no tardó en encontrar consuelo en otra artista con la que llevaba un tiempo instalado en Londres. Pero, como era natural en él, había aca

La Llama Eterna: Relato XIV –Un “paquete” para la posteridad-

Texto extraído del programa de RNE: "Sinfonía de la Mañana", por Martín Llade.      Piatigorsky recordaba como uno de los momentos más emocionantemente enojosos de su vida el día en que le presentaron a Casals, y tuvo que tocar los peores “Beethoven” y “Schuman” jamás escuchados en, al menos, un siglo. Sin embargo, el maestro Casals, lejos de arrugar el entrecejo, le había aplaudido calurosamente. Años después, cuando ya daban recitales juntos, le explicó lo siguiente: - Yo no me fijé en que tocases mal; me maravilló cómo acometías, tal o cuál pasaje, tus soluciones técnicas, tu forma de levantar el arco para remarcar una frase; o incluso en cómo cerrabas los ojos, saboreando cada melodía. Eso es lo que cuenta para mí. Enumerar los fallos, es cosa de catetos. Piatigorsky se aplicó la lección, y decidió ponerla en práctica el día en que comenzó a impartir clases a un nuevo discípulo, cuya falta de fe en sí mismo materializaba un mechó castaño, que le pendía entre

La Llama Eterna: Relato XIII –“Esponjita”-

Texto extraído del programa de RNE "Sinfonía de la Mañana", por Martín Llade.       Era una noche de tantas en el Hoirigen ante una mesa desbastada con tabaco mediocre y un vino aún peor, pero a “Esponjita” eso parecía darle igual. Comentaba a sus amigos, Lagner y Bauern Felt, los últimos chismes que acababan de llegarle en torno a su persona. Si el vino era infame, la expresión avinagrada de él, parecía la más propicia para degustarlo. - ¡Dicen por ahí que soy un borracho! –exclamó indignado– Que me paso en día entero, de taberna en taberna, bebiendo vino de Retz, Mosela y Tokaji ¿Habéis visto un bebedor mayor que yo? ¾                 Maledicencias, querido amigo –trataban de animarle. Pero su indignación no tenía límite; igual que aquella noche. Era cierto que todos le conocían, cariñosamente como “Esponjita”, explicó; pero no como pudiera parecer por su afición a la bebida. El apelativo se lo había puesto su padre de niño, al ver la rapidez con la que abs

La Llama Eterna: Relato XII –El Balcón de las Delicias-

Texto extraído del programa: "Sinfonía de la Mañana" RNE, por Martín Llade.     El joven Pablo estaba desesperado, su madre necesitaba con urgencia el medicamento para calmar aquella acuciante tos, pero no tenía forma humana de reunir las dos pesetas que costaba. Sus amigos le prestaron cuanto llevaban encima, y apenas juntó treinta céntimos, trató de buscar algo que empeñar, pero la maldita tos ya se había llevado consigo las cortinas, y las sábanas de la casa, además de una sartén, los zarcillos de la abuela y un mantón de Manila. En el patio de la corrala se encontró con “ El Tieso”, un vecino suyo con el que no se “llevaba”. Éste pasó a su lado, y le retuvo por un hombro, y sin mirarle a la cara, le susurró al oído: - Irás a Alcalá, 104; y esperarás allí hasta que salga un viejo asomándose al balcón del segundo piso; haz que te vea; pero, no se te ocurra ir contando esto por ahí. Luego, “El Tieso” se marchó sin decir más. Pablo, escamado, decidió hacerle

La Llama Eterna: Relato XI –La Inspiración-

    Una estrella se apagaba lenta, pero inexorablemente, sabía que apenas le quedaban un par de semanas de vida, y la imaginación, lo único que aún le funcionaba, medianamente, le hizo imaginar los titulares al día siguiente a su muerte: “ADIOS A UNA LEYENDA. LA GRAN ESTRELLA DE LA CANCIÓN ISRAELÍ, FALLECE A LOS 74 AÑOS” Y sin embargo, Naomi Shemer sabía que había aún cuentas pendientes que saldar, antes de encontrarse con aquél cuyo nombre no puede escribirse con todas las letras. Pero ya no contaba con las fuerzas necesarias, pidió por tanto a su nuera que redactase por ella una última carta a Gil Aldema. Tenía que ser a él porque fue el primero en sugerirle, casi cuarenta años antes, que escribiese una canción para Jerusalén, para el festival que se celebraba en la Ciudad Santa. Al principio a ella no se le ocurría nada y ha punto estuvo de telefonear a Aldema, declinando la invitación. Pero una noche, una melodía se despertó en su cabeza, como un sueño de lactante,

La Llama Eterna: Relato X –La Inmortalidad-

  (Texto extraído del programa de RNE, Sinfonía de la Mañana, por Martín Llade)     Una tarde del verano de mil novecientos veintinueve, en la casa que Marie Gandia, tenía en San Juan de Luz, se hablaba de la inmortalidad. Uno de los invitados al té, comentó que acababa de leerse el libro del viaje a Egipto de Gustave Flaubert; inmediatamente, otros entusiastas de la materia, aportaron sus propias reflexiones. En realidad no se limitaron si no a reproducir lo que todas las revistas venían diciendo desde que unos años atrás Howard Carter desatara la pasión mundial por el tema, al romper el sello de la tumba del “Faraón niño”. Uno de ellos comentó que en Egipto la Historia se hallaba a ras de tierra, lo mismo que el petróleo en Tejas. Bastaba con excavar superficialmente en la arena, para hallar una tumba de tres mil años; acaso la de un alto mandatario y su familia, embalsamados ceremoniosamente, como si aguardaran de etiqueta a la posteridad. Sin embargo, lo que más entusi