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Mostrando entradas de junio, 2019

ARACNOFOBIA

Soy bastante "aracnófobo", pero me acostumbré a convivir con ellas. En la casa del pueblo, en el granero, había de las que tienen un cuerpecito pequeño y las patas largas, muy simpáticas e inofensivas. Me gustaba cabrearlas y que se pusieran a temblar agitando su tela; incluso me atrevía a cogerlas con la mano. Luego estaban las de los agujeros de los tochos del corral; auténticas devoradoras de moscas. Me divertía cazarlas, arrancarles las alas y echarlas a la entrada del agujero de telaraña. No tardaba ni dos segundos en salir a darle matarile. Pero, cuando se "barruntaba" cambio de tiempo, de repente en el lugar más insospechado de la casa, aparecía la abuela de todas ellas: grande, peluda, marrón oscuro y con cara de mala ostia. Era tan grande el susto que me llevaba, como desagradable su aspecto después de probar la zapatilla de mi madre.                                                                                                                          

El mecánico escritor

Es propio de caballeros que andan entre hierros, errar cuando de plata disfrazan su férrea pluma; mas, si con su hierro yerran y en fémina carne hacen injuria, más les valiera de madera seca haber tenido la pluma.                                                                                         Phineas Theron                                                                                El mecánico de las palabras

La doncella sin nombre.

Me insinuó un paisano, que vagando por este Condado, halló lo que él, nunca hubiera imaginado. Y no fue, si no por arte y milagro del buen vino en tragos largos, que aquél afortunado a decirme se avino, lo que había encontrado. Confesó al fin extasiado que: afectado por un rayo, de un haya el tronco pelado, en el cuerpo de una mujer, se había transfigurado. Caprichos del bosque, repuse decepcionado. Promovido por mi desdén, reconvino apresurado: que lo mismo pensara él, hasta que del árbol mentado, surgiera aquel cuerpo animado, tan sólo por una gasa tapado. Y fue parte y mucho, de lo que me contó el fulano, que aquella triste doncella viniera a cantarle, de cuanto la había pasado. Le cantó pues sin reparo y, siendo aún más bella en su canto, que hermoso su talle velado; quedó el montañero prendado, y la escuchó embelesado: “De la lejana Bohemia, doncella vine a esta plaza, y por voluntad no fuera, si no por engaño arrastrada. Ave del paraíso, en jaul

Para Valentina

Campos de trigo, bajo la luz matutina, pintan de verde, del campo el albero, trinos de jilguero, desde la cruz de la encina. Cantan al verte, otro febrero, coros de niñas, de la escuela vecina, gritan fuerte, con júbilo altanero. Colorean el norte, del cielo mañanero: polvo de hadas, estelas de purpurina, magenta, ciano, y amarillo platanero. Son las alas de Arcolán, el unicornio aventurero, que trae volando, a Eva y Corina, se cuidará de rozarte, con cauteloso esmero. Vienen de aparte, con Sirio en derrotero, son tus amigas, frescor de mandarina, llegarán andalán, en tan veloz crucero. Van a traerte, con amor verdadero, porque tú eres quien dona, Sabiduría Divina, flores de Marte, para llenar un granero. Valentía en tu frente, de fierro y acero, clemencia repartes, sin lugar a inquina, por lo que vienen a verte, con cariño sincero. Ya que tú eres gran parte, del Cosmos entero, la que acierta, y yerra, pero siempre atina,

Doloritas y perrico “Sisobra”.

Una familia humilde: madre y tres hijas, con el padre obligado a luchar en una guerra. Las cuatro esperaban confiadas su regreso con la puerta de casa abierta, casi sin comida ni esperanza. Se veían tan necesitadas y débiles,   que no tenían ni aliento con el que alimentar su inspiración para ponerle nombre a un perrillo callejero que, una fría tarde de invierno, decidió adoptarlas para que al menos le dejaran hacerse un pequeño ovillo junto al fuego. Sin oposición que se lo impidiera, el pobrecillo chucho se instaló junto a ellas, a los pies de la chimenea. Se le veía tan desolado y triste que apenas levantaba su cabeza del suelo ni para agradecer las caricias de las niñas. Cuando una de las hijas, Dolores, le preguntó a su madre: –   Mamá, ¿podremos darle algo de la cena al perrico? –   Hija mía, pero si casi no tenemos ni para nosotras. – contestó resignada la madre. El perrito ni se inmutó. Pero, cuando la niña insistió: – Y… ¿Si sobra algo? Entonces