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ANARQUIA. Estados y Naciones. Corazón y Estómago

Mi visión del nacionalismo va de lo romántico a lo pragmático, y nunca por fanatismo. Por romanticismo puedo ser español por la mañana, aragonés todo el rato, francés los viernes, alemán en el trabajo, y catalán en verano; por lo pragmático: los Estados deberían estar delimitados por las cuencas hidrográficas y las Naciones por los continentes.

El Pequeño Miliciano Catalán.

Si Cataluña se separa de España (lo cual no deja de ser un imposible) este fragmento de Historia real que hasta ahora residía sólo en la memoria de mi familia, dejará de tener sentido: Verano de 1938, margen derecha del Río Ebro, en un pueblecito del Bajo Aragón a 12 kilómetros de Belchite, una niña rubia de siete años observa con apasionado deleite a un muchacho apenas diez años mayor que ella. El joven, que se hospeda en casa de mis abuelos, pasa horas atando latas de conserva vacías con una cuerda de esparto hasta hacer con ellas un tren que luego arrastra por el corral entre saltos de conejo, ladridos de Canelo y estrépito de gallinas flacas que improvisan un vuelo desganado para refugiarse en el bardal. De repente suena la sirena. Tocan generala. Cunde el pánico. Mi abuela, con la pequeña Manuela en brazos, grita: -Dolores, Pascuala, corred, bajad al trujal. Simón Agramunt, el joven miliciano natural de Mataró, ferroviario de vocación, abandona su tren y corre a esconder

Echo de menos a José.

Dicen, que en algunos lugares de nuestra abismal e incronometrable geografía humana, desconfían de los vecinos que no ahuyentan a los extraños. Yo confío siempre en Martha, por eso, cuando José se acercó a nuestra mesita de bar, revestido de abalorios que ofrecernos a cambio de un poco de vida con la que animar su maltratado cuerpo unas horas más, y ella le devolvió una sonrisa, yo asumí que tal vez iba a comprarle algo. Claro que con lo que yo le comprara, no iba a llegar las diez, y ya eran menos cuarto. Irreverente primer-mundista, sin ceremonia de regateo alguna, le compré un elefante, y el hombre, recogiendo con destreza mis dos euros con su mano larga y gris de negro maduro y enjuto, se fue tan triste como vino. El viejo africano debió vender bastantes relojes con los que nunca mediría su tiempo, y muchos elefantes, o al menos los suficientes para sobrevivir exactamente una semana, pues el sábado siguiente, a las nueve y media, sentado en nuestra mesita del “Van Gogh” des