La Llama Eterna: Relato XXXI –El Rey Beluga-

Texto extraído del programa de RNE: "Sinfonía de la Mañana", por Martín Llade.

  Él era grande en todos los sentidos; un tenor de leyenda, aún con los pies sobre la tierra; y una imponente presencia que llenaba, tanto física, como espiritualmente, todos los lugares por los que se dejaba caer. En suma, el Mundo tenía codicia de él; pero su Agente, ni siquiera se había molestado jamás en invitarle a comer a su apartamento.

Su Agente, repuso que nunca se lo había pedido hasta la fecha y que consideraba su hogar demasiado modesto para recibirle. Eso sí, podría invitarle a comer cuando quisiera en el mejor restaurante del Mundo.

El otro tuvo que reconocer que sí.

Y le encargó que comprase un kilo de caviar Beluga, tres botellas de champán “Riedel Crystal”, vodka Stolischnaya, y salmón ahumado del restaurante Petrossian. Ya sólo el caviar, iba a costarle seis mil dólares. Pero sea; no quería que siguiera restregándole lo de su cicatería; o sea, que consintió en rascarse el bolsillo. A las ocho de la tarde, tendría todo a su gusto.

El Gran Hombre se presentó puntual, resoplando por haber tenido que subir doce pisos andando.

Y es que, al parecer, tenía miedo de viajar en un ascensor, desde que atascase uno en Yakarta, años atrás, debido a su sobrepeso.

Sin reparar siquiera en cómo era el apartamento, el Divo, pidió una cucharada de helado, y rechazó las tostaditas untadas de caviar. Quería la lata entera. ¿Dónde estaba? El Agente se la entregó. Él sumergió la cuchara dentro de la masa oscura de huevas, y se llevó una buena cantidad a la boca.

Y se sirvió una buena cantidad en un vaso de coctelería, desdeñando también las copas de Cristal de Bohemia.

La cena fue muy agradable, pero a medida que el Agente iba viendo cómo descendía el contenido de la lata de caviar, sumado al dorado vino espumoso en las botellas, comenzó a alarmarse.

Cuando el Divo se marchó, la lata había sido minuciosamente limpiada de todo su contenido. El Agente no había probado apenas más que un par de tostaditas de ella; y era, ¡un kilo!

Esa noche, a las dos de la mañana, se vio sobresaltado por el teléfono. Respondió sin quitarse el antifaz de dormir siquiera; intuía quién podía ser.

A todo esto, el Agente tuvo que tapar el auricular, para dar rienda suelta a la más reconfortante carcajada que recordase haber exhalado en décadas; y es que, cayó en la cuenta que, ni en los mejores tiempos del Tenor, cuado le llamaban el “Rey del Agudo”, y extasiaba a las masas con el “Mes Ami” de Donizeti, le había escuchado dar tantos “does de pecho”, como aquella noche al teléfono con su letanía nocturna de “Cristal y Beluga”.

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