Reparando el Concepto de Democracia. Parte III -El virus de la intolerancia-

REPARANDO EL CONCEPTO DE DEMOCRACIA

PARTE III              -EL VIRUS DE LA INTOLERANCIA-

Zigzagueamos por las callejuelas de la capital en búsqueda de una gran avenida que nos sacase de la ciudad. Nuestro recorrido no estaba exento de riesgos, el virus de la intolerancia se había propagado mucho más de lo esperado. Yo conocía bien los síntomas, los había visto en la cara de mucha gente mayor que, habiéndose contagiado de niños durante la gran epidemia europea de mediados del siglo XX, se les había quedado acantonado de por vida. Tras décadas de tratamiento democrático, la mayoría habían conseguido disminuir los efectos de su enfermedad y sólo sufrían algún que otro brote ante situaciones desencadenantes como las tragedias terroristas, la inmigración o el matrimonio homosexual; el resto del tiempo, casi ni se les notaba; y menos mal, porque el virus es muy contagioso, sobre todo de abuelos a nietos.

La intolerancia es un mal endémico y siempre han habido personas de todas las edades que la sufren; y no voy a entrar en si existe, o no, alguna predisposición genética. De lo que sí estoy convencido es de que la Democracia tiene herramientas ideales para mantener a estas personas bajo tratamiento evitando que tengan cuadros agudos de soberbia, odio, e incluso violencia.

Con frecuencia, como suele ocurrir con otras enfermedades, las personas que padecen intolerancia acostumbran a asociarse con el objeto de ayudarse mutuamente. Es normal que esos grupos humanos enfermos, refugiados tras altos muros de soberbia, prosperen dando lugar a las capas más altas de la Sociedad: Plutocracia, Monarquía y Burguesía, pero no debemos olvidar que, en realidad, se trata del resultado próspero de un organismo exógeno y patógeno que, a través de esas personas, parasita al resto de la humanidad aprovechándose de sus recursos. La intolerancia es un mal que crece con la asociación, pues al ser tan contagiosa, acaba por alcanzar a todos los inmediatos, convirtiéndose entonces en una enfermedad social que tiene muchos nombres, aunque el más extendido es: Fascismo. Tratar de curar la intolerancia, puede ser en sí un acto intolerante, por eso la intolerancia debe ser identificada y tratada de modo aislado y de por vida, pues, en mi humilde opinión, aún no tiene cura. Lo mejor es evitar el contacto y prevenir.

La mejor vacuna contra la intolerancia es la Educación plural, por eso, cuando comenzó la crisis, el Gran Poder se las arregló para que los primeros recortes fueran sobre la Educación Pública. Huyendo de una educación recortada y limitada, muchos niños, con la mejor intención y con gran esfuerzo de sus progenitores, fueron llevados a centros privados o concertados donde, inesperadamente, fueron los primeros en verse expuestos a ambientes patógenos y virulentos. Como no todos podían, o no se dejaron engañar, el Gran Poder se las arregló para cambiar la Ley, y permitir que el Gran Contaminador retornase a las aulas públicas para inocular a todos los niños el virus de la intolerancia, eso sí, empapado en un azucarillo de piadosa bondad.

Con nuestro descacharrado Concepto de Democracia, seguimos avanzando. Para no despertar sospechas, no íbamos ni demasiado deprisa, ni demasiado despacio. Un semáforo inoportuno nos paró frente a una oficina del INEM. Una cola larguísima de desempleados esperaba su turno; cerca de ellos, un grupo de "pastores", jugueteando con sus perros, aguardaba su oportunidad. No tardamos en verlos actuar; un joven blanco, harto de esperar, comenzó a despotricar contra el gobierno, contra los bancos, contra la monarquía , contra los sindicatos y, finalmente, contra otros dos jóvenes "no blancos" que hacían cola delante de él. Los norteafricanos, provocados por los insultos racistas, se volvieron contra él y comenzaron a increparle. El joven parado, que seguramente nunca antes había sufrido un arranque igual de ira e intolerancia, se asustó mucho y se sentó en el suelo avergonzado. Los otros dos parados se olvidaron de él; pero la cosa no terminó ahí, al ver la escena, los "pastores" se abalanzaron sobre los inmigrantes y les dieron una paliza brutal. Nadie les paró, ni  impidió que, ayudados por sus perros, metieran a los dos "no blancos" en una furgoneta y se los llevaran a toda prisa. Otros "pastores" levantaron del suelo al joven afectado, allí mismo le raparon el pelo con una maquinilla eléctrica, le colocaron un mono gris, lo abrazaron uno a uno con fuerza, lo metieron en un todo-terreno, y se lo llevaron. Detenido al otro lado de la calle, no sé cuantas veces había cambiado el semáforo de color pero, cuando el coche de los "pastores" pasó a mi lado y sentí la mirada blanca, y la sonrisa congelada del joven recién infectado, mirándome por la ventanilla; vi luz verde, rascando la caja de cambios, metí primera y, ni demasiado deprisa, ni demasiado despacio, hui como un cobarde.


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